(Mc 9, 1) Y Jesús les decía: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder”. [Mt 16, 28; Lc 9, 27]
Estamos ante una expresión difícil de entender. Se admiten dos o tres
variantes interpretativas, quizás con el mismo valor argumentativo. Personalmente,
no ha sido una decisión fácil la de colocar este versículo aquí, dentro de la reflexión
sobre el Reino que ya está, o hacerlo en la sección siguiente, sobre el Reino
escatológico. De alguna manera velada, estas palabras encierran un concepto
dual muy acorde a la escatología de Marcos. El Reino está aquí cerca,
alrededor, rodeándonos, presente en cualquier momento y en todos los momentos;
y está ese momento particular y preciso en que el Reino se revela con un
esplendor magnífico, que es el momento-signo de lo escatológico, de lo que se
instaurará para siempre.
En términos de análisis exegético, esta frase de Jesús puede referirse a
los discípulos de ese momento histórico, y más precisamente a Pedro, Santiago y
Juan, que son los que luego acompañarán al Maestro al monte de la
transfiguración (cf. Mc 9, 2-8); o puede referirse a todos los discípulos
cristianos de todos los tiempos, destinados a ver la gloria del Reino. También
puede ser un aliciente para las primeras comunidades cristianas que, creyendo
inicialmente que Jesús volvería en esos primeros años, empezaban a verse
defraudadas por el retraso de la Parusía, haciendo tambalear la fe. En
cualquiera de las tres opciones, hay una promesa que supera a la muerte. No se
gustará la muerte sin antes tener la experiencia del Reino. Es una promesa que
puede aplicarse a cualquier época, a cualquier grupo de discípulos. Puede ser
una visión, un éxtasis, un encuentro, una revelación personal, un estado
espiritual; no hay detalles; pero el discípulo tendrá experiencia de ese Reino
que circunda y que está presente misteriosamente. Habrá un momento donde el
velo será quitado manifiestamente, como les sucedió a Pedro, Santiago y Juan en
el monte durante la transfiguración. La luminosidad de la escena explicará lo
divino, lo celestial. Se produce una conexión cósmica entre el ser humano y
Dios. Y se traza un arco que unifica el bautismo en el río Jordán (donde
también se oye la voz del Padre, cf. Mc 1, 11) y la tumba vacía (donde también
hallamos vestiduras blancas, en un joven, cf. Mc 16, 5). Principio y final,
final y recomienzo. El ser humano que se descubre Hijo de Dios y el Hijo de
Dios que, muerto como un humano, deja la tumba vacía.
Allí podemos intentar entender por qué Jesús habla del Reino que viene con poder. En griego, este poder es dynamis, es una dinámica de la capacidad
inherente de cada cosa, de cada persona, de cada situación. El Reino no viene
con el poder aplastante del Imperio Romano, con militares y legiones. El Reino
de Dios tiene una fuerza interna, una dinámica propia de su condición, que lo
hace venir-estar entre los seres humanos. El poder de este Reino está
manifiesto, final y definitivamente, en la vida sobre la muerte, en la tumba
vacía.
Por eso hay una conexión entre la venida del Hijo del Hombre y la venida
del Reino, según este dicho y según la escena de la transfiguración. La
asociación responde a una visión escatológica, en principio. El Hijo del Hombre
es la figura apocalíptica del capítulo 7 de Daniel, donde en una visión aparece
“sobre las nubes del cielo como un Hijo
de hombre” (Dn 7, 13), quien recibe el dominio, la gloria y el reino, y es
servido por todos los pueblos, naciones y lenguas, “su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será
destruido” (Dn 7, 14b). En el Evangelio según Marcos, podemos distinguir
dos circunstancias de las que habla Jesús sobre sí mismo utilizando
abundantemente la expresión Hijo del
Hombre: las tribulaciones por las que debe pasar (cf. Mc 8, 31; Mc 9, 12.
31; Mc 10, 33.45; Mc. 14, 21.41) y la glorificación o gloria divina (cf. Mc 2,
10.28; Mc 8, 38; Mc 9, 9; Mc 13, 26; Mc 14, 62). Esta es otra pista para
entender qué tipo de poder es el que trae el Reino de Dios. Es poder de la
gloria, pero sin obviar el sufrimiento. El Hijo del Hombre triunfa, pero
crucificado, azotado y despreciado.
Sin embargo, junto a la visión escatológica, tenemos que entender la visión
de lo actual. Porque si el Hijo del Hombre está en la tierra, está en Jesús,
actúa y hace presente lo divino, eso quiere decir que el Reino de Dios también
ya está aquí, ya actúa, y a pesar de los obstáculos que parecen detenerlo o
hacerlo retroceder, su gloria se manifiesta. La promesa de ver el Reino antes
de gustar la muerte no es necesariamente una proyección hacia el futuro muy
lejano, sino que puede ser una concreción inmediata, en instantes, o una
revelación que ya muchos han tenido al contemplar situaciones o realidades que
reflejan el Reino de Dios de manera nítida, como lo fue la transfiguración para
Pedro, Santiago y Juan, aunque como ellos, podemos estar frente a lo
transfigurado sin reconocerlo completamente.
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