lunes, 30 de octubre de 2017

2. El Reino a la vuelta de la esquina - Marcos

(Mc 9, 1) Y Jesús les decía: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder”. [Mt 16, 28; Lc 9, 27]

Estamos ante una expresión difícil de entender. Se admiten dos o tres variantes interpretativas, quizás con el mismo valor argumentativo. Personalmente, no ha sido una decisión fácil la de colocar este versículo aquí, dentro de la reflexión sobre el Reino que ya está, o hacerlo en la sección siguiente, sobre el Reino escatológico. De alguna manera velada, estas palabras encierran un concepto dual muy acorde a la escatología de Marcos. El Reino está aquí cerca, alrededor, rodeándonos, presente en cualquier momento y en todos los momentos; y está ese momento particular y preciso en que el Reino se revela con un esplendor magnífico, que es el momento-signo de lo escatológico, de lo que se instaurará para siempre.

En términos de análisis exegético, esta frase de Jesús puede referirse a los discípulos de ese momento histórico, y más precisamente a Pedro, Santiago y Juan, que son los que luego acompañarán al Maestro al monte de la transfiguración (cf. Mc 9, 2-8); o puede referirse a todos los discípulos cristianos de todos los tiempos, destinados a ver la gloria del Reino. También puede ser un aliciente para las primeras comunidades cristianas que, creyendo inicialmente que Jesús volvería en esos primeros años, empezaban a verse defraudadas por el retraso de la Parusía, haciendo tambalear la fe. En cualquiera de las tres opciones, hay una promesa que supera a la muerte. No se gustará la muerte sin antes tener la experiencia del Reino. Es una promesa que puede aplicarse a cualquier época, a cualquier grupo de discípulos. Puede ser una visión, un éxtasis, un encuentro, una revelación personal, un estado espiritual; no hay detalles; pero el discípulo tendrá experiencia de ese Reino que circunda y que está presente misteriosamente. Habrá un momento donde el velo será quitado manifiestamente, como les sucedió a Pedro, Santiago y Juan en el monte durante la transfiguración. La luminosidad de la escena explicará lo divino, lo celestial. Se produce una conexión cósmica entre el ser humano y Dios. Y se traza un arco que unifica el bautismo en el río Jordán (donde también se oye la voz del Padre, cf. Mc 1, 11) y la tumba vacía (donde también hallamos vestiduras blancas, en un joven, cf. Mc 16, 5). Principio y final, final y recomienzo. El ser humano que se descubre Hijo de Dios y el Hijo de Dios que, muerto como un humano, deja la tumba vacía.
Allí podemos intentar entender por qué Jesús habla del Reino que viene con poder. En griego, este poder es dynamis, es una dinámica de la capacidad inherente de cada cosa, de cada persona, de cada situación. El Reino no viene con el poder aplastante del Imperio Romano, con militares y legiones. El Reino de Dios tiene una fuerza interna, una dinámica propia de su condición, que lo hace venir-estar entre los seres humanos. El poder de este Reino está manifiesto, final y definitivamente, en la vida sobre la muerte, en la tumba vacía.
Por eso hay una conexión entre la venida del Hijo del Hombre y la venida del Reino, según este dicho y según la escena de la transfiguración. La asociación responde a una visión escatológica, en principio. El Hijo del Hombre es la figura apocalíptica del capítulo 7 de Daniel, donde en una visión aparece “sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre” (Dn 7, 13), quien recibe el dominio, la gloria y el reino, y es servido por todos los pueblos, naciones y lenguas, “su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido” (Dn 7, 14b). En el Evangelio según Marcos, podemos distinguir dos circunstancias de las que habla Jesús sobre sí mismo utilizando abundantemente la expresión Hijo del Hombre: las tribulaciones por las que debe pasar (cf. Mc 8, 31; Mc 9, 12. 31; Mc 10, 33.45; Mc. 14, 21.41) y la glorificación o gloria divina (cf. Mc 2, 10.28; Mc 8, 38; Mc 9, 9; Mc 13, 26; Mc 14, 62). Esta es otra pista para entender qué tipo de poder es el que trae el Reino de Dios. Es poder de la gloria, pero sin obviar el sufrimiento. El Hijo del Hombre triunfa, pero crucificado, azotado y despreciado.
Sin embargo, junto a la visión escatológica, tenemos que entender la visión de lo actual. Porque si el Hijo del Hombre está en la tierra, está en Jesús, actúa y hace presente lo divino, eso quiere decir que el Reino de Dios también ya está aquí, ya actúa, y a pesar de los obstáculos que parecen detenerlo o hacerlo retroceder, su gloria se manifiesta. La promesa de ver el Reino antes de gustar la muerte no es necesariamente una proyección hacia el futuro muy lejano, sino que puede ser una concreción inmediata, en instantes, o una revelación que ya muchos han tenido al contemplar situaciones o realidades que reflejan el Reino de Dios de manera nítida, como lo fue la transfiguración para Pedro, Santiago y Juan, aunque como ellos, podemos estar frente a lo transfigurado sin reconocerlo completamente.


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