(Mc 4, 11) Y Jesús les decía: “A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola” [Mt 13, 11; Lc 8, 10]
Esta frase de Jesús está armada de una manera muy semítica, en forma de
paralelo. Están los de adentro (los discípulos), a quienes se les revela el
misterio; y están los de fuera, que reciben la revelación de manera velada.
Debido a esta estructura tan particular que remite al habla semítica, los
exegetas creen que estamos ante un dicho muy antiguo, nacido en Palestina. Ahora
bien, antes de adjudicárselo a Jesús tenemos que hacer algunas aclaraciones. Inicialmente,
la parábola contada por Jesús es eso: una parábola. Esta forma de relato tiene
particularidades intrínsecas (es breve, conciso, sin demasiado detalle, utiliza
imágenes, suele encerrar un hecho insólito), pero sobre todo, para nosotros a
la distancia, conviene entender que no es una alegoría. La parábola es un
relato donde no es necesario que cada elemento narrado se corresponda a otro en
la realidad. En la parábola, lo que interesa es el mensaje global, la imagen
completa del relato. En la alegoría, en cambio, a cada elemento de la narración
se le corresponde otro elemento de la realidad, de manera que la alegoría es
una copia de la realidad con otros nombres. Jesús, que quede bien en claro,
contaba parábolas.
Pero sus discípulos y las comunidades posteriores tuvieron la tendencia de
alegorizar las parábolas de Jesús. Quizás porque, con el tiempo que pasaba, las
parábolas iniciales se hacían difíciles de comprender, o quizás porque
cambiaban las necesidades eclesiales y era más útil la versión alegórica que la
parabólica. De todas maneras, el resultado fue un tamizaje de los relatos
iniciales, y por lo tanto, un cambio de sentido en varios de ellos. En este
versículo específico que estamos analizando, parábola no significa la parábola contada por Jesús, sino que se la
entiende como un relato enigmático que necesita ser descifrado. Es muy probable
que esta idea del enigma sobre la parábola sea post-pascual, y no necesariamente
jesuánico. La inspiración del relato enigmático proviene del mashal hebreo. El mashal transmite una doctrina, una revelación, una verdad, en forma
de imagen; el mashal puede ser una
parábola, pero también un proverbio o una adivinanza. Lo clásico del mashal hebreo es que comenta la Ley para
enseñarla, y por ser un recurso rabínico, en general era expresado en forma de
poesía. La poesía, al no describir directamente, sino mediante metáforas y
demás recursos estilísticos, inserta en el mashal
algo de enigma.
Así parece que hay una separación entre los de adentro y los de afuera. Los
que están con Jesús y los que no. La parábola enigmática queda en enigma para
los de afuera, en cambio los discípulos, los de adentro, penetran el misterio,
tienen los elementos para acceder al conocimiento. El problema de esta
interpretación no es que no pueda ser jesuánica, sino que genera una división
entre los oyentes que no depende de si la Palabra es aceptada o no, sino del
mensaje mismo, que es indescifrable para algunos (quienes no podrán ser nunca
los de adentro porque no entienden). Esta separación no parece ser muy acorde
al Reino de Dios. En todo caso, es más acorde la división que genera Mc 3,
34-35: los de adentro son los que hacen la voluntad de Dios (y para hacerla hay
que conocerla). Esta complicada visión divisoria se complica si añadimos el
versículo que sigue a la cita que estamos analizando: “a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se
conviertan y alcancen el perdón” (Mc 4, 12). Este último versículo cita
libremente Is 6, 9-10. El Tárgum había intentado suavizar la profecía: “tal vez se convierta y entonces tendrá
curación”. En el fondo de estas concepciones está la idea del pueblo que se
enceguece y ensordece, y de tanto desoír a Yahvé, se vuelve completamente ciego
y sordo definitivamente, por lo que Yahvé tiene que hacer algo extremo
(trastocar la historia con una desgracia, enviar un castigo en forma de fuerzas
naturales, dejar a Israel bajo la opresión de naciones paganas), para que el
pueblo vuelva a Él.
Tenemos que abrir la posibilidad de que en el mensaje global de Jesús sobre
el Reino de Dios, esta idea no encaje muy bien. Jesús contaba la parábola para
que el Reino sea entendido, no como un enigma para dejar a algunos afuera. Quien
se queda afuera es porque no comprende el enigma
en el sentido del misterio. El Reino
de Dios es un misterio porque es algo que, viniendo de Dios, trastoca los
valores y las concepciones humanas. Es misterioso porque encierra una vida en
plenitud que difícilmente se pueda imaginar bajo los parámetros de los reinos
de este mundo. Es misterio porque el Reino es gracia, es regalo, es don. Ahora
bien: ese misterio puede quedar como un enigma que no nos interesa, o puede ser
un enigma al que queremos adentrarnos.
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