lunes, 30 de junio de 2014

La boca de Dios está en los silenciados / Decimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A – Mt. 11, 25-30 / 06.07.14

En esa oportunidad, Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”. 

Volviendo al tiempo litúrgico ordinario, volvemos al Evangelio según Mateo en este Ciclo A. Los versículos seleccionados para este domingo son, en su primera parte, compartidos con Lucas (cf. Lc. 10, 21-22), y en su segunda sección exclusivos de Mateo. Por esta razón podemos atribuir Mt. 11, 25-27 a la fuente Q y el resto a la redacción propia del autor. Además, si tuviésemos que optar entre la versión mateana y la lucana para establecer cuál es la más original o la más primitiva, nos quedaríamos con Mateo, ya que la presencia tan significativa de aramismos nos permite remontar las expresiones casi hasta Jesús en persona. Podría tratarse de un salmo espontáneo del Maestro que la tradición conservó, o algún tipo de sentencia que, inmediatamente, la Iglesia primera convirtió en oración. De todas maneras, se trata de una alabanza en su inicio, que sufre una interpolación teológica y culmina con una invitación tierna, como si se tratase de una oración de la comunidad que Jesús pone en sus labios, adelantándose al pedido de alivio de los subyugados.
El marco que el autor da a las expresiones jesuánicas es violento. Justamente, estos versículos cortan la tensión literaria. El Maestro está recriminando a las ciudades (y por extensión a sus habitantes) su rechazo del Evangelio. Tanto Corozaín, como Betsaida o Cafarnaún serán tratadas más rigurosamente por Dios que Tiro, Sidón (paganas) o Sodoma (ciudad pecadora por excelencia del Antiguo Testamento). Este enardecimiento de Jesús (cf. Mt. 11, 20-24) tiene mucho que ver con lo que parece ser el fracaso de su ministerio en Galilea. Les ha hablado, ha realizado milagros y ha convivido con ellos mostrando y demostrando el Reino de Dios, pero aún así lo rechazan. Los escribas y fariseos se ponen más firmes en sus opciones, las sinagogas lo excomulgan, las masas se le acercan y alejan intermitentemente. El gran proyecto galileo de reforma judía que intentó llevar adelante atraviesa una crisis. Por eso afirma: “Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: ¡Ha perdido la cabeza!. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Mt. 11, 18-19). Es la confirmación de que, aún separándose del proyecto del Bautista, más focalizado en el castigo divino que en la misericordia, Galilea rechaza al Padre. Por mostrar un Reino de los Cielos que se hace concreto comiendo y bebiendo, entre publicanos y pecadores, se ve obligado a recriminar lo que sucede. Aunque la recriminación podría concluirse con una mirada pesimista, Jesús reinterpreta este rechazo galileo en clave de alabanza. El Reino de los Cielos no ha fracasado, sino que se ha revelado a los pequeños, mientras que los sabios y prudentes no lo entienden, lo resisten desde su falsa sabiduría. Dios no ha equivocado el camino; eso descubre Jesús. Dios ha seguido su opción fundamental por los pequeños, y quien sabe descubrirlo está capacitado para alabar y adorar al Señor.

martes, 24 de junio de 2014

Divididos por Pedro / Fiesta de Pedro y Pablo, día del Papa - Ciclo A - Mt 16, 13-19 / 29.06.14

(Mt 16, 19) Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.


