miércoles, 17 de abril de 2013

Un solo Buen Pastor: sin coimas, sin negocios turbios, sin comprar votos / Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo C – Jn 10, 27-30 / 21.04.13


Dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”


Pistas exegéticas (qué dice el texto)
Para adentrarnos en el contexto, es necesario leer Jn 10, 22: “Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno”. Como sabemos, para el desarrollo del Evangelio según Juan, las fiestas litúrgicas judías son importantísimas; no tanto en su valor propio, sino como oportunidades para que Jesús las supere con palabras o gestos. En el capítulo 2 tenemos la primera pascua judía (cf. Jn 2, 13) y la sustitución del Templo de Jerusalén por la persona de Jesús; en el capítulo 5 hay una fiesta judía no explicitada (cf. Jn 5, 1) que algunos comentaristas interpretan como Pentecostés, y la curación del paralítico introduce la discusión sobre el sábado, la ley mosaica y la autoridad jesuánica; en el capítulo 6 está la segunda pascua judía (cf. Jn 6, 4) y la multiplicación de los panes que es banquete pascual abierto; el capítulo 7 sucede en la fiesta de las tiendas o los tabernáculos (cf. Jn 7, 2), donde se realizaban libaciones de agua para la fertilidad del suelo, y a partir de las cuales Jesús declarará que Él tiene el agua viva (cf. Jn 7, 37-38); a partir del capítulo 13, con la última pascua celebrada por Jesús (cf. Jn 13, 1), Él sustituye los corderos inmolados en el Templo durante el día de la preparación, al mismo horario en que muere en la cruz (cf. Jn 19, 14.31).

Ahora nos interesa la fiesta de la Dedicación o Hanuka. En el judaísmo de Jesús era una fiesta relativamente nueva, de apenas unos ciento ochenta años, aproximadamente. Su nacimiento histórico está en la revuelta de los Macabeos, sucedida bajo el reinado de Antíoco IV Epífanes. Este monarca había profanado el Templo de Jerusalén cometiendo lo que el profeta Daniel y los libros de los Macabeos llamarían la abominación de la desolación (cf. Dn 9, 27; 11, 31; 1Mac 1, 54). Se supone que esto sucedió en el año 167 a.C. y se trató de un altar, colocado dentro del mismísimo Templo, para adorar al dios Zeus. Claramente, esto volvía impuro el recinto sagrado judío, y a la par, era una afrenta al nacionalismo. Cuando la revuelta de los Macabeos triunfa, una de las acciones principales es purificar el Templo profanado por Antíoco (cf. 1Mac 4, 36). Con el Templo restaurado fue posible celebrar nuevamente como era debido y ofrecer los holocaustos según la Ley (cf. 1Mac 4, 52-53). Se llevó adelante, entonces, una fiesta que daba gracias a Dios por la purificación y que dedicaba el Templo al absoluto uso en nombre de Yahvé (cf. 1Mac 4, 55-58).
Esa fue la primera fiesta de la Dedicación, en el año 164 a.C. A partir de allí, según las crónicas macabeas, Judas Macabeo decide, junto a sus hermanos, que todos los años “a su debido tiempo y durante ocho días a contar del veinticinco del mes de Quisleu, se celebrara con alborozo y regocijo el aniversario de la dedicación del altar” (1Mac 4, 59). La fiesta cae siempre en el mes de diciembre y dura ocho días. El cronograma y el ceremonial fue tomado de la fiesta de los tabernáculos, ya existente (cf. 2Mac 1, 18).
Con el tiempo, se añadió la costumbre de encender lámparas en las casas durante los ocho días de Hanuka, por lo que la Dedicación también recibe el nombre de Luminaria. De esta manera, la fiesta es símbolo fuerte del nacionalismo judío. Ella es recuerdo y celebración de la restitución del Templo (símbolo muy fuerte del judaísmo), de la purificación (concepto ligado a la santidad y la separación del resto, de lo impuro) y de la liberación del yugo extranjero (dimensión política). Hanuka afirma el ser judaico, hace hincapié en una identidad, en el ser individual de cada judío y, sobre todo, en el ser nacional del Pueblo de Dios.

Es en este contexto que Jesús hablará de pastores (figuras de liderazgo, político y religioso) y de ovejas en rebaños (figura de pueblo, nación, grupos humanos). Se puede ver la línea de relación entre políticos (Antíoco IV Epífanes), dirigentes religiosos (fariseos, sacerdotes), caudillos (los Macabeos), Mesías (ansia popular, Jesús), opresión o liberación del rebaño (pueblo conducido a la libertad por los buenos pastores o explotado por los malos/falsos pastores). Lo político y lo religioso, remarcando pedagógicamente ambos ámbitos, se funden. Mientras los dirigentes judíos, que Jesús acusará de asalariados (pastores no verdaderos), se aprovechan del rebaño, Él es el pastor verdadero, o sea, el que el pueblo necesita realmente, el que cumple con los requisitos, las predisposiciones y las actitudes necesarias para que el rebaño tenga vida.

