martes, 29 de octubre de 2013

Jesús bajo llave / Trigésimoprimero Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc 19, 1-10 / 03.11.13

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador”. Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Pistas de exégesis
Jericó es la gran ciudad de entrada a la provincia de Judea para los peregrinos que vienen de Galilea. Por eso no pueden dejar de mencionarla Marcos ni Mateo ni Lucas. Para Marcos, el episodio clave en esta ciudad es la curación del mendigo ciego Bartimeo (cf. Mc 10, 46-52). Para Mateo, esta curación no es de un ciego, sino de dos, que al unísono piden la piedad de Jesús (cf. Mt 20, 29-34), y no sucede dentro de Jericó, sino saliendo de la ciudad. Finalmente, Lucas pone al ciego antes de Jericó (cf. Lc 18, 35-43), e incluye, como material propio, dentro de la ciudad, la conversión de Zaqueo. Como símbolo del comienzo del final del peregrinaje, Jericó resume algo que cada autor haya considerado importante para el discipulado. En Marcos, claramente, Bartimeo es el discípulo-modelo. Para seguir a Jesús hay que ser como ese mendigo ciego, hay que aprender a ver y ponerse en camino a Jerusalén. En Mateo, el mensaje es similar, sólo que se trata de un par de ciegos, y como par, representantes de una humanidad que, al borde del camino, en el margen, sólo puede ser rescatada por la cercanía de Jesús. En Lucas, el mensaje del final del peregrinaje se complejiza. Al ciego se agrega Zaqueo, y juntos forman un díptico que no puede analizarse por separado.
Lo primero que une al ciego y a Zaqueo es la ciudad, Jericó. En ese tiempo, Jericó era una ciudad comercial por la que recorría una de las rutas mercantiles más famosas de Oriente. Era lugar de paso para los mercaderes, y por ello, ciudad cosmopolita y variada. En Jericó convivían ricos y pobres, mendigos y acomodados. En Jericó estará el ciego que pide limosna y el jefe de los publicanos, o sea, el que vive en la miseria y el que vive en la opulencia. A pesar de las distancias sociales, es Jesús quien llama a ambos, aunque el texto afirma que ambos lo buscan primero. El ciego grita cada vez más fuerte para ser oído; Zaqueo se sube a un sicómoro porque su baja estatura le impide ver a Jesús. Otro punto curioso de contacto es la oposición o el obstáculo que representa la multitud. Al ciego lo reprenden para que se calle y a Zaqueo lo molesta la turba de gente que, más adelante, murmurará contra él y contra el mismo Jesús. Esta multitud, que cualquiera podría ver como éxito de la prédica jesuánica, resulta ser un estorbo para los que buscan de corazón a Dios. Nuevamente, con ironía, el narrador marca una paradoja: mientras más gente está cerca de Jesús, más difícil es para las personas entrar en contacto con Él; como si le formasen un muro, como si lo privatizaran. Otro tópico importante de coincidencia es la visión. El ciego, sin dudas, quiere recobrar la vista física, aunque su curación sea signo de la recuperación espiritual; Zaqueo, a la par, busca ver a Jesús, y se sube a un árbol para verlo. Zaqueo no es ciego físicamente, pero desea ampliar su mirada, mirar más allá, sobrepasar lo que ve usualmente. El sentido de la curación del ciego se hace evidente en la conversión de Zaqueo, porque la curación, en este caso, es conversión, es cambio de mirada.
Pero el texto de hoy puede compararse con otra perícopa, de los inicios del Evangelio según Lucas. Nos referimos a la vocación de Leví (cf. Lc 5, 27ss). Ambos, Leví y Zaqueo, son publicanos. La diferencia es que el primero es un telones y el segundo un architelones; si fuesen de la misma zona, Zaqueo sería jefe de Leví; este dato determina la situación económica, porque los jefes de publicanos eran los que verdaderamente podían hacer diferencia en riquezas, mientras que los publicanos simples eran asalariados y no ganaban mucho más que sus compatriotas. A los dos les habla Jesús, invitándolos a seguirlo o a darle hospedaje. Los dos responden positivamente. De Zaqueo no se aclara que dé un banquete, pero el solo hecho de recibir a Jesús en su casa implica lo segundo; en el caso de Leví, el banquete es parte importantísima de la narración. Otro dato importante y congruente son las murmuraciones del resto; en la casa de Leví murmuran escribas y fariseos, mientras que en la de Zaqueo murmuran todos los asistentes (¿ese todos incluirá a los discípulos?). Ante las murmuraciones, las frases del Maestro son, esencialmente, iguales: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (Lc 5, 31b-32); “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc. 19, 10).
La conversión del jefe publicano resuena en la estructura literaria de la perícopa. Al inicio de la misma Zaqueo es un hombre rico que sube al sicómoro porque es petiso. Al final, Zaqueo baja del sicómoro, queda pobre entregando la mitad de sus bienes y devolviendo cuatro veces a los perjudicados, y su estatura espiritual ha crecido sobremanera. Zaqueo pasa de arriba del árbol hacia abajo, de baja estatura a una alta estatura espiritual, de hombre rico a pobre que comparte con los pobres. Toda la escena se ha convertido. Más sutil aún, la perícopa comienza afuera y culmina dentro de la casa, símbolo eclesial. Zaqueo ya no está por fuera del hogar jesuánico, sino que ha encontrado su lugar a pesar de las murmuraciones. Lo ha encontrado porque lo ha buscado.

