(Mt 4,17) A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”. [Mc 1, 15]
Mateo tiene una diferencia de vocabulario notoria respecto a los otros
evangelistas. Este autor prefiere la expresión Reino de los Cielos antes que Reino
de Dios. Y veremos por qué.
Se ha caracterizado a la comunidad mateana como una Iglesia fuertemente
conformada por cristianos provenientes del judaísmo, convertidos a la Buena
Noticia de Jesús. De allí que este cristianismo tenga la riqueza del acervo
tradicional judío y viva la tensión de intentar congeniar la expresión
veterotestamentaria de la fe con la potencia novedosa del Evangelio. Todo el
libro de Mateo parece ir y venir entre soluciones que resuelven esa tensión
generando más tensión. El autor quiere que quede claro que Jesús era un judío
y, aún más, era el judío más esperado, el Mesías anunciado. Mateo es el
Evangelio con más citas explícitas del Antiguo Testamento, y es el que más
hincapié pone en cuestiones legales. Ayudado por el Antiguo Testamento, el
Jesús mateano desarrolla la ley del Reino demostrando que no es necesariamente
una ruptura con lo anterior, sino su elevación a una ley de más calidad y más
humana. De allí que en el libro puedan identificarse cinco grandes discursos
del Maestro, correspondientes a los cinco grandes rollos de la Torá (Génesis,
Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Jesús aparece, en la visión de Mateo,
como el nuevo Moisés, quien trae el éxodo definitivo, la Pascua final y la
nueva ley. Toda esta argumentación judía es un fundamento de fe para los
cristianos de la comunidad mateana. El libro les demuestra que creer en Jesús
no es rechazar el judaísmo, sino seguir la línea original y auténtica del
mismo. No abandonan a Yahvé en su vida cristiana, sino que siguen al enviado de
Yahvé. La genealogía con la que se abre el libro es un recurso de Mateo para
dejar en claro, desde el principio, que Jesús es descendiente de Abraham (por
lo tanto israelita), y descendiente de David (por lo tanto, rey de los judíos).
En ese contexto se explica el uso de Reino
de los Cielos. En el judaísmo no se puede pronunciar el nombre divino, en
señal de respeto ante lo inmenso y lo totalmente Otro. No pronunciar el nombre
de Dios es reconocer que lo humano no lo puede manipular ni manejar. En vistas
a ese respeto, siguiendo la tradición judía, Mateo no dice de Dios, sino de los Cielos.
En muy pocos pasajes ha obviado Mateo esta regla, y aún los exegetas no se
ponen de acuerdo sobre las razones por las que lo hizo. Igualmente, algunos
biblistas creen que hay una diferencia conceptual entre el Reino de los Cielos
y el Reino de Dios, pero la hipótesis no tiene demasiado fundamento. A los
fines prácticos, deben considerarse iguales, entendiendo que Mateo hace un
circunloquio propio del judaísmo.
Como en Marcos, la expresión de Jesús sobre el Reino cercano inaugura el
ministerio de Jesús. No son sus primeras palabras en este Evangelio, pero
siguen representando su plan programático de vida. El inicio de este versículo
que estamos analizando ahora, en griego, es igual al inicio de Mt 16, 21: apo tote archomai Ieosus (desde entonces comenzó Jesús). Como marcas
literarias, ambos versículos están delimitando la primera mitad del ministerio
de Jesús. A partir de Mt 16, 21 se anuncia la pasión y se vislumbra la muerte.
La primera mitad del libro describirá cuestiones básicas sobre el Reino de los
Cielos, y la segunda mitad dejará en claro que el compromiso con el Reino no es
una cuestión para tomar a la ligera. En la primera mitad, la invitación a la
conversión es eso: una invitación. En la segunda mitad es una exigencia para
los que desean permanecer al lado del Maestro. El Reino no está ubicado en los
cielos estratosféricos, sino cerca. La expresión Reino de los Cielos no debe
desviarnos la atención de la tierra: hay algo concreto en este Reino que exige
un compromiso vital.
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