(Mc 15, 43) José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. [Lc 23, 50-51]
La presencia de José de Arimatea sobre el final del relato de la pasión es
una tradición cuádruple; los cuatro Evangelios hacen mención a ella. Pero
dentro de esta unanimidad es posible distinguir aspectos diferentes. Para
Marcos y para Lucas, se puede decir explícitamente que este hombre esperaba el
Reino de Dios. Para Mateo (cf. Mt 27, 57-60) y Juan (cf. Jn 19, 38-40), se
puede afirmar que era discípulo de Jesús. Si bien ambas afirmaciones, desde
nuestra visión post-pascual resultan equivalentes, podrían no serlo en
realidad. Se puede esperar el Reino de Dios según el judaísmo, con un Yahvé
sentado sobre el gran trono universal y los paganos derrotados que peregrinan a
Jerusalén para adorar al verdadero Dios. Se puede esperar un Reino de Dios que
desciende militarmente desde los cielos y aniquila a los enemigos de Israel. Se
puede esperar un Reino de Dios espiritual, que llega para habitar los corazones
y permanecer en un plano intimista, sin incidencia en la realidad
socio-política. Hay diversas acepciones del Reino, y por eso no es posible
igualar el discipulado a la creencia en el Reino de Dios que predicaba Jesús. José
de Arimatea podía ser un judío piadoso que esperaba el Reino de Dios de la
creencia judía y que saca el cuerpo de Jesús crucificado por respeto a la
fiesta pascual.
Como vemos, Mateo y Juan han hecho hincapié en que José era seguidor de
Jesús. No hay mención explícita al Reino en sus versículos porque se
sobreentiende que, siendo discípulo, cree en lo mismo que su Maestro. Juan
aclara que su discipulado era secreto, como el de Nicodemo. Mateo lo hace un
hombre rico. Lucas, como analizaremos a su debido momento, añade
características específicas (hombre recto, justo, en disensión con el resto del
Sanedrín).
En Marcos, José de Arimatea puede ser, sencillamente, un judío notable. Es
miembro del Sanedrín, órgano jurídico-religioso de Israel compuesto por 71
miembros de los sumos sacerdotes, ancianos y escribas. Los sumos sacerdotes
son, para el tiempo de Jesús, los que han ocupado el cargo de sumo sacerdote
del Templo en años anteriores y el que lo ocupa actualmente, inclusive aquellos
sacerdotes de alto rango; los ancianos son la aristocracia laica de Jerusalén,
bien acomodados económicamente; y los escribas eran los que, sabiendo leer y
escribir, estaban encargados de la interpretación oficial de la Torá , los estudiosos de la
Ley. El Sanedrín decidía con poder de legislación, y hasta podía sentenciar la
muerte que se ejecutaba si el procurador romano la avalaba. En ese espacio que
ha condenado a Jesús se encuentra José de Arimatea. No se nos dice que hubiese
estado en contra de la condenación; al menos no lo dice Marcos. Y la audacia o
valentía que éste debe tener para presentarse frente a Pilato, no proviene de
su adhesión al Crucificado, sino de su condición de sanedrita, cuando era
sabido que Pilato no consideraba a los miembros del Sanedrín personas gratas. Unos
versículos más adelante, el autor relata lo que parece ser un entierro
cuidadoso realizado por José, pero también es cierto que una sepultura digna
era una obra judía de gran valor, y que la posible impureza en que incurría
quien tocaba un cadáver, era anulada por el buen gesto de dar sepultura. En
definitiva, el personaje José de Arimatea de Marcos no está presentado de
manera clara como discípulo de Jesús, y por lo tanto, resulta lógico
interpretarlo como un judío que espera el Reino de Dios según el judaísmo.
Y aquí está la razón para que este versículo sea analizado junto a lo
escatológico. La espera judía del Reino es una espera sí o sí hacia delante,
hacia un Reino que se instaurará con su sede en Sión, donde efectivamente habrá
un soberano (Yahvé) sentado en un trono (Templo de Jerusalén), y el terreno
físico del Reino será el universo todo, la tierra entera. Los súbditos serán
las naciones e Israel se expandirá como portadora de la verdad primigenia, como
pueblo elegido, como modelo para los que eran paganos. Esta visión de un telos (un final), sin dudas estaba
presente en Jesús. No se puede decir que se había separado completamente de
esta escatología judía. Lo había empapado en su infancia y en su formación, y
su Reino de Dios contenía un aspecto de telos
también. Era un Reino presente, cercano, ya actuante, cotidiano, pero crecía y
crecía (como veremos al analizar el misterio y la fuerza del Reino, comparable
a semillas que se siembran en la tierra). Este crecimiento apuntaba a una
maduración total y definitiva, a una plenitud. Es difícil hablar de una realización del Reino porque parece
contradecir lo que afirmamos. El Reino ya está realizado en cierta manera y se
sigue realizando, pero llegará un momento histórico en que lo será todo, y
todos lo entenderán, y todas las personas podrán vivir en su realidad (en su
justicia, en su amor, en su gozo, en su libertad, en su liberación).
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