(Mt 26, 29) Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre. [Mc 14, 25; Lc 22, 18]
Esta frase de Jesús es común a los tres Evangelios Sinópticos, y ya
analizamos las posibles interpretaciones de la misma en el apartado sobre
Marcos. Algunos creen que es una frase escatológica pura, con la proyección de
un deseo en un futuro muy futuro, que sería el famoso Día del Señor del Antiguo
Testamento; otros interpretan un voto de ayuno, parecido a los votos de los nazireos, en espera del triunfo del
Reino; algunos más creen que Jesús se priva del vino de la alegría en esta
tierra, porque la tierra está atestada de oprimidos infelices que no pueden
compartir el vino, por lo tanto, lo volverá a tomar cuando todos puedan
participar del banquete, y entonces sea vino nuevo en un mundo nuevo.
Desde la óptica de Mateo conviene resaltar, en primer lugar, que el autor
no escribió Reino de los Cielos, como
es su costumbre, y prefirió Reino de mi
Padre, seguramente respetando una tradición anterior a él de la que se hace
eco. Podríamos estar ante un indicio de la antigüedad del dicho en cuestión. El
otro punto a considerar, siempre desde Mateo, es el sentido judío que puede
tener la expresión en el marco judío de la pascua. Los banquetes son la
simbología religiosa de lo que, escatológicamente, es el momento pleno donde
los humanos comparten la vida con los otros y con Dios. Para Israel, esos otros
humanos son los israelitas, tanto los que han podido permanecer viviendo en la
Tierra Prometida, como aquellos de la Diáspora, quienes peregrinarán en la
pascua definitiva para celebrar con sus hermanos, todos juntos frente a Yahvé. Algunos
profetas avizoraron un banquete final con la participación pagana, seguramente
en el monte Sión, tras la manifestación definitiva de Yahvé que no dejó dudas a
nadie. Pero en general, el pensamiento judío planteaba que la pascua final la
celebraría sólo el pueblo elegido de Israel. Por su fidelidad a través de la
historia, Dios los premiaría.
Jesús conoce esta creencia un tanto sectaria de la pascua definitiva. A lo
largo del Evangelio, Mateo dejó en claro que Jesús, mesías judío, tiene sus
ojos puestos en un horizonte más allá del propio límite de Israel. El discípulo
perfecto del Reino no es el piadoso, sino el justo. Ambos conceptos no son lo
mismo. El piadoso es el que cumple las legislaciones religiosas, tanto las que
figuran explícitamente como orden de Yahvé, como aquellas que se han
desarrollado humanamente para ordenar el culto y la fe. Es piadoso porque vemos
sus acciones de estereotipo religioso, pero no sabemos cómo es su corazón. El
justo, en cambio, es el que intenta hacer las cosas con la mirada de Dios, y el
que piensa y actúa según el esquema de pensamiento y acción de Dios. El justo
no se guía por las leyes, sino por Dios mismo, por eso puede transgredir una
ley religiosa si es necesario para mantenerse fiel a Dios. Del justo podemos
conocer su corazón a través de sus acciones, porque sus actos son reflejo
cristalino de lo que está pensando y sintiendo.
Esta aclaración es para que podamos ver cómo un banquete pascual definitivo
que podría entenderse nacionalista y exclusivo, se abre a la universalidad.
Jesús es un justo, no un piadoso; y espera también discípulos justos y no
piadosos. La pascua final que espera Jesús para tomar el vino nuevo, la espera
desde su justicia. Su escatología tiene más que ver con que se haga presente la
justicia según Dios a que todos adoren según las normas del Templo de
Jerusalén. Lo primero es el Reino de Dios y su justicia (como ya analizaremos
más adelante); lo primero es que los justos compartan el banquete de su Dios
justo. Ese vino nuevo de la alegría renovada es la instauración de la justicia
del Padre en el mundo: una justicia del prójimo y no del connacional, una
justicia del que sufre y no de los rituales de curación, una justicia de
respeto a la vida del hermano y no de adoración ciega a la divinidad, una
justicia de la vida que es gratuita (gracia) y no de la eternidad que hay que
ganar con ofrendas.
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