1 Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén 2 y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”. 3 Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. 4 Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. 5 “En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”. 7 Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, 8 los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”.9 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. 10 Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, 11 y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. 12 Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
Pistas de exégesis (qué dice
el texto)
La fiesta de hoy es llamada epifanía,
que en griego significa manifestación.
El término, en el uso literario griego, podía caber en dos ámbitos: el secular
y el religioso. Para lo secular, designaba una llegada, una venida, o mejor
dicho, un ingreso. Cuando una figura política importante (rey, emperador,
embajador) ingresaba a una ciudad y se realizaba el acto solemne de la
procesión, con pompa y lujos, ese evento era una epifanía. Digamos que se ponía
de manifiesto la entrada de alguien de renombre. En el ámbito religioso, donde
hallamos la otra acepción, sí podemos hablar de una manifestación divina, como
un hecho sobrenatural, de origen celestial, que actuaba, generalmente, a favor
de los seres humanos. Era epifanía el evento de la intervención divina que daba
a conocer las obras particulares de los dioses para con los hombres. El
cristianismo adoptó las dos acepciones para vincularlas a Jesús. 2Tim 1, 10 es
un pasaje que habla de la “manifestación
de nuestro Salvador Cristo Jesús”.
Dios encarnado es un ingreso y una manifestación en sí misma, es la entrada
triunfal (paradójicamente, por la puerta de atrás de la historia) y la mano
divina que socorre.
Como el significado de la epifanía es muy amplio para condensarlo en un
solo acontecimiento o en una sola fecha, la Iglesia primitiva interpretó que
tres eran las escenas evangélicas dignas de ser contempladas bajo el arco epifánico. Una de ellas es el
relato de los magos de Oriente. La segunda escena es el bautismo de Jesús en el
Jordán, que litúrgicamente se celebra el domingo posterior a la Fiesta de la Epifanía. Y la tercera escena
es la que el Evangelio según Juan tiene al comienzo de su capítulo 2, las bodas
de Caná, que en este Ciclo C se lee a continuación del domingo del bautismo del
Señor.
El episodio de los magos de Oriente es un texto sedicioso, un contrapunto a
los poderosos. El desarrollo de la escena demuestra que unos magos venidos de
Oriente preguntan en Jerusalén (cuna capital del poder) dónde ha nacido el rey
de los judíos. Herodes, actual rey judío, se sobresalta. Y no es para menos,
pues unos extraños/extranjeros vienen a preguntar, en su cara, dónde está el
que lo suplanta.
Mateo describe el sobresalto de Herodes con la palabra griega tarasso. El mismo término puede hallarse
en Hch 17, 8, y el trasfondo de ambas escenas puede darnos una pauta. El
capítulo 17 de Hechos de los Apóstoles comienza narrando la llegada de Pablo y
su equipo misionero a Tesalónica (cf. Hch 17, 1); allí, Pablo predicó durante
tres sábados y muchos adhirieron a la doctrina cristiana (cf. Hch 17, 2-4),
pero los judíos se indignaron, reunieron una multitud tumultuosa y fueron a
buscarlos para apresarlos. Como no encontraron al equipo paulino, se llevaron
al dueño de la casa, Jasón, y a otros que andaban cerca (cf. Hch 17, 5-6a).
Cuando los presentan frente a los magistrados de la ciudad (órgano de poder
romano) para acusarlos, esgrimen lo siguiente: “Esos que han revolucionado el mundo se han presentado también aquí, y
Jasón los ha hospedado. Además todos ellos actúan contra los decretos del
César, pues afirman que hay otro rey, Jesús” (Hch 17, 6b-7). Al oír esto,
el pueblo y los magistrados se alborotaron (tarasso).
¿Cuál es el motivo de ambos sobresaltos, entonces? Que hay otro rey. Los
magos lo vienen buscando desde Oriente; en Tesalónica lo anuncian unos
predicadores itinerantes que están revolucionando el mundo. El cristianismo
nace subversivo, en Nazaret. Jesús es una persona que se opone, directamente, a
Herodes y al César. Desde su paradoja, desde los poblados pequeños que poco
tienen que ver con las capitales, desde unos dementes itinerantes que no poseen
ninguna función religiosa, desde los extraños/extranjeros.
