lunes, 10 de febrero de 2014

¿Qué tengo que hacer con el Antiguo Testamento? / Sexto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A – Mt 5, 17-37 / 16.02.14

(Mt 5, 19) “El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos”

Este versículo, enmarcado en el Sermón del Monte (Mt 5-7), y microscópicamente, enmarcado en Mt 5, 17-20, es un intento más de Mateo por lograr la comunión entre el judaísmo más nuclear y el cristianismo que se ha derivado de Jesús de Nazaret. Es una tarea titánica la que ha emprendido Mateo. Escribe, mayoritariamente, para judíos convertidos al cristianismo que conocen el Antiguo Testamento, y que seguramente han intentado practicarlo, y que no están totalmente cómodos con la liberalidad (si podemos llamarlo así) de Jesús frente a la Ley. Pero han optado por Jesús, lo encuentran coherente. Sin embargo, queda ese escozor, ese miedo quizás, de estar rechazando a los ancestros, de estar olvidando al Yahvé de los padres. Mateo pretende dar una explicación, desde el Evangelio, a la posibilidad de congeniar el judaísmo de la Ley con el cristianismo de Jesús.

Hay varios intentos de respuesta elaborados, en el cual se incluye Mt 5, 17-20. La pregunta de fondo es qué hacer con el Antiguo Testamento. ¿Hay que olvidarse por completo de la primera revelación? ¿Con el Cristo hacemos borrón y cuenta nueva? ¿Valen los códigos del Levítico y del Deuteronomio aún? Si bien son preguntas de la comunidad de Mateo, siguen siendo preguntas para el cristiano de hoy. ¿Hay que quemar el Antiguo Testamento por obsoleto?
La respuesta de Jesús en este caso atraviesa tres argumentaciones. Él no ha venido a destruir el Antiguo Testamento (Ley y Profetas según la terminología hebrea de Mt 5, 17). Pensándolo bien, no tiene sentido. El Antiguo Testamento es un intento de comprensión de la revelación de Yahvé, y es válido en cuanto representa una búsqueda sincera de lo divino, búsqueda de trascendencia. Contiene leyes, por supuesto, como todo libro rector de la vida de un pueblo, y esas leyes pueden ser criticables, pero la legislación no es la esencia de la revelación. Reducir el Antiguo Testamento a sólo leyes es un error. Por eso Jesús propone que si la justicia de los seres humanos (no la justicia legal, sino la manera de relacionarse con el proyecto de Dios Padre) no supera el tipo de justicia que se viene practicando entre los escribas y fariseos (cf. Mt 5, 20), el tiempo nuevo del Reino de los Cielos queda en la nada. ¿Qué significa esto? Pues, simplemente, que Jesús cumple la justicia del Antiguo Testamento llevando la ley a su máximo esplendor, que es el amor. Es cierto que la ley sigue vigente, pero no en la letra, sino en su espíritu. El espíritu originario del Antiguo Testamento, de las primeras revelaciones de Dios, es hacer patente su amor.
Sobre estas dos argumentaciones al problema, se ha incluido el versículo que nos compete ahora, donde parece que en el Reino hay menores y mayores. Asumiendo que el cumplimiento sigue siendo un parámetro de vida en el discípulo, Jesús recuerda que hay que cumplir y enseñar. Algunos no cumplen ni enseñan, y son los menores del Reino. Otros enseñan y cumplen, y son los mayores. A simple vista, parece que se describe una escala del Reino, donde no hay una horizontalidad de igualdad, sino que parecen haber distintas clases, con mayores y menores. Por eso decidimos analizar esta expresión bajo el acápite de los personajes del Reino, pues pareciera que hay dos clases de ellos: los cumplidores y los no cumplidores, mayores y menores. Ambos están en el Reino, pertenecen a él, no son expulsados, pero en categorías diferentes. El simbolismo es difícil de congeniar con el Reino igualitario. Se entiende que la expresión refuerza la idea de cumplimiento, pues ante los que pretenden aferrarse al mal entendido liberalismo de Jesús para rechazar lo que debe hacerse y lo que no, Mateo recuerda que hay una vigencia de los deberes, que deben hacerse desde el amor y la libertad, pero que no dejan de ser deberes. Se propone un cambio de actitud frente a la Ley, pero no un olvido completo de la existencia de un modo de relacionarse, un modo de cuidar y proteger al otro. La Ley sigue estando, ahora en perspectiva del prójimo.
Lo de los personajes mayores y menores del Reino es difícil de explicar. ¿Cómo pueden convivir en el Reino de los Cielos unos mayores con unos menores, como clases sociales? ¿Cómo puede admitir el Reino de la igualdad tal separación? ¿Existe un gris intermedio? ¿No es el Reino una realidad en la que se está dentro o de la que se está fuera? Creo, como pequeña y refutable hipótesis, que Mateo no está dando una imagen acabada del Reino, sino utilizando el método literario clásico de la comparación antitética. Oponiendo dos realidades opuestas, se intenta realzar una. ¿Quién querría ser un menor del Reino? Si estamos embarcados en el seguimiento de Jesús pretendemos ser mayores, no más grandes que otros, sino mayores en la grandeza de nuestro seguimiento, mayores en compromisos, mayores de edad en la decisión del discipulado. La frase podría ser un aliciente, un llamado de atención a no quedarnos menores. Por otro lado, también como pequeña y refutable hipótesis, podría ser que Mateo describa el proceso del Reino, en el cual hay menores y mayores en el camino, mientras se desarrolla el discipulado, con avances y retrocesos, pero llegada la plenitud escatológica, ya no habrá mayores y menores, sino iguales en el Reino. Pero, por supuesto, estamos sólo ante hipótesis.

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