Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío”. Dicho esto, sopló y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: “La paz con ustedes”. Luego dice a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío”. Le dice Jesús: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”.Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre.
Pistas de exégesis (qué dice
el texto)
Lo que tenemos delimitado litúrgicamente es el final del capítulo 20 del
Evangelio según Juan, que consta, en total, de 21 capítulos. Como podemos
percatarnos fácilmente en una lectura rápida, los últimos versículos son una
conclusión que funciona a manera de epílogo de todo lo narrado. El libro puede
terminar allí. Sin embargo, nuestras ediciones de la Biblia tienen un capítulo
más. Esto es porque, de hecho, la primera redacción joánica acababa en el
capítulo 20, y lo posterior es un agregado de los discípulos del redactor, los
cuales vuelven a escribir una conclusión en Jn 21, 24-25. Por eso este
Evangelio parece terminar en dos oportunidades.
Si bien la primera conclusión es breve, de apenas dos versículos, resume
eficientemente la intencionalidad y el sentido de la obra joánica. En primera
instancia, aclara que Jesús realizó muchos otros signos, y no solamente los que
están contenidos en los 20 capítulos previos.
Recordamos que Juan no utiliza la palabra milagro (como los sinópticos), sino semeion, que en griego significa señal o signo. De las
bodas de Caná se dice que fue el signo proto-típico (cf. Jn 2, 11); los judíos
lo interrogan sobre qué signo presenta para expulsar a los vendedores del
Templo (cf. Jn 2, 18); durante la primera Pascua en Jerusalén, realiza muchos
signos (cf. Jn 2, 23); Nicodemo reconoce que nadie realiza los signos que Él
hace si Dios no está con él (cf. Jn 3, 2); la curación del hijo del funcionario
es interpretada por el relator como el segundo signo (cf. Jn 4, 54); la gente
le sigue por los signos que realiza en los enfermos (cf. Jn 6, 2); la gente ve
en la multiplicación de los panes un signo profético (cf. Jn 6, 14) y se
pregunta si el Cristo podrá hacer más signos que Jesús (cf. Jn 7, 31); en la
misma línea que Nicodemo, los fariseos se alarman porque si Jesús es pecador,
no podría hacer los signos que hace (cf. Jn 9, 16); inclusive los signos son
causa del planeamiento de su muerte (cf. Jn 11, 47-53); finalmente, la gente se
agolpa más todavía cuando entra a Jerusalén porque se corre la noticia del
signo que realizó en Lázaro, reviviéndolo (cf. Jn 12, 17-18).
Los biblistas, a esta primera sección de Juan, hasta el inicio del capítulo
13, la llaman el libro de los signos,
con razón.
Los signos refieren a una realidad distinta a ellos, pero en ellos
presente. Las señales, valga la redundancia, señalan algo, señalizan, apuntan,
indican. Y precisamente, lo que señalan, señalizan, apuntan e indican es otra
cosa distinta de ellas mismas. Un cartel en la ruta que presenta al conductor
la figura de una curva, no tiene la intención de que el conductor se concentre
en el cartel, sino en la curva que está pronta a aparecer.
El milagro es señal de la realidad del Reino, señal de Dios, de su amor, de
su cercanía, de la utopía divina. Hay que ver más allá del agua convertida en
vino, de los panes multiplicados y de Lázaro revivido. Hay que ver el nuevo
orden mesiánico que es fiesta sobre el ritualismo, hay que ver la mesa
compartida que sacramentaliza la comunión humana, hay que ver la muerte
derrotada en la resurrección. Esta otra mirada, superior y trascendente, no se
realiza con los ojos físicos, y por eso el Resucitado dice a Tomás (y a todos),
la bienaventuranza de los que creen sin haber visto.
En el pedido de Tomás de ver empíricamente para creer se halla la antítesis
del Discípulo Amado que cree sólo con las vendas vacías (cf. Jn 20, 8). ¿Y qué
se pretende que creamos con los signos? Como dice la conclusión de Juan: que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Allí la primitiva intención de los
Evangelios, ya recogida por Marcos (el primer evangelista de los cuatro) en el
inicio de su libro: “Comienzo del
Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). Tomás llega a la
conclusión cristológica empíricamente; el Resucitado recomienda llegar a ella
en la experiencia de fe.