La sedición de los magos va más allá, porque ellos no son del interior del judaísmo,
no son circuncidados. Los magos vienen de Oriente, de afuera. Son extranjeros
que buscan a un rey judío. Parecen ser lectores
del cielo, astrólogos. Se supone que Mateo está haciendo referencia al
grupo de sabios persas que se dedicaban al estudio de los planetas. De todas
maneras, no es indispensable saber su procedencia exacta. Lo importante es
entender que no son judíos. Posiblemente tengamos en el relato mateano una
referencia al Salmo 72, una oración que pide a Dios por el gobierno del rey, para
que se realice en justicia (cf. Sal 72, 1-4.12-14), para que dure eternamente
(cf. Sal 72, 5-6.17) y para que se expanda universalmente (cf. Sal 72,
8-11.19). Sobre esta última característica se dice que “los reyes de Tarsis y las islas traerán consigo tributo. Los reyes de
Sabá y de Seba todos pagarán impuestos; ante él se postrarán los reyes, le
servirán todas las naciones” (Sal 72, 10-11). Como los magos de Oriente
traen oro, incienso y mirra, la tradición cristiana identificó en ellos el
cumplimiento de esta profecía del Salmo, intercambiando magos por reyes.
Los que vienen de Oriente, los extranjeros, los extraños, son símbolo de
los paganos que se insertarán a la comunidad cristiana. Más adelante, en su
vida pública, Jesús dirá sorprendido por la fe del centurión romano: “Les digo que vendrán muchos de oriente y
occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los
Cielos” (Mt 8, 11). Los magos son las primicias del Oriente, son los
primeros de esos muchos que se pueden sentar a la mesa con los patriarcas. Sin
ser israelitas, se hacen herederos de las promesas por el Cristo.
Pistas hermenéuticas (qué
nos puede decir hoy)
La subversión del Reino parece estar en la inversión del establishment. Jesús es rey de verdad y
ni Herodes ni el César lo son. En el Cristo son uno los judíos y los paganos,
los de occidente y los de oriente, volviéndose inútiles las divisiones
fabricadas por la mano humana. La misma naturaleza del Reino entra en
contradicción con los poderes, porque los poderosos no quieren igualdad ni
relatividad de su poderío. Un Mesías que desestabiliza desde los poblados
pequeños, desde la periferia, desde los olvidados, es peligroso. Un Salvador
que no utiliza la fuerza de las armas ni las maniobras políticas, que se sienta
a la mesa con los de afuera, es sumamente molesto. Herodes y los magistrados se
conturban porque entienden que son efímeros, que son ilegales en algún sentido,
y que Dios se manifiesta allí donde parece imposible que pueda hacerlo.
La Buena Noticia del nacimiento y la Buena Noticia de la
resurrección son escandalosas para los poderosos, puesto que un dios lejano,
olvidado de la historia que puso en marcha, permite a los opresores mantener
determinadas estructuras que afianzan el propio reinado; un Dios encarnado, en
cambio, altera el supuesto orden natural de las cosas, invierte los valores,
desbarajusta, altera, modifica. Jesús es rey de una manera distinta, y con eso
se derrumba el artificio de poder de los reyes de la tierra. Los poderes se
alborotan cuando oyen que su potencia es puesta en jaque, cuando se les revela
que no son la punta de la pirámide. La encarnación de Dios es la caída por
tierra de las ideologías que ven en los gobernantes descendientes directos de
la divinidad, o que creen en una sangre pura, una sangre azul. Si Dios, el
trascendente, el infinito, el rey eterno, puede hacerse mortal, entonces ningún
gobernante de este mundo puede pretender emular el reinado perfecto sin
abajarse.
La Iglesia tiene la responsabilidad de descubrir al Dios manifiesto en lo
oscuro, en lo subterráneo, en lo marginal. La Iglesia tiene la responsabilidad
de subvertir su mirada para descubrir, con la sabiduría del Reino, la fuente de
la revelación. El Todopoderoso, el Señor del universo (del cielo y de la tierra),
no ha elegido las oficinas de los estudiosos ni los hábitos de los
profesionales de la religión para auto-comunicarse, sino que se ha revelado a
los pequeños y en lo pequeño. Se trata de un Dios sedicioso que se opone a la
pompa del Imperio, a las entradas triunfales que son un show, a la sociedad
piramidal donde la ancha base sostiene la estrecha punta. Se trata de un Dios
para todos que no es elitista ni descarta a los débiles por selección natural.
En el menos pensado, quizás en el extranjero, es posible hallar la epifanía. En
lo despreciado por distinto, por no acomodarse al sistema, está escondido el
misterio de una revelación que evita los cauces
oficiales de manifestación.
Los magos que subvirtieron el orden de Herodes y Jerusalén pueden estar
presentes, de manera transformada, intentando subvertir nuestro orden de
Iglesia. Pueden querer mostrarnos al Dios encarnado que no sabemos reconocer.
Afuera de nuestro terrible muro eclesial están los inmigrantes, los emigrantes,
los gitanos, los judíos, los musulmanes, los ateos, los trotamundos, los
desilusionados con nuestra institución, los desplazados, los ahuyentados, los
expulsados. Vienen anunciando que han visto la estrella, que han visto la luz,
y que nosotros, por la altura de nuestro muro, no la hemos podido divisar.
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