(Mt 18, 1-4) En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos”. [Mc 9, 33-37; Lc 9, 46-48]
Esta escena conceptual es común a los tres Evangelios Sinópticos, pero
mientras Marcos y Lucas relatan que los discípulos discuten sobre quién es el
más grande entre ellos, Mateo amplía el campo de discusión del debate y los
hace preguntarse quién es el más grande en el Reino de los Cielos. Ya no
estamos sólo en el ámbito del discipulado, del pequeño grupo que acompaña a
Jesús en su caminar por Palestina, sino que el planteo es sobre el gran Reino,
sobre esa majestuosidad enorme e indescriptible que tiene por Rey a Dios. Y
también a diferencia de los otros dos autores, en Mateo los discípulos se lo
preguntan a su Maestro abiertamente, mientras que en Marcos y Lucas es Jesús
quien descubre que están hablando a sus espaldas. La pregunta es válida, pero
Jesús sabe que es una pregunta que esconde una intención de tener más, de
ocupar un puesto superior, de tener súbditos.
La respuesta de Jesús, paradójica como de costumbre, establece que el más
pequeño es el más grande. Para graficarlo plásticamente se vale de un niño, a
quien pone en medio de ellos. Lo plástico es claro: el centro es el niño; allí
está el modelo de los que heredan el Reino. Hay una referencia más sutil
escondida, pero poderosa. En Mt 14, 6 se dice textualmente en griego, que la
hija de Herodías danzó en medio de
los comensales del banquete de Herodes. En el texto original, las
construcciones literarias son equivalentes. Sutilmente, quedan en contrapartida
la niña/joven utilizada por su madre para fines de muerte, en medio de una
reunión de varones poderosos; y el niño/joven en medio de los discípulos, que
representa la vida verdadera. Es una referencia sutil, pero potente en su
significado. La discusión sobre el poder, sobre lo que se tiene, sobre ser
mayor a otros, ha terminado con la muerte de Juan el Bautista. La niña/joven
terminó siendo instrumento de los mayores que la utilizaron para concretar un
asesinato. El niño/joven que propone Jesús es modelo para que haya vida, para
que los discípulos no se saquen los ojos entre sí, porque el Reino de los
Cielos es más parecido a esto último que al banquete de Herodes. El Reino de
los Cielos es la vida de los pequeños, no la muerte de los profetas.
Jesús indica a sus discípulos tapeinoo,
que significa abajarse, al punto de llegar al nivel del suelo. El que se abaja
como un niño es heredero del Reino, y no sólo eso, es el más grande en el Reino
de los Cielos. Tradicionalmente y en varias predicaciones, se interpreta que
hacerse niño es hacerse inocente, sin maldad. Pero difícilmente Jesús pensaría,
según su contexto cultural, en el niño como imagen de la inocencia. Y mucho
menos en esta escena donde la discusión es sobre poder y sobre la posibilidad
de estar unos aplastando a los otros. La inocencia del niño no encaja bien
aquí. Para eso tenemos que rastrear en el resto del Evangelio una constante
mateana, que es su referencia a los pequeños. Como veremos, un niño es un
pequeño, no por su tamaño ni su edad, sino porque está al margen de la
sociedad. Los niños, en la sociedad del siglo I, no son nadie por sí mismos;
valen en cuanto son adultos en potencia. Son pequeños porque socialmente se los
puede representar así, diminutos, invisibles, desprotegidos. Mateo utiliza
continuamente términos similares entre sí para designar a los más desprotegidos
de la sociedad: mikros (cf. Mt 10, 42;
Mt 11, 11; Mt 13, 32; Mt 18, 6.10.14) como pequeños en tamaño; pais (cf. Mt 2, 16; Mt 8, 6.8.13; Mt 12,
18; Mt 17, 12; Mt 21, 15) como esclavos o niños; paidion (cf. Mt 2, 8.9.11.13.16.20.21; Mt 11, 16; Mt 14, 21; Mt 15,
38; Mt 18, 2.3.45; Mt 19, 13-14) como diminutivo de pais, que solía utilizarse para niños menores de dos años; thelazonton para los lactantes (cf. Mt
21, 16; Mt 24, 19); elakistos como mínimo
o menor (cf. Mt 2, 6; Mt 5, 19); pobre como ptokoi
(cf. Mt 5, 3; Mt 11, 5; Mt 19, 21; Mt 26, 9.11).
En los versículos que estamos analizando ahora se habla de un paidion, un niño joven, un muchacho. Abajarse
como este niño no es volverse inocente, sino hacerse marginal, último en la
escala social, pequeño como prescindible y despreciado. En la cultura
mediterránea del siglo I es perderlo todo, porque el honor es el rango de
medida del valor de las personas. Jesús no propone, ingenuamente, que los
inocentes heredan el Reino, sino que invita a hacerse nadie para ser grande,
aunque parezca descabellado. Estar con los pequeños, con los últimos, y
plenificarse allí. La grandeza no está en tener a muchos por debajo, sino en
abajarse con los muchos.
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