martes, 17 de diciembre de 2013

Jesús no lo logrará solo / Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo A – Mt. 1, 18-24 / 22.12.13

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: Dios con nosotros.Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

Pistas de exégesis 
En el último domingo del Adviento nos introducimos al misterio de la concepción de Jesús. Los protagonistas son cinco: el Ángel del Señor, el Espíritu Santo, Jesús, María y José. No caben dudas que el hilo narrativo hace referencia, y se entreteje, desde José, a diferencia del Evangelio según Lucas, donde María es la voz cantante. Como fácilmente nos percatamos en un sondeo rápido de los relatos de la infancia, hay una perspectiva más mariana en Lucas y más josiana en Mateo. La prueba irrefutable es la dirección que toman las palabras del ángel. Mientras que en el relato lucano la interlocutora del enviado divino es María (cf. Lc. 1, 26ss), para Mateo es José el que tiene las revelaciones; de María se nos pone al tanto que ya está encinta. A continuación, será siempre José quien tenga que tomar las riendas de la familia (del niño y la madre) para trasladarse a Egipto (cf. Mt. 2, 14) y para regresar a Israel (cf. Mt. 2, 21). 
Como la mayoría de los biblistas lo afirman, el auditorio de Mateo está compuesto, en gran medida, por judíos convertidos al cristianismo. Para estos judíos, lo más importante es que Jesús sea el Mesías según las Escrituras; para ello, debe cumplir con las profecías del Antiguo Testamento, debe comportarse como judío (como rabino, más precisamente), y debe ser descendiente del rey David, para estar en consonancia con el anuncio del profeta Natán (cf. 2Sam. 7, 12-16). Mateo cita el Antiguo Testamento en 41 oportunidades (más que Marcos, Lucas o Juan), de las cuales 10 no se encuentran en los otros Evangelios. El título Hijo de David aparece 9 veces en Mateo, mientras que en los otros Evangelios se encuentra 7 veces sumando todas las apariciones.
En este contexto judío está también el personaje de José. Por la genealogía con la que abre el libro (cf. Mt. 1, 1-17), sabemos que hay una línea de conexión entre Jesús y David, y que el último eslabón es José. La importancia de José, entonces, es tremenda. Gracias a él y al papel que desempeñará, es posible dar cabida al mesianismo jesuánico con todas las letras. En el rango de lo hipotético, si José no aceptase hacerse cargo de la paternidad putativa de Jesús, rechazando la responsabilidad de darle un nombre, se caerían las profecías que identifican al Mesías como descendiente de la casa de David. Jesús, sin padre, en una sociedad patriarcal, sería un extirpado de la historia, un bastardo sin raíces. En los términos teológicos de la encarnación, el rol de José es la clave que arraiga a Jesús al Pueblo de Dios (en Lucas, ese rol lo juega María, la hija de Sión). Literariamente, la relación entre la genealogía y la misión de José está en la posible traducción de Mt. 1, 1: “Libro del génesis de Jesucristo…” y Mt. 1, 18: “Este fue el génesis de Jesucristo…”. Ambos comienzos similares marcan una conexión entre la lista de los antepasados y la escena en la que José recibe el anuncio del ángel.
Ahora bien, la pregunta lógica es qué pretende el ángel precisamente al revelarse a José. La interpretación clásica (sin demasiado fundamento en el texto) es que el ángel le viene a explicar la situación de María (el embarazo), que José estaría entendiendo como un engaño de ella, un adulterio. Pero resulta que, ateniéndonos a la perícopa que leemos hoy, lo que el ángel le explica a José es su situación, no la de su esposa. José no duda sobre la inocencia o la moral de María, sino sobre el rol que le toca desempeñar en un plan divino donde, aparentemente, él quedó fuera. ¿Qué necesidad de padre humano tiene el Hijo de Dios? ¿Para qué seguir al lado de aquella que ha sido elegida por el Espíritu Santo? ¿Qué puede aportar un artesano de Nazaret al Mesías? Pues bien, el mensaje del ángel es que José, como hijo de David, o sea, descendiente del rey de la casta mesiánica, tiene la obligación de ponerle el nombre al niño, porque nombrándolo lo adopta como hijo, y adoptándolo lo incorpora a la cadena genealógica davídica, de donde debe provenir el Mesías. Como sugieren algunos biblistas, una mejor traducción de las palabras del ángel podrían ser: “No tengas miedo en llevarte a María, tu mujer. En efecto (como tú ya sabes), la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo al que llamarás con el nombre de Jesús, porque él salvará al pueblo de sus errores”. Mateo, entonces, asume que José sabe lo misterioso del embarazo de María. Esta lectura aclara, también, por qué el autor recalca que José era un hombre justo. Su justicia no está en una moralidad sexual por la cual rechaza el adulterio como impureza. La justicia de José es más grande, más abarcativa, más preocupada por lo fundamental. La justicia de José es aquella que le hace preguntarse por su vocación, por los caminos de Dios, por la posibilidad de hacerse a un costado para respetar la historia de la salvación. José es justo porque antes que su ego está una mujer, un niño y el Reino.
Dos nombres hay para Jesús. Uno es Jesús, Iesous en griego, una transliteración del hebreo Josué que significa Dios salva. Jesús era un nombre común entre los judíos, debido a la historia del conquistador Josué, sucesor de Moisés para entrar a la tierra prometida. El segundo nombre que menciona Mateo, apelando a la profecía de Is. 7, 14: Immanuel, significa Dios con nosotros. A lo largo del Evangelio según Mateo puede encontrarse una cadena del Emanuel. El primer eslabón de esta cadena es la profecía de Isaías que leemos hoy, aplicada por Mateo. Es el Dios del Antiguo Testamento, de los profetas, el que se hace presente en el vientre de María. No ha desaparecido Yahvé, no se ha ido, sino que ha transformado su presencia en un niño. El segundo eslabón está en Mt. 18, 20: “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”. Son palabras de Jesús a sus discípulos, recordándoles que su presencia es continuada en la oración, en la vida comunitaria. Cuando el nombre de Jesús, o sea, cuando su Persona es tenida en cuenta en el encuentro de dos o más seres humanos, Él está allí. El tercer eslabón está en el final del Evangelio, en Mt. 28, 20: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. La muerte no permitirá que Dios deje de estar con los seres humanos, no lo separará de ellos. Con la resurrección se inaugura una nueva presencia transformada que excede los límites de lo material.

