(Jn 3, 3) Jesús le respondió a Nicodemo: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”.
Este versículo es parte de una escena mayor que comienza en Jn 3, 1 y
culmina en Jn 3, 21, conocida popularmente como el diálogo con Nicodemo. Ampliando más el contexto literario,
podríamos decir que todo el capítulo 3 del libro es una gran catequesis
espiritual sobre el bautismo, donde se inserta la aparición de Nicodemo. Este
personaje es un judío de los principales fariseos. El vocablo que lo describe
como principal en griego (archon), también puede traducirse como magistrado. De todas maneras, si
Nicodemo es un magistrado judío, es por ende uno de los principales entre su
pueblo. Simbólicamente, con estas características, Nicodemo es uno de los más
representativos del espíritu de la religión israelita de ese momento. Como
judío, y específicamente como fariseo, representa una cosmovisión particular
dentro de la Palestina que camina Jesús.
Pues bien, este hombre aparentemente lejano a la cosmovisión de Jesús, se
acerca al Maestro durante la noche; podemos suponer que no quiere ser visto por
sus compañeros fariseos. Lo primero que reconoce Nicodemo es que Jesús es un
enviado de Dios para enseñar (cf. Jn 3, 2). Esto es muy interesante, porque
sigue reflejando la cosmovisión que tiene este hombre sobre los proyectos de
Dios. Parece que el Padre celestial ha enviado a un súper-maestro. No le
recalca otra cosa que su enseñanza, poniéndolo en una línea de mesianismo
escriba, mesianismo erudito. Según algunas tradiciones de Israel, el Mesías
vendría para enseñar la verdad definitiva; y según la tendencia gnóstica, la
salvación se adquiere a partir del conocimiento, transmitido como secreto entre
los iniciados. Tanto para el judaísmo escriba-fariseo, como para el
gnosticismo, es preciso que haya más hincapié en una sabiduría intelectual que
en lo que llamaríamos obras o acciones.
Esta construcción escénica del diálogo con Nicodemo parece responder muy
bien a los intereses del autor de este Evangelio que está disputando con el
judaísmo fariseo que sobrevivió a la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C.
y con el gnosticismo incipiente de aquellos conversos al cristianismo que
pretenden reducirlo a una visión filosófica, maniquea y desencarnada. Será la
respuesta de Jesús la que cambie la cosmovisión. El autor la introduce, en
griego, con un doble amén, que las
traducciones al español cambian por te
aseguro, en verdad te digo, de veras, de cierto te digo. El amén
amén joánico es utilizado para dar introducción a frases que encierran un
verdad ineludible, frases con un peso propio que es imposible obviar. El amén amén fabrica un marco categórico y
solemne, focaliza la atención sobre lo que Jesús dirá. Y Jesús dice que quien
no renace, no puede ver el Reino de Dios. Este renacimiento debe hacerse, en
griego, anothen. Anothen es una palabra que admite dos traducciones: de nuevo y de lo alto. Puede que Jesús invite a Nicodemo a nacer de nuevo, o
puede que invite a nacer de lo alto. La confusión se mantiene adrede en el
diálogo, ya que Nicodemo repregunta inmediatamente cómo puede un hombre viejo
volver a entrar al seno de su madre (cf. Jn 3, 4). Posiblemente, el doble
sentido de anothen esté a propósito
por parte del autor del Evangelio. Contra los fariseos-escribas que pretenden
una religión de enseñanza y aprendizaje escolar, la invitación es a nacer de lo
alto, de lo espiritual, de la experiencia del Espíritu de Dios. Un renacimiento
que no exige estudiar en altas academias. Contra los gnósticos, la invitación
es a nacer de nuevo, a convertirse, a no entenderse a sí mismos como seres
superiores iluminados sobre el resto de los mortales.
Quien nace de nuevo y de lo alto puede ver el Reino de Dios. Entre ver y
creer, la relación en el escrito de Juan es constante a lo largo de la trama
(cf. Jn 1, 50; 2, 23; 6, 14; 11, 40; 20, 20), desde Natanael que cree porque el
Maestro le asegura que lo ha visto debajo de la higuera, hasta Tomás que no
creerá si no ve la señal de los clavos en el Resucitado. El Resucitado es muy
específico respecto al papel de la visión en el discipulado: son
bienaventurados los que creen sin haber visto (cf. Jn 20, 29). De manera que la
visión del Reino de Dios, posiblemente tenga que ver más con una actitud de
vida frente al descubrimiento de la realidad del Reino, más que con una promesa
escatológica. El que nace de nuevo/de lo alto asume una actitud de vida que lo
hace vivir como estuviese viendo con sus propios ojos lo que el resto no ve: la
maravilla del Reino abriéndose paso en la historia. Por eso podemos decir que
lo espiritual del Evangelio según Juan está muy encarnado, y no se trata de una
espiritualidad de otra dimensión. Ver no
es entrar en éxtasis, sino mirar con más
profundidad la realidad.
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