Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
La idea de Rahner, tan discutida teológicamente, de que la historia de la
salvación no revela algo de Dios, sino a Dios mismo, es la iniciativa para que
la vida que ofrece como don la Trinidad no sea un proyecto a futuro, sino una
posibilidad histórica por la que trabaje la Iglesia. Si el Hijo vino para dar
vida, y vida en abundancia, entonces la Iglesia tendría que hacer todo lo
posible para traducir esa abundancia en términos cotidianos. La liturgia, por
ejemplo, no puede ser sólo una mirada hacia el cielo; la liturgia debe celebrar
con la tierra, debe planearse a través de los seres humanos que no están
viviendo la abundancia de la vida. Hacer personas abundantes; esa puede ser la
misión eclesial. No hablamos de la abundancia que excede, la abundancia de los
ricos, la abundancia económica. Hablamos de la abundancia de vida. Jesús,
siendo pobre con los pobres y marginal con los marginales, vive abundantemente.
Su chequera no es abultada, ni tampoco sus bolsillos, pero disfruta de la vida
de una manera increíble. Celebra banquetes, reuniones comunitarias, predica la
alegría del Reino. Goza y saborea la vida, sin bienes económicos ostensibles. E
invita a gozar y saborear la vida de la misma manera que Él. Serán fuerzas
externas (políticas y religiosas) las que troncarán su existencia antes de
tiempo e injustamente, pero no un desprecio por la existencia. Jesús sabe que
debe acercar la vida al ideal del Padre. Esa es su misión.
Si la historia revela a Dios mismo, tenemos que reconocer cómo las
situaciones de miseria y pobreza no son reflejo del Padre. La vida trinitaria
se abre paso entre los seres humanos cuando la Iglesia se hace presente en las
situaciones de vida mediocre y deficitaria para plenificarlas. Es la historia
de los que viven como Jesús la que demuestra cómo es la vida en abundancia. La
Iglesia de esta vida abundante no puede ser la que maneja bancos y comercios.
Ha de ser la Iglesia de los banquetes celebrados con alegría, la de las puertas
abiertas, la del gozo y saboreo de las cosas hermosas de la vida. La que sana,
promueve y libera.
Por supuesto, siempre está el tema del dolor. El dolor parece contradecir
la abundancia de la vida. Pero Balthasar se arriesga a decir que a la kenosis (despojo) histórica del Hijo
encarnándose le antecede la kenosis
intra-trinitaria. La Trinidad se tuvo que despojar de sí misma (despojar del
Hijo, del amor cara a cara Padre-Hijo) para que el Hijo se despojara de su
divinidad y se hiciera ser humano. Estos despojos, sustentados en el amor,
hacen del amor modelo trinitario (del ágape) la respuesta contundente al dolor
y el sufrimiento. Ambos pueden plenificarse por amor, ambos pueden cobrar
sentido cuando se ama, ambos pueden transformarse. El despojo del que es
protagonista el Hijo demuestra que Dios, amando, proyecta el sufrimiento y el
dolor hacia lo trascendente. No tienen la última palabra sobre la historia
humana. La última palabra es de aquellos que, como el Hijo, se despojan de sí
mismos para transmutar el sufrimiento y el dolor con el amor.
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