sábado, 19 de marzo de 2016

(Domingo de Ramos) No todos los reyes son iguales


El Domingo de Ramos es una de las celebraciones litúrgicas más queridas por la gente y, por esto, una de las que más asistencia tiene. Pero a la vez es una de las menos entendidas. El acento suele caer en el lugar equivocado, o sea, en los ramos mismos y en el gesto de la bendición. Se sabe que es el comienzo de la Semana Santa y el portal a la Pascua, pero no se dimensiona la importancia que tiene la lectura del relato de la pasión en este día que precede una semana a los acontecimientos centrales. Inclusive este ciclo C, leyendo la entrada mesiánica a Jerusalén según Lucas, los ramos son inexistentes; sólo hay mantos que se tienden en el piso para que pase el pollino. El autor puede prescindir de los ramos porque no son fundamentales para la escena; en cambio, no puede obviar el pollino, los mantos que se depositan en el piso y las aclamaciones de la multitud, todas señales del reinado de Jesús. Porque el Domingo de Ramos es eso: la fiesta de Cristo Rey. Cuando celebramos Cristo Rey durante el tiempo ordinario, la intención está, quizás, más volcada hacia el reinado escatológico, a la dimensión universal y a la mirada futura sobre ese Reino ya instaurado. En cambio hoy nos encontramos la crudeza del Cristo Rey, que entra aclamado y que muere rechazado; un Rey rodeado de intrigas, con acusaciones y persecuciones; un Rey que fracasa y que es desacreditado en la cruz. Hoy nos acercamos a la clave hermenéutica del reinado de Jesús.

viernes, 11 de marzo de 2016

(Cuaresma) Dios de las adúlteras o dios de los apedreadores – Jn. 8, 1-11

El texto de hoy pertenece al Evangelio según Juan, pero no pertenece verdaderamente a él. Las ediciones actuales de nuestras Biblias lo colocan como inicio del capítulo 8, pero en un principio, muchos manuscritos no contaban con este pasaje. Inclusive, en varias oportunidades fue ubicado después de Lc. 21, 38. Ciertamente, el estilo literario es más semejante a Lucas que a Juan, y el tema de la perícopa encaja mejor en lo previo a la pasión lucana que en este capítulo 8 de Juan. Si intentamos leer de corrido, uniendo Jn. 7, 52 con Jn. 8, 12, la ausencia de la escena de la mujer adúltera no se notaría en el desarrollo del libro. Si bien Jn. 8, 15 es coherente con la resolución tomada por Jesús en la controversia (“Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie”), también se presupone que Jn. 8, 15b-17 es un agregado posterior. Lo que un buen número de comentaristas suponen es que la perícopa podría haber circulado como texto independiente; pocos se habrían animado a incluirla en los relatos evangélicos por la sencilla razón de que parece absolver el pecado de adulterio, uno de los pecados que la Iglesia de los primeros siglos trataba con mayor dureza; finalmente, el mismo peso tradicional del texto (conocido por varias comunidades) y la coherencia evangélica (las actitudes de Jesús en esta escena se corresponden con las actitudes de Jesús a lo largo de los cuatro Evangelios), hicieron que se reconociera su inspiración divina y su canonicidad.

miércoles, 9 de marzo de 2016

(Cuaresma) ¿Hijo pródigo, padre misericordioso o hermano fariseo? - Lc. 15, 1-3.11-32


La parábola del padre misericordioso (mal llamada del hijo pródigo), no es un texto aislado en Lucas. Cuidadosamente está ubicada en el capítulo 15, junto a otras dos parábolas, la de la oveja perdida (cf. Lc. 15, 4-7) y la de la dracma perdida (cf. Lc. 15, 8-10). Las tres parábolas están contadas en un contexto preciso: Jesús rodeado de publicanos y pecadores (cf. Lc. 15, 1) y fariseos y escribas que lo critican por comer con esta clase de gentes (cf. Lc. 15, 2). La tradición ha llamado a esta sección las parábolas de la misericordia, porque de una u otra manera, el amor/gracia de Dios se manifiesta superando los límites previsibles. El pastor deja noventa y nueve ovejas para buscar una sola; la mujer da vuelta la casa hasta encontrar la dracma; el padre recibe al hijo menor que se había ido y que había despilfarrado su herencia. En las tres escenas, el tema de la alegría es evidente. La conversión del pecador genera un gozo indescriptible en el cielo, entre los ángeles, y en el mismísimo padre. Hay fiesta y celebración porque los muertos regresan a la vida, los extraviados encuentran el camino, los perdidos son encontrados. Hay fiesta y celebración porque el amor es más grande que el mal.

jueves, 3 de marzo de 2016

(Biblia) A qué le canta el Cantar de los Cantares

Un libro con historia
A lo largo de los siglos, desde que el Cantar de los Cantares fue escrito, las interpretaciones sobre su significado se fueron sucediendo una tras otra. De acuerdo a la época y a los menores o mayores tabúes sobre el tema sexual, se lo vio como una mera alegoría de otra cosa o, finalmente, como lo que parece ser: un canto al amor humano, y dentro del amor humano, a la faceta sexual del amor. Quizás no parezca escandaloso decirlo así, libremente, en esta época, pero significó un problema y, luego, un avance, llegar a reconocer que la Biblia tiene un libro que habla eróticamente. En 1577, Fray Luis de León tradujo al castellano el libro desde el latín y fue encarcelado por hacerlo. A ese punto llegó el problema de su interpretación.

Obviamente, los primeros que hicieron historia al intentar descifrarlo fueron los mismos judíos. Calculemos que el libro fue escrito alrededor del año 400 a.C. Los exegetas del judaísmo, en general, optaron por la alegoría: el libro describe la relación mística de amor entre Yahvé y el pueblo de Israel. Siguiendo esa línea, el cristianismo primigenio pensó lo mismo, sólo que cambió los protagonistas por Cristo y por la Iglesia, para adaptar el mensaje. San Bernardo, por mencionar uno de los notables, interpretó que se trataba del Espíritu Santo y la Virgen María. Fue Teodoro de Mopsuestia (350-428 d.C.) el que se animó a postular algo distinto: el Cantar sería la evocación de un matrimonio entre el rey Salomón y una princesa egipcia. En su momento, lo de Teodoro fue descalificado, pero recuperó vigencia desde el Siglo XVI, mezclándose con otras variantes que no prosperaron. En 1898, un cónsul alemán en Damasco notó cómo se celebraban las bodas en el cercano y medio Oriente, y dijo, basado en sus observaciones, que el Cantar de los Cantares podía ser, sencillamente, una colección de cantos de amor destinados a festejar las bodas.
En el Magisterio católico, la última referencia que tenemos es la que hizo Joseph Ratzinger como Papa Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, número 6: “¿Cómo se debe vivir el amor para que se realice plenamente su promesa humana y divina? Una primera indicación importante podemos encontrarla en uno de los libros del Antiguo Testamento bien conocido por los místicos, el Cantar de los Cantares. Según la interpretación hoy predominante, las poesías contenidas en este libro son originariamente cantos de amor, escritos quizás para una fiesta nupcial israelita, en la que se debía exaltar el amor conyugal”.