Pistas hermenéuticas 
Dios está. Aunque no lo veamos, aunque nos superen las condiciones de vida, aunque nos agobien los problemas, aunque parezca que el mundo se está destruyendo sin intervención divina. Dios está. Para Mateo era una certeza. Para María y José fue una constatación. Para nosotros debiese ser la esperanza. La gente se pregunta, repetidas veces, nos pregunta directamente, se cuestiona, lo saca a relucir en artículos anti-cristianos: ¿dónde está Dios si las personas se mueren? ¿dónde está Dios si hay niños que no tienen para comer? ¿dónde está Dios cuando suceden las catástrofes naturales? El sufrimiento parece ser el mayor argumento contra Dios, su existencia y, en todo caso, su intervención en la historia. Dios está, pero también está el sufrimiento. Los teólogos intentan llegar a una conclusión satisfactoria sobre el binomio sufrimiento/amor, pero terminan encontrándose con un muro difícil de derribar. 

En estas circunstancias, viene al rescate José y aquello de los caminos de Dios y los caminos de los hombres de Isaías. El ángel le dice a José (nos dice a nosotros) que Jesús no lo logrará solo, no crecerá sin un padre y una madre (no cambiará el mundo prescindiendo de nosotros). El rol de José, fundamental en la historia de la salvación, nos recuerda que nuestro compromiso con la historia también es fundamental. Si vemos desfilar los acontecimientos sin intervenir en ellos, nunca le mostraremos al mundo que Dios, realmente, está presente entre nosotros. 

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