Pistas hermenéuticas
La declaración final de esta perícopa es una lanza para la vida y misión de la Iglesia. Buscar lo perdido para salvarlo. En la historia hemos entendido esta misión de diversas maneras. Una forma dolorosa fue creer que buscar lo perdido era colonizar, y que la colonización traería salvación. Eso fue una evangelización de imposición, y por lo tanto, no fue evangelización, pues no hubo Buena Noticia. En realidad, no habíamos salido a buscar lo perdido, sino a quedarnos con lo que encontrábamos. La propuesta de Jesús es muy superadora. Se trata de mirar donde la multitud no se anima a ver; mirar en los márgenes, en los despreciados, en los ciegos al borde del camino y en los jefes publicanos excluidos religiosamente. Se trata de acercarse al rico, no para codearse en su mesa, sino para liberarlo de las riquezas. No está salvado el rico porque posee bienes materiales, sino que es un perdido más, un enfermo. La evangelización es una tarea liberadora que tiene como principal tarea, liberar la mirada. El ciego al borde del camino recupera la vista y puede seguir a Jesús hasta Jerusalén, donde morirá. Zaqueo quiere ver, pero no puede ver con claridad hasta que el Hijo del Hombre se hospeda en su casa, en su corazón. Allí se abre su mirada, su visión se amplía, y el dinero le parece un estorbo.
¿Cómo alcanzar esa evangelización en la Iglesia? ¿Cómo ir a buscar los perdidos para liberarlos y no conquistarlos? ¿Cómo no encerrarse? Porque, en definitiva, la aplicación más directa de esta metodología jesuánica consiste en superar el cerco reductor de templos, parroquias y comunidades sectarias. Las multitudes, en el Evangelio, en lugar de permitir que los marginales lleguen a Jesús, los alejan. Jesús tiene que romper el cerco de la multitud para llegar al ciego o a Zaqueo. ¿No son un poco así nuestras Iglesias? ¿No se prefiere el confort de los que ya conocemos? Pero resulta que el Hijo del Hombre es médico para los enfermos y es buscador de los alejados.

¿Y los perdidos, los enfermos, los ciegos, los Zaqueos? Allí están, en los bordes del camino, en el margen de la sociedad, gritando, subiendo a los sicómoros para ver a un Jesús que tenemos encerrado en el templo, y con la puerta bajo llave, porque en estos tiempos de inseguridad, no se sabe cuándo entrarán a robarlo.

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