Un fragmento de un libro terminado en mi
computadora que espera publicación. Sobre el Reino de Dios, sobre esa obsesión
de Jesús. Y, aparentemente, obsesión también de Juan el Bautista.
(Mt 3, 2) Juan el Bautista proclamaba: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”.
La figura de Juan el Bautista ha sido controvertida desde los inicios del
cristianismo. Las primeras comunidades tuvieron que hacer teología y
cristología definida para dejar en claro qué tipo de relación había entre él y
Jesús. Esa relación determinaba quién era el más grande, quién era el más
fuerte, quién era maestro de quién, quién era el Mesías. Como en la época del
Jesús histórico, en la Iglesia también hubo seguidores/discípulos del Bautista
y seguidores/discípulos de Jesús. Por momentos en hermandad, por momentos
enemistados. Hoy, los historiadores coinciden en su grandísima mayoría, sobre
un período en la vida de Jesús en que fue discípulo del Bautista, incluso
permaneciendo un tiempo en el desierto junto a este. Con el paso del tiempo,
Jesús habría penetrado más el misterio divino y comenzaría la separación de
Juan para iniciar solo su camino, desde la perspectiva que había descubierto
del Reino de Dios. Como veremos en breve, el distinto entendimiento que cada
uno tuvo sobre el Reino fue lo que trazó caminos separados para cada cual.
Mateo, sin embargo, se arriesga a poner en boca del Bautista una oración
que resume su prédica y que es igual a la que pronunciará Jesús más adelante: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos
está cerca” (Mt 3, 2; Mt 4, 17). Considerando el panorama cristológico que
buscaba diferenciar claramente a Jesús de Juan, lo del autor es una osadía. Así
sin más, pareciese que predican lo mismo. Inclusive, Mateo va más allá haciendo
un paralelo en los inicios de las actividades ministeriales de ambos: la
llegada de los dos está profetizada por Isaías (el Bautista es la voz que clama
en el desierto de Is 40, 3, y Jesús en Mt 4, 14-16 es la luz que ilumina las
tinieblas de las regiones de la muerte de Is 9, 1); las multitudes acuden a
ellos desde lugares similares (Jerusalén, Judea, la región del Jordán) según Mt
3, 5 y Mt 4, 25; y al verlas (cf. Mt
3, 7 y Mt 5, 1), ambos hombres proclaman su mensaje.
Pero sabemos que el Reino de Dios que predica cada uno es diferente. En
Juan el Bautista, la ira de Dios es lo inminente y primordial, y no se puede
escapar de ella. Dios está de veras enojado, según se infiere de Mt 3, 7-12.
Tiene un hacha (su instrumento escatológico), y con esa hacha va a limpiar la
humanidad. Lo que no sirve se corta y es arrojado al fuego. La conversión a la
que invita Juan parte del temor a la ira divina; hay que convertirse por el posible
castigo que se avecina para los impíos. Esta acción de limpieza iracunda de
Dios se realizará mediante un enviado, uno más
fuerte o más poderoso que Juan.
Es el agente mesiánico, la mano derecha de Dios. Si la herramienta escatológica
divina es el hacha, la del agente mesiánico es la horquilla para recoger el
trigo (y guardarlo) y quemar la paja (en un fuego eterno). El Reino de Dios
está cerca, pero más que alegría, esa cercanía provoca temor. No resulta
adecuado estallar de júbilo por ese Reino que viene tan agresivo y castigador.
El plan programático del Reino que predica Jesús parece, en cambio, apuntar
en otra dirección. De lo primero que se habla es de los bienaventurados (cf. Mt
5, 3ss), de poner la otra mejilla (cf. Mt 5, 39), de amar a los enemigos y
rogar por los perseguidores (cf. Mt 5, 44), de un Padre que hace llover sobre
justos e injustos (cf. Mt 5, 45). Es un Reino difícil de congeniar con el hacha
y la horquilla. No estamos afirmando que haya una total oposición entre un
mensaje y el otro, pero sí que no son exactamente lo mismo. Jesús no reproduce
la idea de Reino del Bautista. Es probable que Jesús haya puesto su fe inicial en el mensaje de Juan, pero luego supo
progresar hacia una visión superior del mismo mensaje. Jesús entendió que el Reino,
más que amenazar, debía consolar. El Reino, más que estar separado del mundo
cotidiano, debía estar en medio de la cotidianeidad. El Reino no es algo que
vendrá un día muy lejano, sino algo que está en proceso, que está presente aquí
y ahora. Ese salto de calidad que lleva a Jesús a abandonar el movimiento del
Bautista para iniciar su propio movimiento, no es una negación del pasado con
Juan, sino un escalón más, una superación que implica lo anterior. Jesús ha
tenido que plantearse el Reino seriamente, y modificar su vida en pos de ese
planteo y esa reinterpretación.
El Bautista abrió un camino para Jesús, y Jesús lo transitó en libertad
proyectándolo hasta límites inimaginables.
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