Este texto es clave para el ecumenismo. Una decisión sobre la interpretación de este versículo y sus sucedáneos puede determinar un acercamiento profundo o un alejamiento irreconciliable en el camino del diálogo. Por lo pronto es un alejamiento. El catolicismo ha interpretado sostenidamente que estamos ante una validación de la institución del papado. Pedro se presenta como el personaje que sería el primer Papa, dueño de las llaves del Reino, con poder absoluto de atar y desatar, con la capacidad de modificar en la tierra cosas que se modifican en el cielo. El texto es complejo. El acervo histórico que se desprende de él también. Es un texto sobre el personaje de Pedro, pero también sobre el personaje de la Iglesia respecto al Reino. Mateo es el único evangelista que la nombra como tal. El término, en griego, es ekklesía, que puede traducirse por asamblea convocada. La traducción griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta (LXX), utiliza el vocablo para traducir la qahal hebrea, asamblea de los santos que constituyen el pueblo de Dios, los justos de Israel. Pero ekklesía no es un término derivado específicamente del ámbito religioso o litúrgico. El Imperio Romano utilizaba la palabra para designar la asamblea de pobladores debidamente convocada que, junto con la boulé (consejo), expresaban la voluntad del pueblo (demos).
Para Mateo, esta Iglesia no puede ser derrotada por las puertas del Hades (pule Hades según el texto original griego que algunas versiones traducen como el poder de la muerte). Esta expresión es una sinécdoque. En este caso, las puertas designan la totalidad del Hades, como sucedía con las ciudades antiguas que, al tener grandes pórticos de entrada (por ser amuralladas), podían ser identificadas por sus puertas. La puerta de la ciudad era el símbolo de la ciudad misma. También, en un segundo nivel, las puertas son la fuerza de la ciudad. Cuando se atacaba un lugar, el hecho de derribar las puertas era la certeza de que la batalla estaba ganada y ese lugar iba a ser conquistado. Una puerta fuerte, difícil de derribar, corresponde a una ciudad fuerte. Las puertas del Hades son el Hades con toda su fuerza. Hades (el infierno de la mitología griega) es el vocablo que la LXX eligió para traducir el hebreo Sheol, sitio de la cosmogonía hebrea donde terminaban todos los humanos al morir, lugar de oscuridad debajo de los mares, donde los muertos están concientes de la sombra que los rodea como en un estado de suspensión. El Sheol es la cueva final donde la esperanza se acaba. Allí sólo resta esperar, a tientas, que Dios se digne a visitar a los muertos para sacarlos de su estado. La Iglesia, según Mateo, es más fuerte que eso. Está para prevalecer sobre esa fuerza de la desesperanza. La Iglesia es más poderosa que la muerte. Por eso puede ser una alternativa a la sociedad imperial que propaga la opresión con sus legiones militares.
Pedro, y con él toda la comunidad eclesial, tiene las llaves del Reino (las llaves de la puerta, aunque no se diga explícitamente). Pedro tiene toda la fuerza de la Iglesia. ¿Y eso qué significa? Un texto clave para entender el significado de las llaves es Is 22, 22, en el oráculo que habla sobre Eliaquím: “Pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá”. Eliaquím recibe las llaves davídicas, por lo tanto, tiene autoridad para abrir y para cerrar. Pedro, por la revelación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios, puede abrir la comprensión del Reino a los demás. Toda la fuerza de la Iglesia es la potencia para proponer un modo de vida alternativo desde la perspectiva del Reino. Hay un reino que es de muerte (el reino del Hades), pero la Iglesia tiene las llaves para abrir el Reino de la vida, mucho más poderoso. La función primordial de Pedro es transmitir vida, ser un generador de espacios de comunión que se enfrenten al Hades, a la muerte, al poder opresor. No son las llaves de una puerta real, como muchas veces se interpreta, aplicando a Pedro (y sus supuestos sucesores) la capacidad de vender parcelas en un cielo post-mortem. Son llaves como responsabilidad, como obligación eclesial de hacer el Reino más cercano a todos, más entendible, aquí en la tierra, ahora. La dicotomía tierra-cielo con la que juega el lenguaje de este versículo no es dicotomía en realidad, sino más bien una descripción de los extremos que encierran la totalidad. Si se interpreta como dicotomía, entonces el cielo no tiene nada que ver con la tierra, y la historia es sólo un paso que hay que soportar; pero sin dicotomía, tierra-cielo es el universo creado, y la historia es un componente objetivo para nosotros de la gran realidad que no podemos abarcar por completo, pero que podemos transformar con la fuerza de la comunión.
Del mismo modo, el poder de atar y desatar (relacionado al poder de abrir y cerrar) está en oposición a la destrucción que disemina el Hades. Así como Pedro recibe el encargo, en Mt 18, 18 es toda la comunidad eclesial la que recibe el mismo poder de atar-desatar. Toda la Iglesia tiene una responsabilidad comunional, de atar a las personas entre sí y ellas a Cristo. Atando, y no desatando, será que la Iglesia propondrá un Reino anti-imperial. La tarea de Roma es desunir a los pueblos bajo la falsa apariencia de globalización, para que parezcan conectados en la oikumene, pero en el fondo estén desarmados, destruidos por dentro. El Reino de Dios, al contrario, busca la comunión verdadera, donde no hay provecho para el Emperador solamente (que amplía sus territorios), sino provecho para todos.

lunes, 16 de junio de 2014

Carne (pan) para el hambre (la vida) del mundo / Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo A – Jn. 6, 51-58 / 22.06.14

