El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro. Entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Asustadas, inclinaron el rostro a tierra, pero les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará”. Y ellas recordaron sus palabras.Regresaron, pues, del sepulcro y anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que referían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero a ellos todas aquellas palabras les parecían desatinos y no les creían. Con todo, Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio los lienzos y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido.
Cada evangelista tiene su tradición pascual, y sin embargo, todos tienen
una misma experiencia central. Para Marcos, Mateo, Lucas y Juan, es
coincidencia la tumba vacía encontrada por las mujeres (cf. Mc 16, 1-4; Mt 28,
1-4; Lc 24, 1-3; Jn 20, 1). Para la tradición joánica, sólo María Magdalena va
al sepulcro esa mañana; en Marcos se añaden María la de Santiago y Salomé (las
mismas tres nombradas en Mc 15, 40, mirando la cruz); Mateo elimina a Salomé y
sólo son dos las asistentes; Lucas, finalmente, aumenta el número de mujeres
sin precisar la cantidad exacta. Para él, fueron María Magdalena, Juana, María
la de Santiago y las demás (¿dos, tres, diez?). Estas mensajeras lucanas
recuerdan el inicio del capítulo 8 del Evangelio, cuando se nombran las mujeres
que acompañaban a Jesús mientras recorría itinerantemente la Palestina : “María, llamada Magdalena, de la que habían
salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes,
Susana y otras muchas que les servían con sus bienes” (Lc 8, 2b-3). Ellas
eran discípulas, tanto como los Doce. Habían subido desde Galilea con Él.
Por eso los hombres con vestidos resplandecientes las exhortan a recordar
las palabras de Jesús, recordar cómo les había hablado. Les están pidiendo
memoria. Aquí aparece un juego de palabras en el texto griego. El verbo recordar es mnemoneuo, y la palabra para referirse a la tumba es mnemeion, que más exactamente significa memorial, y por extensión, monumento (o tumba). En griego, la
acción de recordar y el sepulcro tienen la misma raíz. A partir de la muerte,
entonces, es posible hacer memoria sobre la vida; a partir de un monumento que
parece ser la morada final, es posible re-pensar la existencia. Porque la tumba
vacía no es la palabra final; la tumba vacía interpela la historia pasada y la
futura; es más, hace que lo pasado se proyecte hacia sus dimensiones
escatológicas. Cuando se hace un memorial, no se congela un momento para
retenerlo y detenerlo; el memorial es poner en movimiento, es recordar para
seguir, es asumir para dispararse hacia el futuro.
Si en Marcos la primera mediación es asumir que el Crucificado es el
Resucitado (cf. Mc 16, 6), en Mateo es creer que el poder de Dios ha levantado
a su Mesías (cf. Mt 28, 2-4), y en Juan se trata de creer sin haber visto (cf.
Jn 20, 5-8.29), en Lucas la mediación principal parece ser la Palabra. Para creer hay que
recordar lo que dijo el Maestro. Recordar que anunció su pasión, muerte y
resurrección (cf. Lc 9, 22.44; 13, 32-35; 17, 24-25; 18, 31-33); cosas que los
discípulos, mientras iban subiendo a Jerusalén, no podían comprender. Pero
ahora pueden hacerlo, a la luz de la tumba vacía.
Si pensamos que Jesús muere porque Dios exige sangre para satisfacer su hambre, entonces la resurrección es algo
añadido, un bonus, pero no una
consecuencia ni de la vida ni de la muerte. ¿Para qué resucitar a quien ya
cumplió su propósito? En cambio, si la muerte sucede por anunciar la vida, es
lógico que Dios dé la vida a quien confió plenamente en ella y a quien se
entregó por la vida de los otros. Por eso es tan importante, en la
interpretación lucana, la mediación de la Palabra. Durante
el capítulo 24 del Evangelio se recuerda que era necesario que se cumpliera la Palabra (cf. Lc 24,
7.26-27.32.44-47), y gráficamente, el autor nos demuestra cómo el hecho pascual
abre las inteligencias de los discípulos para entender la Escritura.
A partir de la Palabra
y de su entendimiento, es posible reconocer la identidad real de Jesús. En esta
perícopa se le adjudican tres títulos: Señor, Viviente e Hijo del Hombre. La
construcción gramatical Señor Jesús
se utiliza solamente en esta oportunidad dentro del Evangelio. Se trata de un
título teológico, aplicado a Yahvé, sobre todo utilizado por la traducción
Septuaginta. El otro título que mencionamos es el de Viviente. Cuando los
hombres de vestidos resplandecientes preguntan por qué buscan entre los muertos
al que está vivo, podría traducirse por
qué buscan entre los muertos al Viviente (al que vive). Esto tiene sentido si pensamos en la tradición
veterotestamentaria del nombre YHWH, del Yo
soy el que Soy (cf. Ex 3, 14), o sea, el que existe siempre, el que está
siempre, el que vive siempre, el Viviente. Dios es Vida y dador de ella.
Finalmente, el último título es Hijo del
Hombre. En este caso, los hombres con vestiduras resplandecientes recuerdan
lo dicho por Jesús en su ministerio. Jesús habla constantemente del Hijo del
Hombre, la gran mayoría de las veces en tercera persona, haciendo alusión a su
poder (de perdonar, de disponer del sábado), a las tribulaciones que pasará
(será entregado, torturado, asesinado) y a la glorificación futura (será
elevado, se sentará a la derecha de Dios, regresará). Este título es, por lo
tanto, cristológico y antropológico, o sea, habla de la realidad crística y de
la realidad humana de Jesús.
En la Pascua
hacemos anamnesis. La Pascua
es un recuerdo activo que transforma la actualidad. ¿Qué pasaría si la tumba
vacía fuese un hecho circunscrito a un puñado de mujeres de hace dos mil años?
¿Qué podría significar eso para mí hoy? ¿No estarían histéricas o perturbadas
por la muerte de un ser querido? En opinión machista, ¿no es típico de las
mujeres hacer ciertos escándalos cuando no pueden lidiar con algo que las
sobrepasa? Y sin embargo, ellas son las primeras en hacer la anamnesis. Lc 24,
8: “Ellas recordaron sus palabras”.
Recordaron que el Hijo del Hombre debía morir, pero recordaron también que,
siendo indignas en su sociedad, Él las había amado y les había dado su lugar.
Recordaron que explicaba el misterio de Dios a los Doce y a ellas por igual.
Recordaron que la gente decía muchas cosas sobre este soltero que caminaba por
Palestina seguido de mujeres, pero que a Él realmente no le importaba demasiado
ese chusmerío. Recordaron su libertad y sus actos. Recordaron su praxis
liberadora.
La anamnesis compromete. Un acto conmemorativo lo hace cualquiera. Pero
asumir el nuevo orden de
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