martes, 6 de noviembre de 2012

Mucho ojo con los escribas y con los templos / Trigesimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – Mc. 12, 38-44 / 11.11.12


38 Y Él les enseñaba: “Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas 39 y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; 40 que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad”.41 Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. 42 Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. 43 Entonces llamó a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, 44 porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”. (Mc. 12, 38-44)


38
Pocos versículos atrás, Jesús había elogiado a un escriba, el cual no se encontraba lejos del Reino de Dios en su interpretación de la vida y de los mandamientos. Pero, aparentemente, esta era la excepción que confirma la regla. Ahora, dirigiéndose al pueblo que lo escucha, advierte sobre el cuidado que hay que tener con los escribas, quienes no resultan ser lo que aparentan. Seguramente tenemos en estos versículos una crítica confiable de lo que pensaba Jesús respecto a los escribas, pero también es cierto que la crítica jesuánica va más allá de la anulación inmediata de un sistema de creencias; Jesús se centra en las personas; los escribas, en general, constituyen un grupo de poder religioso con ideales distintos a los del Reino, pero no por eso quedan exentos todos los escribas de la participación en el Reino.
Las advertencias van en dos direcciones: prestar atención a la actuación que busca aprobación social sin reflejar verdaderamente una actitud de vida coherente, y denunciar el abuso económico perpetrado contra los más desfavorecidos. La palabra que algunas traducciones interpretan como cuídense y otras como guárdense, es blepo en griego, y su traducción literal podría ser tener vista. Si quisiéramos hacerlo más en lenguaje actual, la invitación es a tener ojo. En lenguaje coloquial, tener ojo sobre algo es desconfiar inicialmente y mantenerse alerta para detectar el engaño.
Lo primero sobre lo que hay que tener ojo son las vestiduras exageradas. Según el comentarista que se tome, algunos creen que Jesús hace referencia a los hilos de la punta del manto, exageradamente largos para llamar la atención, y otros se inclinan a pensar en el vestido sabático de fiesta que sólo los ricos podían adquirir. De cualquiera de las dos formas, el problema es la ostentación. El ropaje marca una diferencia con el resto, económica, social o religiosa, pero intenta establecer un muro para que sea elocuente la distancia. Hay ropas propias de un poder adquisitivo, ropas que traslucen la clase social y ropas para uso sagrado o sacerdotal. Esas diferencias, en el ámbito de lo religioso, buscan la alabanza del otro sobre la persona que ostenta. Las vestiduras serían el signo de la santidad, el símbolo de una sabiduría que merece ser alabada. Por eso el saludo en las plazas de los escribas que se detienen para que, con reverencia, el pueblo reconozca su posición de privilegio. No es un saludo común, entre hermanos o amigos, sino el saludo estereotipado que reconoce el honor y la superioridad del otro, como se saluda a monárquicos y jerárquicos. Hay que tener ojo con ello porque son expresiones externas que buscan alimentar el ego, y no se condicen con la religión del prójimo, con la tendencia del Reino a vivir en plenitud en el hermano. Son prácticas hacia dentro, hacia uno mismo, sin salida al exterior.


39
Como otra manifestación de egolatría, aparece el tema de los primeros asientos. Los escribas buscan tener los primeros puestos en la sinagoga y en los banquetes. El tópico es conocido en la tradición bíblica, y ciertamente puede remontarse a Jesús la imagen de los primeros y los últimos puestos como paradoja del Evangelio; quien quiere sentarse al principio debe ir al final, últimos por primeros, servidores para ser servidos. Los escribas expresan el ansia de tener honor terrenal, de ocupar lugares de privilegio que les reditúen ventajas frente a la comunidad. Estos primeros asientos, en la sinagoga por ejemplo, posiblemente se refiriesen a las sillas que están al frente de la congregación, mirando hacia los demás, como una especie de presidencia de la sinagoga. Seguramente eran puestos cercanos al armario de la Torá, lo que refuerza la idea de santidad simbólica. Por otro lado, los primeros asientos en los banquetes estaban al lado del anfitrión, y también tenían la fuerza simbólica de lo distintivo; allí se sentaban las personalidades más sobresalientes de una comida.
Esta actitud de búsqueda de los primeros lugares es opuesta al Reino de Dios. Jesús ya lo ha explicado a sus discípulos anteriormente, y ahora evidencia cómo esta práctica está arraigada en los escribas. El Evangelio no parece ser una cosa de honrados (en el sentido del honor mundano, el reconocimiento, las posiciones de privilegio), sino de deshonra. Los fieles al Evangelio son deshonrados por los demás, porque no buscan mostrarse ni ocupar los primeros asientos ni recibir un saludo en las plazas. Están al final, y allí al final nadie los ve, nadie los nota. Pero no desesperan. Es el lugar del Evangelio, el lugar del Reino, al fondo, con los últimos.

