(Jn 3, 5) Jesús le respondió a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.
Ante la confusión de Nicodemo, Jesús aclara que este renacimiento es
preciso que sea realizado desde el agua y desde el Espíritu. Algunos críticos
sostienen que la frase, originalmente, mencionaría sólo al Espíritu, y que
posteriormente se habría incluido el agua. El agua haría referencia al bautismo
sacramental (ya dijimos que todo el capítulo 3 del Evangelio según Juan parece
ser una catequesis sacramental). La razón apologética de esta inclusión estaría
en la aparición de muchos que se decían cristianos
por algún tipo de revelación espiritual que habían recibido, sin contacto con
la comunidad eclesial. Estos cristianos vivían
en paralelo a la comunidad, y con sus prácticas confundían el verdadero sentido
del cristianismo que la comunidad intentaba mantener. De alguna manera, el
bautismo sacramental con agua, de manera pública, frente a la comunidad
eclesial, instituía una relación entre la persona bautizada y la Iglesia,
mediante el rito, a través de la cual se marcaba,
se sellaba lo espiritual. Era
cristiano quien había pasado por el bautismo. Allí ocurría el renacimiento del
agua. Hoy parece impensable el sostenimiento de esta pastoral por el mal uso
social que recibe el bautismo en Occidente, pero en su momento, lo que parecía
impensable era que alguien se bautizase con agua sin haber sentido la efusión
del Espíritu, sin haberse convertido, sin haber asimilado la realidad del Reino
de Dios.
El renacimiento del Espíritu es lo que está detrás de lo sacramental. El
Evangelio según Juan brinda un espacio importante al desarrollo de la teología
espiritual, la teología del Espíritu. Ya en el capítulo 4 se identifica, en el
diálogo con la samaritana, el agua con el espíritu, que lleva a adorar al
verdadero Dios en espíritu y verdad (cf. Jn 4, 24). Aquí el Espíritu es un
provocador de la adoración, y junto al agua bautismal aparece como un sello de
los verdaderos adoradores. Ejerce, por lo tanto, un rol de guía interior,
invisible, haciendo morada en los corazones (cf. Jn 14, 17). El Espíritu Santo
acampa en los lugares recónditos de la propia persona donde se encuentran,
solos y cara a cara, Dios y lo más propio de cada uno. Así como Jesús es el
revelador del Padre, según la expresión de Jn 1, 18: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno
del Padre, él lo ha contado”, y la respuesta de Jesús a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”
(Jn 14, 9), de la misma manera el Espíritu Santo viene a ser un revelador de la Trinidad. El Hijo da a conocer
al Padre y el Espíritu Santo da a conocer la plenitud de la verdad revelada por
Jesús. Un término particular de Juan y exclusivo de él en todo el Nuevo
Testamento, para describir al Espíritu, es Paráclito.
Este nombre tiene cuatro apariciones: Jn 14, 16.26; 15, 26 y 16, 7. El vocablo
procede del griego parakletos, que
significa el que está al lado de uno,
en el sentido del que viene en ayuda. El primer defensor nuestro es Jesús (cf.
1Jn 2, 1), y el otro que envía el Padre es el Espíritu Santo, que también nos
defenderá, estando con nosotros para siempre. El Espíritu viene para quedarse,
para permanecer. Expresa la presencia transformada de Dios después de la
pascua-ascensión. El Espíritu se queda para ser Maestro y Guía, enseñando y recordando,
a través de las generaciones, una Palabra que es dinámica y efectiva tanto ayer
como hoy, que afecta, que moviliza, que instruye, que empuja. En ese empuje, el
Espíritu es el que dará testimonio de Jesús, actuando en los corazones como
testigo del acontecimiento cristológico.
La clave hermenéutica para entender la relación entre Espíritu y Reino de
Dios, quizás esté en Jn 20, 22. Allí el Resucitado sopla sobre los discípulos
reunidos con temor tras la crucifixión y les otorga Espíritu Santo. Las
traducciones al español de la Biblia, en su gran mayoría, agregan un artículo
que deja la frase de Jesús así: reciban
el Espíritu Santo. Lo más correcto, según los manuscritos griegos, sería
traducir sin el artículo: reciban
Espíritu Santo. Cuando se cuenta que el Resucitado insufla en sus
discípulos, no se está haciendo tanto hincapié en lo trinitario como en lo
trascendental de la vida. El texto es más cercano a la idea de que con la
Pascua se adquiere calidad de vida, o sea, se nos incorpora a la vida de Dios,
que es vida en Espíritu, vida trascendente, vida plena. Recibir Espíritu Santo
es darle sentido a las existencias humanas. Por eso hay que renacer del
Espíritu para entrar al Reino de Dios, para asimilar su dinámica y dejar que
afecte nuestras vidas. Nuevamente, la idea espiritual de Juan no está es una
espiritualidad gnóstica o desencarnada. Todo lo contrario: lo espiritual está
en relación directa con el Reino de Dios, que es concreto y que afecta la
historia concretamente. Recibir Espíritu Santo es dejarse penetrar por la
realidad del Reino para ya no volver a ser como antes.
me parece un post muy interesante este sobre el Espíritu Santo, el Bautismo, la inserción del recién convertido en la comunidad de creyentes, la Iglesia.Gracias por compartirlo. Un saludo fraterno.
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