(Mc 14, 25) Jesús dijo: “Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. [Mt 26, 29; Lc 22, 18]
El contexto de este dicho jesuánico lo da la última cena del Maestro con
sus discípulos. Hay un ambiente de tinieblas alrededor, de muerte ya
programada. Hay, a la vez, un halo de tristeza y de gozo. La última cena puede
analizarse desde su perspectiva sacramental, desde el amigo que se despide de
sus íntimos o como resumen del mensaje evangélico, pero en cualquiera de esas
perspectivas, sobresale la solemnidad. Cada palabra que Jesús pronuncia en ese
banquete, encierra un sentido místico.
Esta frase que referencia al Reino de Dios es de difícil interpretación.
Algunos sostienen que es una declaración de ayuno, lo que implicaría que Jesús
no come la última cena, sino que sólo está presente. Esta interpretación tiene
en contra el sentido lógico de compartir la mesa, partir el mismo pan que se
consume entre todos y beber de la misma copa. Para que el sentido sea pleno,
Jesús debe comer y beber lo mismo que sus discípulos. Es cierto que el ayuno es
una manera piadosa de clamar por misericordia para Israel, pero no es
precisamente este tipo de piedad nacionalista lo que caracteriza el Reino de
Dios que predica Jesús. Otros comentaristas creen que Jesús está haciendo
hincapié en la realización inmediata que instauraría el Reino de Dios en la
tierra, quizás esa misma noche, en esa celebración pascual. El tiempo
definitivo se habría cumplido y Yahvé se haría presente con toda su
majestuosidad para resolver la historia en su definitiva dirección y
consumación. Esto es sostenible, sobre todo apelando a la idea de que Jesús ha
subido a Jerusalén para dar una resolución a su movimiento galileo, quizás
hasta intentando forzar a Dios para
que su Reino se manifieste. Finalmente, también se interpreta la frase como un
voto al estilo de los consagrados; Jesús se rehúsa a seguir tomando vino (signo
de alegría) cuando alrededor hay tanto sufrimiento. En contra de esta
interpretación está el recuerdo de todos los banquetes que Jesús celebró con
vino, en medio de los sufrientes, excluidos y marginados, bebiendo con ellos,
justamente para simbolizar la presencia alegre del Reino en el valle de
lágrimas.
A pesar de la divergencia de hermenéuticas, no se puede negar la promesa de
un vino nuevo. Llegará el momento en que el vino (la alegría, lo bueno de la
vida, el gozo de la existencia) será renovado y se podría compartir en un tipo
de banquete celestial. Es un vino escatológico, que se beberá en la dimensión
escatológica del Reino de Dios. Es la famosa tensión de un Reino que ya está
presente, pero que no tiene su forma y condiciones definitivas en la historia.
Sin embargo, con certeza se puede decir que un día las tendrá, y ese día habrá
vino nuevo, símbolo de una renovación que proporcionará todo lo bueno del Reino
en su mayor expresión. El vino escatológico será distinto al sabor amargo que
tiene esta bebida de la última cena. No será vino de despedida, sino de
bienvenida eterna. Es difícil saber si Jesús pensaba tomar ese vino nuevo en el
transcurso de la misma noche, o lo esperaba para los días subsiguientes. No lo
sabemos. Pero tenía la certeza de su existencia, y creía firmemente que podía
degustarse en algún momento.
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