(Mt 6, 10) Que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo [Lc 11, 2]
La oración que llamamos Padrenuestro
(Mt 6, 9-13) contiene una petición sobre el Reino, que se encuentra ubicada en
la primera sección de la misma, dedicada principalmente a dichos que tienen
como centro de la actividad a Dios mismo. Si bien la segunda parte del
Padrenuestro sigue teniendo a Dios como protagonista, las peticiones están un
tanto más relacionadas con la vida en la tierra, la vida de los humanos (el pan
de cada día, el perdón de las ofensas, no caer en la tentación). La importancia
de la petición sobre el Reino ubicada en la sección sobre Dios mismo, tiene que
ver con la relación intrínseca que se establece entre el Reino, su venida y el
Padre. Sou basileia erchomai, en
griego, admite que la traducción del verbo (erchomai)
pueda ser venir, llegar, caer sobre. Este verbo denota el hecho, el acto del ir
o del venir. La petición al Padre es que el Reino llegue. Más aún, algunos
exegetas prefieren que, en lugar de Reino, se entienda reinado; la petición sería que Dios se manifieste desde su orden de
cosas; que la justicia, la igualdad, la verdad, la santidad y el amor divino
convivan con los humanos. Es una petición a futuro, pero eso no quita que pueda
ser una petición del presente para el presente, por la inversión de valores que
implica para las sociedades, que tendrían que pasar de vivir según los reinos
de la tierra, a vivir según el Reino de Dios.
La petición sobre el Reino se acopla perfectamente a la santificación del
Nombre de Dios y a la realización de la voluntad divina en todo el universo. Los
tres pedidos refieren a la soberanía de Dios, a la manifestación de lo divino y
a un cambio social provocado por la presencia del Padre entre sus hijos y el
reconocimiento de esa presencia. Estamos en el plano de lo
escatológico-histórico. La santificación del Nombre de Dios es pedir al Padre
que se manifieste, que se dé a conocer, que se auto-revele. La expresión puede
remontarse al profeta Ezequiel (cf. Ez 20, 41; 36, 23), donde la santificación
del Nombre de Dios es la salvación del pueblo. Cuando Dios se revela, cuando se
hace manifiesto, el ser humano se salva, es rescatado. Y ese rescate se hace
concreto en el Reino de Dios, aquella realidad última y concreta donde el
humano se plenifica. Teológicamente, podemos afirmar que Dios existe en una
constante auto-donación, que es una constante manifestación. Su esencia es
darse. Por eso la concreción de estas peticiones del Padrenuestro dependen, en
cierta medida, del reconocimiento que los seres humanos pueden hacer de ese
Dios siempre presente.
De todas maneras, paradójicamente, el Dios siempre presente parece, para la
humanidad en general, casi siempre ausente. Y esa ausencia justifica que las
peticiones de la oración tengan un dejo de futuro. Se pide a Dios que algún día
venga su Reino, que algún día su Nombre sea santificado universalmente, que
algún día su voluntad se haga en todo lo creado. Ese algún día de proyección escatológica sostiene una esperanza, y en
círculo virtuoso (no vicioso), esa esperanza nos pone en movimiento para
reconocer la presencia de lo divino, su santificación, su manifestación y su
voluntad.
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