40
Esta acusación de Jesús es terrible: devorar los bienes de las viudas es cometer un acto sacrílego. Según Ex 22, 21 los huérfanos y las viudas están protegidos especialmente por Yahvé. Para nuestro caso particular, la viuda es, en la tradición deuteronomista, uno de los grupos sociales que recibe la preferencia de Yahvé (cf. Dt 10, 18; 14, 29; 16, 11; 24, 17.19-21; 26, 12-13; 27, 19). Hay una inspiración también en Is 10, 1-2: “¡Ay de los que promulgan decretos inicuos y redactan prescripciones onerosas, para impedir que se haga justicia a los débiles y privar de su derecho a los pobres de mi pueblo, para hacer de las viudas su presa y expoliar a los huérfanos!”. No podemos saber cómo hacen los escribas para quitar los bienes a las viudas. Al asociar esta expresión al tema de las largas oraciones, podría suponerse que los escribas solicitan una contribución económica por sus rezos, y que se aprovechan de los indefensos para quitar más dinero. Otra posibilidad es que los escribas, en su función jurista y legal, realicen maniobras que les permitan quedarse con los bienes a ellos u otros amigos.
La acusación revela una corrupción, y peor aún, una corrupción que se realiza desde el ropaje de la oración y la religiosidad. El juicio se vuelve más severo por esa hipocresía que utiliza el nombre de Dios para actos corruptos. Cuando el nombre de Dios sostiene prácticas esclavizantes y opresoras, se lo maltrata de una manera impúdica, y se practica una trasgresión al principio básico de no tomar el nombre de Dios en vano, que es no tomar en vano a Dios mismo, no utilizarlo, no manipularlo, no hacerlo partícipe de crímenes y pecados.

41
Cambiando de un micro discurso de Jesús sobre los escribas hacia una escena en el Templo, pero conservando como nexo de unión a las viudas, estamos en el gazofulakeion, palabra griega que puede designar tanto el arca del tesoro, ubicada cerca del patio de las mujeres del Templo de Jerusalén, como los cepillos de las ofrendas, donde el pueblo depositaba su ofrenda monetaria para el sostenimiento del funcionamiento templario. La imprecisión hace más evidente también la imposibilidad de que Jesús estuviese sentado donde dice el autor que está, pues se supone que no estaba permitida esa acción. Podríamos encontrarnos frente a una escena fabricada literariamente, aunque el concepto que se va a expresar a través de ella tiene mucho matiz jesuánico.
Hay un suceso remarcado que servirá de contrapunto: los ricos dan en abundancia. La frase encierra una trampa. Es una abundancia en comparación directa, pero en comparación relativa, que será el punto de reflexión de Jesús, no es tal la abundancia. Debido a la riqueza del rico, porcentualmente su contribución puede no ser abundante, y puede significar apenas una pequeña entrega insignificante en el conjunto de sus bienes.

42
Aparece en escena una viuda pobre. Este es el punto de contacto con los dichos sobre los escribas de los versículos pasados. Ellos devoran los bienes de las viudas, y he aquí una viuda que viene a ofrendar al Templo. Además de su marginación social propia de su viudez, sin marido-varón que le dé identidad, es pobre. Algunas viudas ricas, de la aristocracia palestina, podían sobrevivir en un mundo patriarcal. Pero una viuda pobre no tenía nada y no era nadie. En el cosmos social no ocupa lugar; está fuera. Ella no tiene valor por ser mujer, no tiene varón que la sostenga, y no tiene dinero para comprar su lugar. Es última entre las últimas.
Acercándose al lugar de las ofrendas coloca dos leptones. El lepton es la moneda de cobre más pequeña, correpondiente a la perutha judía. Equivale, para que tengamos una noción aproximada, a 1/128 denarios. Recordemos que el denario es el pago por un día de trabajo de un jornalero. Por lo tanto, dos leptones son una cantidad ínfima; representan menos de cien veces el valor de un día de trabajo. Para sus lectores/oyentes familiarizados con el sistema monetario romano, Marcos hace una aclaración que algunas traducciones al español conservan y otras han preferido obviar: dos leptones equivalen a un cuadrante. El cuadrante es la moneda romana más pequeña, aproximadamente un cuarto del as. La explicación pone en perspectiva, para quien no conoce las monedas judías, la pequeñez cuantitativa de la ofrenda de la viuda.

