5 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, 16 él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo 22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.
Pistas de exégesis (qué dice
el texto)
El acontecimiento (Jesús bautizado por Juan) es uno de los más atestiguados
por la cuádruple tradición evangélica. Esto representa un dato no menor. Pocos
hechos de la vida de Jesús tienen tanto sostén histórico. El primero en
narrarlo fue Marcos, alrededor del año 70 d.C., y la cita es Mc 1, 9-11; se
trata del relato más breve de los Evangelios Sinópticos. Luego lo pusieron por
escrito Mateo y Lucas, más de una década después, y cada uno le dio su impronta.
El problema teológico de la escena era la relación entre el Bautista y
Jesús: ¿quién era verdaderamente el Mesías?, ¿por qué el Mesías se bautizaría
con alguien supuestamente menor que Él?, ¿qué papel queda para Juan en el plan
de salvación?. Mt. 3, 13-17 lo soluciona añadiendo un diálogo entre los protagonistas
(Mt 3, 14-15), donde el Bautista se resiste a bautizar a Jesús, pero éste
insiste argumentando que es preciso cumplir con toda justicia. Lucas avanza un
poco más y, en sus primeros dos capítulos, presenta en un díptico las
concepciones, nacimientos y circuncisiones del Bautista y de Jesús, dejando
bien en claro que el primero está subordinado al segundo desde siempre. El
relato lucano del bautismo también tiene sus improntas, pero eso lo veremos más
adelante. Finalmente, sobre los albores del siglo II, el Evangelio según Juan
habrá eliminado la escena del bautismo para mencionarla de pasada en labios del
Bautista, quien asegura haber visto cómo el Espíritu de Dios bajaba y se posaba
sobre Jesús (cf. Jn 1, 32-34).
Mientras más profundizaban los primeros cristianos el misterio del Cristo,
más descubrían la verdadera condición de Jesús, pero también hallaban más
problemas. Estos problemas requerían soluciones teológicas que las comunidades
fueron elaborando lentamente. El problema
del Bautista fue uno de los más disputados. Baste como ejemplo lo que
cuentan los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo sobre Apolo, un judío que
enseñaba sobre Jesús, pero sólo conocía el bautismo de Juan (cf. Hch 18,
24-25), y tuvo que ser catequizado por Áquila y Priscila sobre la exactitud del
cristianismo (cf. Hch 18, 26); o los discípulos de Éfeso con los que se
encuentra Pablo, que ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo (cf. Hch
19, 1-2) porque sólo tenían el bautismo de Juan (cf. Hch 19, 3). La crónica de Hechos
demuestra que durante un considerado tiempo convivieron los discípulos joánicos
con los discípulos jesuánicos, y que sus bautismos se realizaban en paralelo.
Evidentemente, para los joánicos, el Bautista era el maestro a seguir y, para
muchos de ellos, era el Mesías esperado. Con esa situación se abre la perícopa
de hoy, que no refleja sólo la creencia de la época de Jesús, sino la situación
de la comunidad lucana: todos piensan en sus corazones si Juan no será el
Mesías, todos se permiten dudar sobre su verdadero papel en el plan salvífico.
El relato lucano del bautismo tiene sus características particulares para
explicar la diferencia substancial entre Jesús y Juan, y la preeminencia del
primero. Uno de los recursos literarios es la presentación en díptico de las
infancias de ambos. Veremos ahora lo específico de la escena bautismal:
a) Juan está preso: la selección de versículos que realiza la
liturgia no nos permite leer Lc 3, 19-20, donde el autor dice que Herodes
encerró a Juan en la cárcel. Esto modifica substancialmente la escena, porque
si el Bautista está preso, difícilmente pueda bautizar con su propia mano a
Jesús en los versículos siguientes. En el Evangelio según Marcos, por ejemplo,
Juan es entregado (cf. Mc 1, 14) después del bautismo. Al adelantar la prisión
del Bautista se marca un corte histórico, un cambio de situación. Juan
pertenece al Antiguo Testamento, es el último profeta de la Antigua Alianza , y no puede
entrar en contacto con el Cristo, centro operante del nuevo tiempo. El texto es
claro, nadie lo bautiza a Jesús, sino que “también
fue bautizado”, con un sujeto tácito, que para nosotros puede ser
directamente Dios.
b) Orando: Lucas es el único que presenta a Jesús
orando en esta escena. Ni Marcos ni Mateo lo mencionan. El tópico de la oración
es importantísimo en la obra lucana. El Maestro se retira a lugares desiertos
para orar cuando la muchedumbre lo persigue porque se hace famoso (cf. Lc 5,
15-16), ora en una montaña la noche antes de elegir a los Doce (cf. Lc 6, 12),
ora a solas cuando pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es Él (cf.
Lc 9, 18), tras lo cual emprenderá la larga subida a Jerusalén (cf. Lc 9, 51).
La transfiguración sucede enmarcada en oración (cf. Lc 9, 28-29). Y Lc 11, 1-13
contiene la enseñanza del Padrenuestro y la parábola de amigo insistente, en
conexión con la de la viuda insistente (cf. Lc 18, 1-8). La Iglesia, tras la
ascensión, será continuadora de la oración de su Señor (cf. Hch 1, 14; 4, 31).
