Los relatos de la pasión de los cuatro Evangelios tienen dos vertientes de
composición. La primera son los sucesos históricos de por sí: el enjuiciamiento
y la crucifixión de Jesús; la segunda es el Antiguo Testamento, que para los
primerísimos cristianos era la única Escritura Sagrada. Si allí había hablado
Dios, entonces allí había que encontrar la explicación a lo sucedido, la clave
para entenderlo. Porque lo sucedido no era algo sin más, no era una muerte más
en la historia, una injusticia de las tantas que podemos encontrarnos a diario.
Había muerto alguien que predicaba y actuaba de acuerdo a lo que parecía ser
una verdad última y nunca escuchada sobre Dios.
Este Jesús de Nazaret era un justo, con todas las letras. Sin embargo,
había muerto vergonzosamente, abandonado por ese Dios de amor que predicaba. El
Reino del que hablaba con tanta vehemencia y que veía cercano, a la vuelta de
la esquina, no se había instaurado. Este Jesús de Nazaret que podía ser el
Mesías, había fracasado.
El primer problema hermenéutico de esta situación está en que el mismo
Antiguo Testamento, donde los cristianos buscaban respuesta, dice, en boca de
un salmista, que “nunca vi a un justo
abandonado” (Sal 37, 25). ¿Y entonces? ¿Jesús no era justo? ¿Dios no lo
sostenía? Este problema hermenéutico pudo franjearse gracias a las experiencias
de resurrección. Algunas mujeres y algunos varones tuvieron un encuentro con el
Resucitado que les abrió la mente. Ahora podían entender que Dios
verdaderamente sostenía al justo Jesús, y que lo había resucitado y
reivindicado, y que ahora ya no moría más (cf. Rm 6, 9).
Pero la Escritura
decía algo más: “Un colgado es una
maldición de Dios” (Dt 21, 23). Este es el segundo problema hermenéutico.
Si un colgado es un maldito, un crucificado no puede ser el Mesías, no puede
ser la bendición de Dios para su pueblo. Los cristianos conocían la experiencia
de la resurrección y eso era suficiente, pero a la hora de anunciar la Buena Noticia , y a la hora de
ponerla por escrito, el inconveniente era la interpretación que los
interlocutores podían hacer de los hechos. ¿Cómo podía creer un judío conocedor
del Deuteronomio que un crucificado era el Elegido? Considerando que las
primeras experiencias misioneras se
realizan entre judíos, es lógico suponer que la tarea exegética de los primeros
cristianos se lanzó a la carrera. Era necesario encontrar en la Escritura una multitud
de apoyos al mesianismo de Jesús; los suficientes para contrarrestar o explicar
la crucifixión. Por esta razón, los primeros relatos de la pasión que
circulaban oralmente se fueron llenando de alusiones veterotestamentarias,
hasta que los evangelistas los tomaron para ponerlos por escrito, agregando ellos
también nuevas alusiones.
Vamos a remarcar algunas (hay muchas más) de estas referencias que la
pasión según Juan ha conservado:
Huerto. El relato de la pasión joánico comienza
en un huerto, al otro lado del Cedrón, y culmina también en un huerto, donde
hay un sepulcro nuevo en el que pondrán el cadáver de Jesús. El capítulo 20 del
Evangelio, obviamente, comenzará en este huerto del sepulcro, y María Magdalena
confundirá al Resucitado con el hortelano (cf. Jn 20, 15). El huerto es, en
primer lugar, la imagen idílica del jardín del Edén (cf. Gn 2, 8). Durante la
pasión, el jardín está al inicio porque está iniciando la re-creación de las
cosas. Y está al final porque cuando Jesús resucite y se encuentre con la Magdalena , se
reproducirá la escena de la proto-logía, con una pareja en un huerto, como Adán
y Eva en el Edén. El día de resurrección es un primer día, y Jesús, nuevo Adán (cf. Rm 5, 12-19), encontrándose
con María Magdalena, figura de la Iglesia que nace de la Pascua , pueden poner en
movimiento la novedad que se inaugura con la derrota de la muerte.
Yo Soy. En la escena del prendimiento en el
huerto, la expresión Yo Soy aparece
tres veces, y así es como se identifica Jesús. Claramente, la referencia es el
tetragrámaton del nombre divino. Cuando Moisés, en el episodio de la zarza
ardiente, pregunta a Dios cuál es su nombre, éste le responde que su nombre es
YHWH (cf. Ex 3, 14), que puede traducirse como Yo soy el que Soy. Los israelitas entienden que YHWH es el nombre
sagrado de Dios, el que designa su esencia, y por lo tanto, el que lo designa
en su totalidad. En la teología joánica, la identificación de Jesús con Dios es
fundamental, y sobre todo la identificación con el nombre divino (cf. Jn 4, 26;
8, 24.28.58; 13, 19). Jesús es el que es, es el Dios Viviente, el Dios que está.
Por eso los que vienen a apresar a Jesús caen en tierra con sólo escuchar el Yo Soy, a pesar de tratarse de un
ejército (una cohorte, según el texto, o sea, la décima parte de una legión; la
legión podía tener hasta 5000 soldados). La escena del prendimiento (un
ejército contra el justo y la caída en tierra) puede estar inspirada en el
Salmo 27: “Cuando me asaltan los
malhechores ávidos de mi carne, ellos, adversarios y enemigos, tropiezan y
sucumben. Aunque acampe un ejército contra mí, mi corazón no teme; aunque
estalle una guerra contra mí, sigo confiando” (Sal 27, 2-3).
