(Mt 25, 34) Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo.
La escena del juicio final de Mateo (cf. Mt 25, 31-46) es uno de los
mejores textos del autor, con una condensación teológica envidiable y una
fuerza de impacto que trascendió su propia época. El cristianismo se ha nutrido
de esta escena repetidas veces en repetidas situaciones, buscando explicación,
alivio o tormento para la descripción del futuro que está más allá, en el
después de la muerte. Y, sin embargo, la escena tiene un hincapié marcado en el
más acá, en lo que terminan siendo
las acciones humanas que marcan el futuro individual y comunitario. Sigo
creyendo que este texto debe ser analizado en esta sección sobre el Reino que
vendrá, porque Mateo lo ha posicionado en el discurso escatológico de su libro,
pero no deja de inquietarme que, a pesar de su ubicación, es la última
presentación de la obra antes del inicio del relato de la pasión, donde la
angustia, la tortura y la crucifixión parecen destruir la ilusión del Rey del Universo. Estamos ante una visión escatológica,
pero también es una visión profético-apocalíptica del Hijo del Hombre reinando.
Tanto los que reciben el Reino en herencia (ubicados a la derecha, las
ovejas), como los apartados hacia la izquierda (cabritos), parecen
desconcertados en el relato. Los juzgados no tienen conciencia de la
identificación que el Hijo del Hombre les hace ver: lo que han hecho con los
pequeños lo han hecho con Él. Esa falta de entendimiento genera temor, pero se
explica también desde el misterio del Reino y desde la mala interpretación
humana. El misterio, en este caso, no es otra cosa que la presencia del Reino
más allá de la religión. Y el error humano es pensar a Dios sólo desde los
esquemas religiosos. Algunos centrados en lo que se llama piedad, creen que el Reino se construye y se vive sólo desde las
oraciones, el culto y el diezmo. Allí hay un riesgo. Otros viven el Reino con
los seres humanos, en la sociedad, junto a la religión, pero no exclusivamente
desde el planteo de las religiones. Ese es un acierto. El Reino de Dios
trasciende todos los ámbitos humanos, y no puede limitárselo a un templo, a una
reunión o a una vida intimista.
Seis acciones son el parámetro de juicio que utiliza el Hijo del Hombre en
esta escena. Las seis acciones resultan tradicionales del Antiguo Testamento
como obras piadosas para con el desvalido (cf. Job 22, 6-7; Is 58, 6-7; Ez 18,
7-8; Tob 4, 16-17). La más difícil de rastrear es la de visitar al preso (puede
ser un agregado cristiano posterior ante la realidad de los discípulos que son
constantemente puestos en prisión por el anuncio del Evangelio). No se juzga el
presentismo a los rituales, no se juzga cuánto dinero se donó a organizaciones
eclesiales, no se juzga en negativo (quién no hizo nada malo). El juicio está
en cómo respondió el ser humano ante el prójimo sufriente. No hay mayor
parámetro que éste, y no hay mejor definición de la religión que esta. Probablemente,
tampoco haya mejor manera de describir lo práctico del Reino. Se puede divagar
mucho teológicamente, se pueden escribir tratados completos sobre la imagen y
el concepto del Reino de los Cielos, pero en la vida diaria, para mi hogar y
para la calle, aquí está el meollo: el Reino es heredado por aquellos que
supieron cuidar al hermano, porque vieron que todo ser humano en sufrimiento es
un hermano, y es mi responsabilidad estar presente para intentar aliviar ese
sufrimiento.
El juicio tiene que ver con el amor manifestado. ¿Manifestado hacia
quiénes? Hacia los hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos y
presos. La escena habla de un futuro, de un juicio que parece suceder al final
de los tiempos, de un Reino que se heredará, pero las implicancias para el
presente son enormes. Hay un Reino preparado desde que el mundo es mundo, pero
no tiene sentido esperarlo con los brazos cruzados. Al contrario, ese tipo de
espera nos pondrá a la izquierda, con los cabritos, con los que despreciaron la
oportunidad de estar al lado del que sufre. Hay un Reino para heredar, pero el
Padre bien sabe que los hijos herederos deben ser capaces de sostener los
valores primordiales de ese Reino. ¿Se lo dejaría en herencia a hijos que han
rechazado lo esencial del Reino? ¿O se lo confiará a hijos comprometidos con el
compromiso de Dios: el pobre, el sufriente, el marginal?
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