Si la resurrección es la suerte
de un hombre que, siendo muy justo, logró el premio de Dios, entonces la pascua
es un evento cerrado y clausurado en sí mismo hace dos mil años. Pero si la
resurrección de Jesús es la entrada humana en la vida de Dios, y la tumba vacía
es el Evangelio de un Padre que quiere un mundo sin tumbas, entonces todos nos
vemos afectados por la pascua, y el acontecimiento de hace dos mil años
re-significa no sólo la vida de María Magdalena, Pedro y Tomás, sino la vida de
cualquier varón y mujer que se anima a creer.
Ya no se puede seguir viviendo de la misma manera ante la realidad, sacramento
y signo de la pascua.
Las traducciones de la
Biblia , en su mayoría, agregan un artículo que deja la frase
de Jesús así: “Reciban el Espíritu Santo”.
Lo más correcto, según los manuscritos griegos, sería traducir sin el artículo:
“Reciban Espíritu Santo”. Cuando se
cuenta que el Resucitado insufla en sus discípulos, no se está haciendo tanto
hincapié en lo trinitario como en lo trascendental de la vida. El texto es más
cercano a la idea de que con la
Pascua se adquiere calidad de vida, o sea, se nos incorpora a
la vida de Dios, que es vida en Espíritu, vida trascendente, vida plena.
Recibir Espíritu Santo es darle sentido a las existencias humanas. Vale la pena
vivir porque Dios es vida, no muerte. Por eso la conclusión joánica termina con
la utilidad de la fe: quien cree
tiene vida en el nombre de Jesús. “Quien
tiene al Hijo, tiene la Vida ”
(1Jn 5, 12a).
Pistas hermenéuticas (qué
nos dice el texto)
El mensaje con el que culmina el capítulo 20 del Evangelio según Juan es la
justificación de su tarea evangelizadora (la escritura de este libro sobre
Jesús). A sus contemporáneos les está diciendo que la Buena Noticia se comunica a los
demás porque todos pueden encontrar en ella la vida de Dios. Una vida que no es
limitada (es eterna), que no tiene altura máxima (es plenitud constante), que
no esclaviza (es liberadora), que no forma sectas (es abierta), que no está
atascada (es dinámica), que no es indigna (es promotora de la humanidad) y que
no se puede comprar ni vender (es gracia).
Es claro que una vida de tamañas características no puede menos que
compartirse. A nadie podría ocurrírsele privatizar una vida que completa las
aspiraciones más profundas de los seres humanos. Sólo un corazón endurecido por
el mundo y una mente embotada por los valores sociales vigentes puede negar y
negarse la vida plena de Dios. Obviamente, los que prefieren poner límites al
otro para que no crezca, los que avalan un sistema donde los capitales se le
quitan a la masa para guardarlos en arcas individuales, los que gustan tener
esclavos, los sectarios, los que detienen la emancipación de los pueblos, los
que consideran que algunos humanos son indignos, los acostumbrados al
mercantilismo de comprar-vender-tener, ninguno de ellos acepta la vida
resucitada.
La evangelización no consiste en presentar pruebas contundentes de un
cuerpo que ha sido resucitado. Esa es la maravilla de poder evangelizar hoy en
día. No necesitamos teofanías aparatosas; necesitamos que la vida se profundice
y se signifique en Jesús, en el Reino, en Dios. Cuando mejoramos la calidad de
vida de los varones y mujeres, damos señal evidente de la pascua. Cuando
ayudamos a que el marginado, el despreciado, el pobre, sea introducido a la
comunidad de los humanos nuevos en Cristo (comunidad que debiese ser la
Iglesia), lo estamos resucitando, y lo estamos convenciendo del amor que Dios
le tiene. Cuando dejamos de lado las reliquias, los amuletos y las protecciones
rituales para convertir el mundo con nuestras manos, para rezar a Dios desde la
mediación de los hermanos reunidos, para proteger al más pequeño de los embates
de los poderosos, estamos testimoniando, señalando, apuntando a Jesús, el
Cristo, el Hijo de Dios, porque estamos reproduciendo su praxis, estamos siendo
discípulos suyos.
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