(Jn 3, 5) Jesús le respondió a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.
Ante la confusión de Nicodemo, Jesús aclara que este renacimiento es
preciso que sea realizado desde el agua y desde el Espíritu. Algunos críticos
sostienen que la frase, originalmente, mencionaría sólo al Espíritu, y que
posteriormente se habría incluido el agua. El agua haría referencia al bautismo
sacramental (ya dijimos que todo el capítulo 3 del Evangelio según Juan parece
ser una catequesis sacramental). La razón apologética de esta inclusión estaría
en la aparición de muchos que se decían cristianos
por algún tipo de revelación espiritual que habían recibido, sin contacto con
la comunidad eclesial. Estos cristianos vivían
en paralelo a la comunidad, y con sus prácticas confundían el verdadero sentido
del cristianismo que la comunidad intentaba mantener. De alguna manera, el
bautismo sacramental con agua, de manera pública, frente a la comunidad
eclesial, instituía una relación entre la persona bautizada y la Iglesia,
mediante el rito, a través de la cual se marcaba,
se sellaba lo espiritual. Era
cristiano quien había pasado por el bautismo. Allí ocurría el renacimiento del
agua. Hoy parece impensable el sostenimiento de esta pastoral por el mal uso
social que recibe el bautismo en Occidente, pero en su momento, lo que parecía
impensable era que alguien se bautizase con agua sin haber sentido la efusión
del Espíritu, sin haberse convertido, sin haber asimilado la realidad del Reino
de Dios.