¿Qué puede ser más inherente a la tarea del pastor que el hecho de que sus ovejas vivan? Jesús es el Buen Pastor porque la vida que Él da es superior a cualquier otra; es vida eterna. Los políticos del Imperio y los dirigentes religiosos judíos buscan alimentar su propia vida o, en el mejor de los casos, ofrecen una vida limitada al rebaño. Jesús es el pastor real y trascendente, encarnado y divino, que en lo concreto satisface las necesidades inmediatas, pero no por eso deja de proyectar al ser humano a una dimensión superior de existencia. Los falsos pastores responden a tientas ante los problemas del rebaño, porque no conocen al otro personalmente, no se relacionan en un nivel amoroso. El Buen Pastor conoce las ovejas y ellas, al oír su voz, escuchan con claridad hacia dónde deben ir. Aquí se revela un problema de comunicación evidente en los falsos/malos pastores. Ellos no escuchan ni saben hacerse escuchar. Los políticos se imponen con fuerza o prepotencia, gritan, recitan discursos que ni ellos escribieron. Los dirigentes religiosos se enclaustran en el Templo, en sus prácticas piadosas, y aduciendo que escuchan a Dios, dejan de escuchar al pueblo. Hanuka, fiesta de la liberación, se convierte en fiesta sectaria; en lugar de celebrar la comunicación de la libertad que regala Dios, se vuelca hacia el empecinamiento de separar para no comunicar, el empecinamiento de no compartir.

Jesús es el Pastor no sectario, y en ese universalismo, primordialmente es Pastor de los expulsados del rebaño oficial. No debemos olvidar que el discurso del capítulo 10 viene a continuación de la curación del ciego de nacimiento del capítulo 9. Tras la curación, en el enjuiciamiento judío que se realiza sobre el ex ciego, se determina que hay dos clases de discípulos: los discípulos de Moisés y los discípulos de Jesús (cf. Jn 9, 28); los judíos son seguidores de Moisés, y esa es la certeza de que están en el camino correcto, mientras que el ex ciego es seguidor de Jesús, y eso no significa nada, o mejor dicho, significa ser seguidor de un hereje (cf. Jn 9, 24.29). El relato aclara que “los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga” (Jn 9, 22). Por lo tanto, el ex ciego se transforma en un excomulgado por ser discípulo de Jesús. Los pastores oficiales han decidido que ya no pertenece al rebaño, pero el Buen Pastor lo recoge en su redil. De las ovejas rechazadas, Jesús forma una comunidad. De los excomulgados, señalados, oprimidos y no tenidos en cuenta, Dios se hace protector. A los des-heredados y bastardos, aparentemente sin padres políticos ni religiosos, el Buen Pastor los conduce hacia el Padre.

Pistas hermenéuticas (qué nos dice el texto)
El modelo del Buen Pastor es una crítica político-religiosa, ayer y hoy. Cuando el pueblo sufre, es esquilmado, abandonado o sometido a ideologías, la Iglesia tiene la responsabilidad de ser la reproducción del Buen Pastor. A ella corresponde dar la vida por los rebaños esclavizados; a ella corresponde denunciar a los falsos pastores que son meros asalariados; a ella corresponde recoger a los huérfanos del sistema; a ella corresponde abrir los ojos, los oídos y las mentes de los que son bombardeados por publicidades o ideas alienantes. Pero para lograr eso, su voz tiene que ser reconocible. Al Buen Pastor lo siguen las ovejas porque reconocen su hablar y se reconocen en lo que el Buen Pastor dice. Cuando la Iglesia no es entendible para el pueblo, difícilmente pueda ser evangelizadora.

Además de modificar su lenguaje para ser entendible, la Iglesia tiene el desafío de adquirir la misma perspectiva del Buen Pastor frente a Hanuka. En varias oportunidades las celebraciones litúrgicas, procesiones y encuentros masivos organizados desde las pastorales buscan reafirmar una identidad católica institucional antes que la catolicidad de la Iglesia. O sea, se intenta demostrar que la institución eclesial tiene la fuerza para hacer tal o cual cosa, o que aún sostiene un número respetable de fieles, pero poco se muestra de universalidad, de apertura, de diálogo, de acogida de los excomulgados. Contrariamente, la situación más frecuente parece ser la de una Iglesia que excomulga, en lugar de reunir. Persisten discursos, homilías y publicaciones cristianas centradas en condenar un mundo impuro, gentil y pervertido. Mientras tanto, el pueblo que vive en ese mundo condenado, es agitado por las mareas del partidismo político. Y la Iglesia, muchas veces, en lugar de ser el Buen Pastor que orienta, no hace más que desorientar, porque no toma la defensa de los perjudicados, sino la defensa de su institucionalidad.

Para tener una Iglesia Buena Pastora necesitamos clarificar nuestra voz eclesial, y poner en sintonía nuestras cuerdas vocales con las cuerdas vocales de Dios. Tenemos que decir lo que no es correcto decir en la política. Tenemos que llamar tan claramente, que las ovejas excluidas y despreciadas se sepan acogidas en el rebaño del Padre, e incluidas plenamente. Que no se confunda lo que decimos con lo que no hacemos o dejamos de hacer. Tenemos que hablar el lenguaje de Jesús, y admitir que la comunicación es la esencia de la pastoral. Si no comunicamos y no nos comunicamos a nosotros mismos, es inútil pretender comunicar la vida de Dios.

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