43
Jesús dará ahora su enseñanza de lo visto. Ha ocurrido un paralelismo antitético en la vida cotidiana del Templo: los ricos han puesto en abundancia, la viuda pobre ha puesto casi nada. Sin embargo, en la paradoja del Evangelio, la viuda ha puesto más que cualquier otro. Resulta imposible en cifras frías, pero en proporción, Jesús entiende la ética de esta matemática. Quien más tiene, menos esfuerzo realiza en poner mucho, y sus riquezas le dan la posibilidad de ser avaro aparentando generosidad. El pobre, en cambio, siempre tendrá una ofrenda pequeña en cantidad, pero en relación a sus bienes, equiparar la ofrenda del rico puede resultarle imposible, aunque no se avaro. Posiblemente, el pobre siempre parezca avaro al ofrendar. Pero lo que está detrás, lo verdaderamente válido, es la intención y la actitud de la ofrenda. No importa la cantidad para Jesús. No interesa el tamaño de la ofrenda, sino el tamaño del corazón que ofrenda. Este es un revés grande para la Iglesia de todos los tiempos, la que valida como buenos a los ricos que aportan sumas considerables y presiona fuertemente al pueblo pobre para que sostenga el funcionamiento eclesial. Jesús no se concentra en la cifra depositada, sino que va más allá, hasta la persona, hasta el corazón.

44
Un dicho judía expresaba: “según el camello, la carga”. Era un refrán para sostener lo que predica Jesús. Según la capacidad monetaria real, la ofrenda. Según los bienes para la vida cotidiana, la posibilidad de aportar al sistema religioso. No se puede exigir una cifra común. La idea del diezmo veterotestamentario está en esa línea: dar el diez por ciento, sin importar si se poseen muchas o pocas cosas. Siempre es uno cada diez. Posiblemente, los ricos que depositaban las ofrendas no daban un porcentaje de lo que tenían para vivir, sino que dejaban allí lo que les sobraba, lo que no les causaba daño dar, lo que no les costaba. En apariencia son magnánimos, pero en la realidad son desinteresados o avaros. La viuda pobre, en cambio, lo ha dado todo, posiblemente mucho más que el diez por ciento de lo que tenía. No hay comparación. Su ofrenda pasa desapercibida en el montón, pero ha sido la más grande. Ella es la verdadera magnánima.
El razonamiento tiene sentido, siempre y cuando se asuma la estructura religiosa templaria como válida. Aquí tenemos un problema vital en esta escena. ¿Está Jesús validando el Templo y su funcionamiento burocrático? ¿Sostiene Jesús que las ofrendas a la religión tienen sentido? ¿Era más conveniente que la viuda dejara sus dos leptones allí o que los usara para comer? Es difícil el análisis. A las claras, Jesús está enfrentado con el Templo. Eso revela todo el libro de Marcos. ¿Pero su enfrentamiento es total, al punto de pensar en la eliminación del mismo? ¿O se sugiere más bien un reforma del sistema? Sabemos que para Marcos, la expulsión de los vendedores y cambistas del Templo (cf. Mc 11, 15-17) está narrada en sentido universalista: el Templo debe ampliarse y volverse sagrado para judíos y paganos, en una expansión que ya no separe, sino que unifique en la comunión de Yahvé. Siguiendo ese razonamiento, asumimos que Jesús es más reformador que destructor. El Templo puede continuar, pero si lo hace de otra forma, desde otra mirada sobre el pueblo. Si continúa así, evidentemente desaparecerá. Debe ser un templo universal, sin distinciones, con más foco en las personas que en las ofrendas, con menos burocracia, con más proyección social, preocupado por la relación concreta de las personas con Dios y no con el vínculo diplomático con Roma. Jesús, posiblemente, creyera que el Templo debiese continuar cambiado, pero que si no cambiaba, era mejor su desaparición. En un Templo cambiado, el planteo sobre la comida de la viuda frente a la ofrenda no tendría sentido, porque la viuda encontraría alimento en el mismo Templo y sería asistida por él.

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