(Mc 9, 47) Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena. [Mt 5, 29; Mt 18, 9]
Si bien esta frase de Jesús en Marcos tiene dos paralelos en el Evangelio
según Mateo, es Marcos quien nombra explícitamente el Reino de Dios. Mateo
prefiere el término vida en lugar de Reino de Dios. Marcos, en realidad,
también habla de la vida. Mc 9, 47 es precedido por dos versículos de
estructura similar: si tu mano es ocasión
de pecado, córtala, porque más te vale entrar a la Vida manco (Mc 9, 43); y
si tu pie es para ti ocasión de pecado,
córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida (Mc 9, 45). Haciendo
una exégesis comparada, podemos decir que la utilización que hace en este lugar
el autor del concepto del Reino de Dios se equivale a la Vida, con mayúsculas;
vida en plenitud en la compañía de Dios, vida eterna, paraíso final y
definitivo, retorno al Edén. Hay muchas maneras de expresar esa realidad que la
fe y la esperanza identifican como plétora absoluta, como abundancia de lo
mejor, como estar empapado de la gracia sin telones ni muros que nos separen de
la fuente del amor. Para Marcos, el Reino de Dios se puede asociar a esto. El
Reino de Dios es, en cierto sentido, un espacio
de vida plena.
Pues resulta que esta plenitud, esta gracia sobreabundante, exige
inmediatamente un estilo de vida. La vida terrenal está tan profundamente
conectada a la Vida total (es parte componente de esa totalidad) que la tensión
escatológica la transforma. Estamos ante una ética del Reino, pero no ante un
moralismo. Hablamos de ética y no de moralismo porque ética es una palabra que deriva del griego ethos, lo cual se refería, originalmente, al lugar donde habitan
los hombres y animales, al hábitat. Con el tiempo, la definición se amplió
hacia lo abstracto y dejó de ser un lugar físico para transformarse en el sitio
donde habita el ser humano en su esencia, o sea, su ser. Ethos es nuestra forma de existir, nuestros lugares comunes de la
conducta. Jesús no se concentra en el hecho moral, en cada acción particular.
Jesús presenta una forma de vida, una ética, que está basada en la libertad.
Esta forma de vida está impulsada por el Reino de Dios, por la Vida total. La
existencia de la gracia (amor infinito y gratuitamente indiscriminado) impele a
un ethos. No es una obligación; no
son leyes que, incumplidas, arrastran a la prisión o a la pena de muerte.
Esta idea de un castigo que no es impuesto desde fuera (impuesto por Dios),
sino que surge de un rechazo a la gracia, se clarifica cuando penetramos en el
sentido de la Gehena. Gehena es la abreviación de gé-ben-hinnóm, que significa Valle de Hinnom, un lugar situado al sur
de Jerusalén, donde en tiempos de los reyes Ajaz y Manasés se sacrificaban
niños pequeños al dios Moloch, inclusive con la participación de los mismos
reyes (cf. 2Ry 23, 10; 2Cro 28, 3). Este valle se convirtió, por lo tanto, en
un sitio despreciable, cuna de las peores crueldades. Así llegó a ser símbolo,
para la apocalíptica judía, del final más despreciable, del sitio destinado a
la muerte total; allí donde los seres humanos dieron culto a la muerte de los
más inocentes, es donde Dios tomará el partido definitivo por ellos, por los
asesinados de la historia. Este lugar apocalíptico, en la época de Jesús, era
un basurero, literalmente. Por el desprecio que causaba a los judíos, se había
convertido en un vertedero de la mugre de la ciudad y de las aldeas. Ese
basurero, entonces, representa lo opuesto a la Vida /Reino de Dios. Rechazar la gracia es
arrojarse al basurero del universo, es convertirse en desperdicio de la
humanidad. Dios nos crea y nos ama haciéndonos dignos, pero si vivimos
separados del amor creador, nos consideramos descartables a nosotros mismos,
nos quitamos la dignidad, y terminamos en un vertedero.
La ética del Reino pretende hacer presente la gracia (amor) de Dios en la
existencia particular y comunitaria. La trillada frase pastoral de hacer el Reino de Dios, bien entendida,
quiere decir que vivimos según la Vida total, que intentamos vivir según la
plenitud de un amor que nos crea, sostiene y moviliza. Tres figuras utiliza
Jesús en estos versículos que estamos analizando para representar al ser
humano: mano, pie y ojo. La mano es figura de la actividad, del hacer. La palabra
en griego que traducimos como mano (queir) es equivalentemente traducida
como brazo. En el Antiguo Testamento,
es el brazo de Yahvé el que libera y hace justicia (cf. Ex 6, 6). El pie se
entiende en relación al camino, pues por donde se camina determina a dónde
vamos y a quién seguimos. El camino es, en la cultura semita y en muchas otras,
la figura del modo de vivir. El ser humano puede caminar en los caminos del
Señor (cf. 1Ry 2, 3) o rechazarlos (cf. Mal 2, 8); ese es el resumen teológico
deuteronomista (cf. Dt 11, 26-28). Para el ojo hay que recordar que varias
citas del Antiguo Testamento relacionan el ojo con un estilo de vida altanero,
egoísta y aferrado a las riquezas. Citemos Sal 101, 5b: “Ojo altanero y corazón hinchado no los soportaré”. Prov 28, 22,
aunque traducido no literalmente en nuestras Biblias, asegura que “quien tiene mal ojo, corre rápido a
enriquecerse”. En la misma interpretación se sitúa Sir 14, 10: “El ojo envidioso mira con envidia el pan
que otro come, y a su propia mesa siempre hay alborotos”. El ojo es símbolo
de la relación con los bienes materiales; un ojo bueno/sano no es avaro ni
envidioso; un ojo malo/enfermo codicia y retiene para sí.
La vida, meditada desde esta ética del Reino, es posibilidad infinita de
eternidad y realización, o desperdicio, desaprovecho de oportunidades. Marcos
no ha conservado grandes discursos éticos ni una serie de mandamientos para la
vida cristiana; prefirió transmitir la esencia de la ética del Reino. Hay que
vivir desde el amor y para el amor. Amar como Dios ama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario