(Mt 19, 14) Pero Jesús les dijo: “Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos”. [Mc 10, 14-15; Lc 18, 16-17]
Respecto a la tradición sinóptica de esta frase de Jesús, no habría mucho
para agregar habiendo ya analizado la expresión en el Evangelio según Marcos.
El sentido principal es el mismo: el niño no representa aquí a la inocencia ni
al niño como pequeño miembro de la familia, sino que lo hace como marginal. El
niño palestino es el último, el que está fuera de la escala social, el
olvidado, el que no tiene presente. Los discípulos del Reino debiesen hacerse
últimos y marginales con los últimos y marginales de Palestina. Dijimos que
heredar el Reino es un compromiso, pues bien, los discípulos de Jesús están
comprometidos a empequeñecerse, de lo contrario, ni son discípulos ni están
comprometidos con el proyecto de Dios.
Si quisiésemos añadir algún particular de Mateo como autor, podemos
recordar que su Evangelio abre con Jesús niño, inclusive con Jesús concebido antes
de dar a luz María. Varios comentaristas han remarcado que tanto Mateo como
Lucas presentan una sensibilidad especial hacia la niñez, que se manifiesta
mucho en los primeros capítulos de sus libros, donde se narra, sin abundar en
detalles, episodios de la niñez de Jesús. Hay una sensibilidad particular que
permite ver a Jesús en sus primeras etapas de crecimiento. Sensibilidad que
nada tiene que ver con el afán mágico (gnóstico, por ejemplo) de encontrar un
Jesús niño con poderes milagrosos y con plena conciencia de su mesianismo. Mateo
recuerda al niño en peligro, perseguido por Herodes (cf. Mt 2), y no sin
llanto, narra la escena que la tradición tituló como la muerte de los inocentes (cf. Mt 2, 16-18).
Jesús no tiene una niñez romántica, sino una niñez peligrosa, de exilio en
un país lejano, de persecución. En ese contexto propio, el autor puede
proponer, implícitamente, otra perspectiva para acercarse a la niñez como
modelo del discipulado del Reino. En boca del Jesús mateano, mencionar a los
niños puede ser mencionar a los perseguidos por el poder. Los discípulos de
Jesús son unos exiliados políticos del sistema romano; su posición marginal
proviene de su fe absoluta, que no es Roma ni el Emperador, sino Dios y el
Reino de los Cielos. La imagen del niño no es ingenua e inocente, sino
subversiva y parcial.
Otra posible vía hermenéutica, retomando el recuerdo del inicio del libro
de Mateo, es el antagonismo patriarcal que subyace. La genealogía con la que
abre el Evangelio menciona mujeres; María concibe por obra del Espíritu Santo,
no en su unión con el varón; el rey-padre-varón de la nación persigue a un niño
para asesinarlo. Jesús niño, María y José, viven en una alternativa a esa estructura
patriarcal, y la idea de que los niños son el modelo para los discípulos,
implica que el padre cabeza de familia no lo es. La aspiración normal para la época y para la cultura
mediterránea del siglo I es ser como los grandes jefes masculinos: como el
padre de familia, como el poderoso general militar, como el emperador. En el
Reino de los Cielos, para variar, es al revés. El modelo es el niño pequeño,
sin poder; no es el que está por encima de los otros, sino el que está por
debajo, el oprimido. El Reino no es de los que lo conquistan con la prepotencia
ni con la fuerza de sus maquinarias de esclavitud y muerte; el Reino es los que
están al margen y de los que se ponen al margen voluntariamente para
acompañarlos.
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