Fuera del pretorio. Primeramente, Jesús es interrogado por
Anás que luego lo envía a Caifás, y de allí se van al pretorio, donde sucederá
el juicio guiado por Pilato. Como estamos, cronológicamente según Juan, en el
día de la preparación de la pascua judía, los judíos no entran al pretorio, que
es un lugar pagano y, por lo tanto, impuro. Más allá de la impureza propia de
la gentilidad, hay dos situaciones que podían significar una impureza legal
codificada. Una es la presencia de levadura entre los romanos, que como no
observaban la pascua, no tenían por qué eliminarla de sus cocinas, como lo
indica Dt 16, 4 (no puede haber levadura por siete días en todo el territorio
judío mientras se celebra la pascua). La otra situación es por la práctica
romana de enterrar a los muertos debajo de las casas o en el predio de las
mismas; según el libro de los Números, quien entra en contacto con un cadáver
humano se contamina por siete días (cf. Nm 19, 11), y en ese estado de impureza
no puede comer la pascua en el momento debido, sino que tiene que celebrarla un
mes después (cf. Nm 9, 6-12). Esta es la razón veterotestamentaria que deja a
los acusadores fuera del pretorio, y es también la ironía de unos hombres que
intentan mantener la pureza mientras pergeñan un asesinato.
Sufrimiento. La escena de Jn 19, 1-3 es el centro de
la estructura literaria de la pasión. En este mega-relato joánico hay cinco
escenas (el prendimiento, el juicio judío, el juicio romano, la crucifixión y
la sepultura); la escena central (juicio romano frente a Pilato) posee, a su
vez, una división en siete cuadros (Jn 18, 28-32; 18, 33-38a; 18, 38b-40; 19,
1-3; 19, 4-8; 19, 9-12; 19, 12-16a), resultando que el cuadro central es la
tortura. Jesús es azotado, recibe la corona de espinas, es vestido con un manto
púrpura, abofeteado, y burlado por los soldados. Detrás de los sufrimientos del
Mesías están las palabras de Isaías sobre el Siervo de Yahvé: “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y
salivazos” (Is 50, 6); “¡Y con todo
eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado” (Is
53, 4).
La ropa y la túnica. Tras crucificar a Jesús, los soldados
dividen su vestido en cuatro partes y se sortean la túnica porque no tiene
costuras. Juan cita explícitamente, en este caso, la referencia al Antiguo
Testamento, tomada del Sal 22, 19. Pero la cita es más comprensible con otros
versículos: “Perros sin cuento me rodean,
una banda de malvados me acorrala; mis manos y mis pies vacilan, puedo contar
mis huesos. Ellos me miran y remiran, reparten entre sí mi ropa y se echan a
suertes mi túnica” (Sal 22, 17-19). Simbólicamente, la división en cuatro
partes de la ropa es la expansión de Jesús, del Reino de Dios, hacia los cuatro
puntos cardinales, y a la par, la túnica que no puede ser repartida es la
unidad del nuevo Pueblo de Dios que se cohesiona por el Espíritu.
Cordero de Dios. Desde el principio, el Evangelio según
Juan ha dejado en claro que Jesús es el Cordero de Dios (cf. Jn 1, 29.36), y
que por su condición de Cordero es capaz de quitar el pecado del mundo. A la
hora de la muerte en la cruz, la condición de Cordero se hace más explícita al
relacionarla con la pascua y, precisamente, con el cordero pascual. Según el
ritual del Éxodo al salir de Egipto, la pascua se celebra familiarmente o entre
vecinos, comiendo la carne de un cordero macho de un año, sin defecto (cf. Ex
12, 5). Con la sangre de ese cordero, los israelitas pintaron los umbrales de
sus puertas (cf. Ex 12, 7) para que el Exterminador pasara de largo por sus
casas e hiriera a los primogénitos egipcios (cf. Ex 12, 13). Jesús, que es el
verdadero Cordero de Dios, protegerá también con su sangre. Por eso Juan
recuerda que utilizaron una rama de hisopo para alcanzar al Crucificado la
esponja embebida en vinagre, al igual que en Ex 12, 22 se utilizó hisopo para
rociar la sangre en los umbrales de las puertas. Y por eso a Jesús no se le
quiebra ninguna pierna, pues al cordero de la pascua judía no podía quebrársele
ningún hueso (cf. Ex 12, 46; Nm 9, 12). También el salmo 34 está en la
inspiración: “Muchas son las desgracias
del justo, pero de todas le libra Yahvé; cuida de todos sus huesos, ni uno solo
se romperá” (Sal 34, 20-21). Finalmente, el horario en que Jesús es
sentenciado a muerte, la hora sexta (el mediodía), coincide con el horario en
que los sacerdotes comenzaban a sacrificar los corderos en el templo.
Sepultar al Rey. José de Arimatea y Nicodemo son los
encargados de la sepultura en el relato joánico. El primero es el que pide la
autorización para descender el cuerpo y el segundo lleva una mezcla de áloe y
mirra que pesa cien litras. La litra equivale a una libra,
aproximadamente, por lo que podemos decir que Nicodemo llevaba unos treinta
kilos de perfume para la sepultura. Eso representa una cantidad enorme y
desproporcionada para un entierro, aunque no el de un rey. Cuando el rey Asá
murió, por ejemplo, “lo pusieron sobre un
lecho lleno de bálsamo, de aromas y de ungüentos preparados según el arte de
los perfumistas” (2Cron 16, 14). Jesús es sepultado con todos los honores,
como los reyes del Antiguo Testamento.
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