lunes, 3 de marzo de 2014

Tres formas (re-formas) para la cuaresma / Miércoles de Ceniza – Ciclo A / 05.03.14


La Iglesia Católica comienza hoy el tiempo cuaresmal. Es un tiempo que prepara para la Pascua. Litúrgicamente, se trata de cuatro domingos donde, in crescendo, se desarrolla un aspecto del misterio pascual. Teológicamente, es el tiempo que anticipa el gran cambio, la gran transformación, el paso de la muerte a la vida, de la vida vieja a la vida nueva, el bautismo definitivo. Pastoralmente, es el momento en que la Iglesia propone tres acciones concretas: la oración, el ayuno y la limosna. El objetivo de la intensificación de estas prácticas es ahondar espiritualmente en la vida y misión de Jesús para comprender mejor su muerte y asumir con más propiedad su resurrección. Todos los años, la lectura evangélica que abre este tiempo de cuaresma es Mt 6, 1-6.16-18, donde Jesús explica, en el marco del sermón del monte, el sentido verdadero de la oración, del ayuno y de la limosna. En otras oportunidades he comentado esa lectura. Hoy quisiera hacer una muy breve excursión sobre las tres acciones cuaresmales, desde otras citas:

a. Oración: “Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano” (Lc. 18, 10). Orar implica el riesgo de adularse. Cuando Jesús cuenta la parábola del fariseo y el publicano que oran en el Templo, queda claro que el primero ha ido para auto-exaltarse, mientras que el segundo ha llegado arrepentido. La posición desde la que hablan con Dios es totalmente diferente. El fariseo está subido a un pedestal, se cree superior al resto, y el centro del monólogo es él. El publicano sabe que el centro del diálogo está en Dios, que ha venido al Templo para ponerse en sus manos, que no es ni mejor ni peor que el resto de los seres humanos. Es sólo eso: un ser humano. En cuaresma podemos rezar todos los días, pero puede que recemos desde arriba, subidos a escalones y tronos. Una oración así pone el punto gravitacional en nuestro propio poder, despreciando el poder que realmente libera, el poder de Dios. De nada vale orar a manera de monólogo, deleitándonos en nuestra voz. En la oración abrimos las posibilidades al futuro que proyecta Dios para nosotros. Ese futuro es siempre de plenitud, y es una propuesta divina. Cuando creemos que la plenitud la hemos construido con nuestras manos, solitarios, entonces la oración es una falsedad. La oración verdadera es la del publicano, arrepentido y confiado, sabiendo que Dios lo puede convertir, lo puede hacer nuevo, lo puede liberar.
b. Ayuno: “Este es el ayuno que yo amo -oráculo del Señor-: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos” (Is. 58, 6). La Iglesia ayuna para que puedan comer los que tienen hambre hoy. No se ayuna para poner la cara larga ni para cumplir un ritual eclesiástico prescripto. Un ayuno que no repercute en el hermano es una tontera, una falacia. ¿Para qué ayunar? ¿Para mortificarse? ¿Para purificarse? El ayuno que ama el Señor es el que impide que los pobres tengan que ayunar a la fuerza. Sino, es un circo. Nos privamos de alimento voluntariamente como una burla a los que quisieran tener alimento y les es negado. El ayuno real, el ayuno del Reino, el ayuno deseado para esta cuaresma, habrá de ser el que suelte las cadenas injustas (los aprisionados por el hambre), el que desate los lazos del yugo e, inclusive, rompa los yugos (los esclavizados por el hambre), el que deje en libertad a los oprimidos (los que no pueden ni caminar por el hambre). No debemos mentirnos. Dios no se regocija cuando nos ve ayunar solos, en una habitación, con un mínimo vaso de agua que dosificamos durante 24 horas, sin contacto con la realidad. Dios se regocija cuando un hermano que no tenía para comer recibió el pan nuestro de cada día, cuando los padres de familia que trabajan de sol a sol llegan con algo para llenar la olla, cuando la matrona revuelve la olla para los pequeños. Dios se regocija cuando los discípulos de su Hijo se quedan sin pan en la mano porque han decidido compartirlo, han decidido darlo.

c. Limosna: “No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus compatriotas, o un extranjero que vive en alguna de las ciudades de tu país” (Dt. 24, 14). El libro del Deuteronomio defiende una ley con claridad: no se puede explotar al hermano. Eso es un principio mayor que la limosna. Si se acaba la explotación deberían acabarse los que están necesitados de pedir limosna. Dios busca la raíz del problema, no los parches que prolongan la injusticia. ¿Cuánto cambio social produce la limosna? ¿A cuántos seres humanos les devuelve la dignidad? ¿A cuántos libera definitivamente del yugo de la pobreza y la indigencia? Probablemente, la limosna no cambie otra cosa que la conciencia del que la da; ahora más tranquilo, más relajado, porque ha cumplido su deber de cuaresma. ¿No sería grandioso que, en lugar de la limosna, eliminemos la explotación del jornalero, que las empresas paguen sueldos dignos, que no haya trabajadores en condiciones infrahumanas? El verdadero camino de la cuaresma que desemboca en la pascua es el que desemboca en un mundo más justo, en una re-creación de las condiciones de desigualdad para hacernos más iguales, más hermanos. La simple limosna practicada socialmente, en su fondo sostiene un estado de las cosas que es contrario al Reino: hay algunos que pueden dar limosna y otros que están obligados a pedirla. A simple vista, sin disquisiciones teológicas, se nota que el abismo entre ambos es el abismo de los que no viven como hermanos.

2 comentarios:

  1. Gracias Leonardo por tus inspiradoras palabras!

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  2. Gracias, Sergio, por tomarte el tiempo para leer y comentar. Un gran abrazo.

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