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

El paso del pan a la carne es vital para entender este pasaje, porque ese paso, así sin más, refiere al paso de la celebración de la última cena, que materialmente se celebra con pan, pero que sacramentalmente es carne del Hijo. Para mayor especificidad, la carne se asocia a la sangre. Carne y sangre es una manera de designar a la existencia completa de una persona. La carne es lo material, el cuerpo mismo, y la sangre es la sede de la vitalidad, o por sinécdoque, la vida misma. Si unimos la carne y la sangre tenemos a la persona, materialmente viva, corporalmente vital. Cuando Jesús habla de su carne y de su sangre está hablando de todo su ser, de su persona entera, y por extensión, de su manera de vivir, de su mensaje, de sus principios, de sus valores. El sentido eucarístico de la carne y de la sangre también tiene que ver con la totalidad de Jesús. Es todo Jesús en la eucaristía, toda su vida, todo su mensaje, toda su radicalidad, todo su profetismo, toda su entrega. Es probable que la fórmula comer la carne y beber la sangre sea una de las más antiguas fórmulas litúrgicas de la celebración eucarística. La utilización de las imágenes de la carne y de la sangre refiere a un contexto lingüístico semita, y podría tener su origen en Palestina. Quizás, esta sección del capítulo 6 que leemos hoy fue añadida con reminiscencias antiguas para validar su posición teológica. Quizás, la defensa del culto eucarístico tenga como principal argumento su antigüedad, su vínculo con los orígenes del cristianismo, su ligazón estrecha con Jesús celebrando la pascua (la última cena) con sus discípulos.

lunes, 9 de junio de 2014

Santa Trinidad que estás en la tierra / Fiesta de la Santísima Trinidad – Ciclo A – Jn. 3, 16-18 / 15.06.14

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

La idea de Rahner, tan discutida teológicamente, de que la historia de la salvación no revela algo de Dios, sino a Dios mismo, es la iniciativa para que la vida que ofrece como don la Trinidad no sea un proyecto a futuro, sino una posibilidad histórica por la que trabaje la Iglesia. Si el Hijo vino para dar vida, y vida en abundancia, entonces la Iglesia tendría que hacer todo lo posible para traducir esa abundancia en términos cotidianos. La liturgia, por ejemplo, no puede ser sólo una mirada hacia el cielo; la liturgia debe celebrar con la tierra, debe planearse a través de los seres humanos que no están viviendo la abundancia de la vida. Hacer personas abundantes; esa puede ser la misión eclesial. No hablamos de la abundancia que excede, la abundancia de los ricos, la abundancia económica. Hablamos de la abundancia de vida. Jesús, siendo pobre con los pobres y marginal con los marginales, vive abundantemente. Su chequera no es abultada, ni tampoco sus bolsillos, pero disfruta de la vida de una manera increíble. Celebra banquetes, reuniones comunitarias, predica la alegría del Reino. Goza y saborea la vida, sin bienes económicos ostensibles. E invita a gozar y saborear la vida de la misma manera que Él. Serán fuerzas externas (políticas y religiosas) las que troncarán su existencia antes de tiempo e injustamente, pero no un desprecio por la existencia. Jesús sabe que debe acercar la vida al ideal del Padre. Esa es su misión.

martes, 3 de junio de 2014

Hacer nuevas todas las cosas / Fiesta de Pentecostés – Ciclo A – Jn. 20, 19-23 / 08.06.14

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.


Es el atardecer del día de resurrección. Ya sucedió otra cosa en el atardecer del Evangelio según Juan: un episodio relacionado con la multiplicación de los panes (cf. Jn. 6, 16). Tras el milagro y la euforia de la gente que quiere hacer de Jesús un rey, éste huye y se refugia solo en la montaña. Los discípulos, por su parte, bajan a la orilla del mar y se embarcan dirigiéndose a Cafarnaún. Es de noche, el mar está agitado, el viento sopla con fuerza, y Jesús no está con ellos. Son los discípulos en soledad frente a las potencias del mal (representadas simbólicamente en el mar, la oscuridad y el viento). Es una situación parecida a la que leemos hoy: los discípulos están solos, tienen miedo a los judíos que los acechan, Jesús no está con ellos. En ambos atardeceres hay una comunidad aparentemente sola rodeada por el mal. Es la desesperación de la tormenta que significa haber perdido al Maestro. Es el día de la resurrección, pero ellos no tienen toda la certeza. Jesús se hará presente, visible en presencia. Caminará sobre las aguas de la muerte (cf. Jn. 6, 19), triunfal, derrotando las circunstancias adversas. Es él, es Jesús, no hay que temer. Es el primer día de la semana, el domingo, el inicio de un conjunto de días que es el inicio de una época. Época de Iglesia, de comunidad cristiana, de resurrección, de final de los tiempos. Es mia ho sabbaton, o sea, el primero después de sábado según la traducción literal de la frase en griego. Esta era la expresión para referirse al domingo, primer día tras el sábado. Porque el sábado (institución del judaísmo) ha quedado atrás. Esto es lo que recalca Juan en todo su libro. El judaísmo ha pasado, es caduco si no se vuelve pleno en Jesús. Los que no son capaces de asumir en la persona de Jesús la realización mesiánica que supera el templo, los sacerdotes, las fiestas litúrgicas y el Antiguo Testamento, se quedan en un sábado que es viejo, anticuado, estancado. El domingo es lo nuevo, es la re-creación que se abre con la resurrección.