La relación entre Espíritu y oración es patente. Jesús es el animado por el
Espíritu de Dios, es el que se deja habitar por el soplo del Padre. No es un
hombre espiritual por ser desencarnado,
sino todo lo contrario, es espiritual porque vive en la tierra con un sentido
de trascendencia único que se lo da el Espíritu. Realiza la voluntad de Dios
porque, orando, se deja compenetrar por el Padre para modificar la historia, la
suya y la de su pueblo. En la oración asume su misión y su identidad y las
revela, rechaza la fama y forma comunidad. Orando, Jesús es/existe.
c) Engendrado hoy: la voz del cielo en el relato lucano se diferencia
de la tradición de Marcos y Mateo. Mientras estos parecen citar una combinación
de Is 42, 1 y Sal 2, 7, Lucas se basa solamente en el salmo. La voz da
cumplimiento a Lc 1, 32, cuando el ángel anuncia a María que su hijo será
llamado Hijo del Altísimo. Pero no es
sólo cumplimiento de algo profetizado en el pasado, sino actualización de la
filiación divina. El sentido del hoy, ya presente en la cita del salmo, es muy
importante para Lucas. A los pastores se les anuncia que hoy ha nacido el
Salvador (cf. Lc 2, 11), Jesús asegura en la sinagoga que las palabras de Isaías
sobre el ungido de Dios se cumplen hoy (cf. Lc 4, 21), tras la curación del
paralítico la gente dice que ha visto cosas increíbles hoy (cf. Lc 5, 26),
Zaqueo debe bajar porque hoy se aloja el Maestro en su casa (cf. Lc 19, 5) y
hoy llega la salvación a esa misma casa (cf. Lc 19, 9), al malhechor
crucificado se le asegura que hoy estará con Jesús en el Paraíso (cf. Lc 23,
43). El Evangelio no es algo de ayer que ya no nos incumbe, ni algo que
sucederá algún día y que conviene esperar de brazos cruzados. El Evangelio es
actualidad, es hoy, es ya, es ahora. Dios engendra a su Hijo hoy porque
engendra hijos siempre, porque nunca deja de ser Padre, nunca ha dejado de
serlo ni alguna vez existió sin serlo. La filiación es una constante en tiempo
presente, porque la salvación es en el presente de las personas.
Pistas hermenéuticas (qué
nos puede decir hoy)
Jesús no es lo mismo que Juan el Bautista. Es la concreción de un anhelo
muy profundo de Juan, la esperanza en la llegada del más fuerte (cf. Lc 3, 16).
Es el agente mesiánico. ¿Pero cómo se da cuenta el judío de Nazareth de su
identidad cristológica? Esa es una de las grandes preguntas en la investigación
histórica sobre Jesús. ¿Sabía Él a ciencia cierta quién era? ¿Cuándo habría
llegado a descubrirlo? Muchos coinciden en que el relato del bautismo por parte
de los evangelistas es la escena que revela el proceso de auto-interpretación
jesuánica. El texto lucano, por ejemplo, nos muestra un hombre orante que, en
sintonía con el Padre, se descubre Hijo. Un hombre que buscando el sentido de
su existencia lo halla plenamente en Dios y en los hermanos de su pueblo.
Jesús no ha sido un adivino de la voluntad de Dios, sino un oyente. Jesús
discernía. La imagen omnisciente que nos hemos fabricado de Él contribuye a
alejarlo del pueblo, en sonante diferencia con el judío que se bautiza cuando “todo el pueblo se estaba bautizando” (Lc
3, 21a). Poniendo a Cristo a lo lejos, ya no hay obstáculo para poner la
Iglesia unos pasos más allá, o unos pasos por encima. El Jesús omnisciente es
la posibilidad de proclamar una Iglesia omnisciente, que se sabe íntegra desde
siempre y que de equivocarse no ha probado error alguno. En definitiva, una
imagen eclesial falsa. Nos negamos el privilegio de crecer a partir del
cuestionamiento, nos negamos la dicha de discernir, descartar, re-elaborar,
cambiar, transformar y construir. ¿No será indispensable preguntarse casi
constantemente quiénes somos?
El camino elegido por Jesús es el de la oración. El camino elegido por la
Iglesia no podrá ser otro. Orar para entender y para entenderse, para poder
mirar y mirarse, para encarnarse y proyectarse. Orar para escuchar y asumir la
misión. Orar para sabernos hijos y para que los otros se descubran hijos
también. La oración no es la abstracción que nos lleva al pasado para
lamentarnos de lo que no hicimos, ni es la vía de escape hacia un futuro de
ensueño que esperamos caiga del cielo. Orando somos/existimos porque dejamos
que Jesús sea/exista en nosotros.
La identidad que la Iglesia descubre orando, la descubre en la oración
encarnada. No podemos ser comunidad de lamentos ni comunidad de brazos
cruzados. Somos comunidad en presente, entre los que hoy están alrededor
nuestro, entre los que quieren animarse a descubrir los vericuetos de Dios.
Somos comunidad incompleta, en discernimiento, en descubrimiento de sí misma,
pero por eso mismo somos comunidad que se completa en el Cristo.
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