El Evangelio según Juan insiste mucho en la soberanía de Jesús sobre los
hechos que suceden. Jesús es el Rey, el verdadero, el que domina la situación.
Es el Señor de la historia y la guía, la dirige. Nadie le quitará la vida, sino
que la entregará voluntariamente (cf. Jn. 10, 18), porque tiene el poder para
recobrarla. Es, por ello, Señor de la vida también. Sin embargo, este Jesús
soberano absoluto de Juan es tremendamente humano en el libro. De alguna
manera, el autor está desarrollando, narrativamente, el misterio de las dos
naturalezas del Cristo. Es la teología de lo que luego será el dogma. El autor
lo hace por la necesidad de dejar en claro que Dios verdaderamente se encarnó,
que no fue una ilusión óptica, que asumió la carne. Sigue siendo Dios, pero no
deja de ser humano; es humano, pero no deja de ser Dios. Cuando entramos a la
pasión según Juan, la soberanía del Maestro sigue existiendo (cf. Jn. 13, 1;
Jn. 18, 4; Jn. 19, 24), pero en tres momentos precisos, su humanidad se hace
demasiado evidente, a propósito, como escenas que invitan a postrarse; porque
lo maravillosamente divino de Jesús es su humanidad.
a) Aquí tienen al hombre
(Jn. 19, 5): Pilato mandó
azotar a Jesús como escarmiento y como salida elegante. Piensa presentarlo al
pueblo sangrando para generar compasión y que se acabe el pedido de muerte. No
es Pilato un hombre generoso, sino un juez que se lava las manos. No quiere
decidir, teme hacerlo. Es un juez puesto para juzgar, esa es su misión, pero no
la cumple. Lo trae afuera, lo presenta casi burlonamente. Está vestido con el
manto púrpura de la realeza y la corona de espinas que simula ser una corona
real. Está vestido de rey, aunque nos cueste distinguirlo. Así lo presenta
Pilato: este es el hombre. Este es el hombre que le han traído, este es el
hombre que caminó Palestina, este es el hombre que enseñó el Evangelio, este es
el hombre que pasó haciendo el bien, este es el hombre que quieren crucificar. La
frase de Pilato presenta la humanidad entera de Jesús. Es el hombre por
excelencia, el humano perfecto. Pensar en Jesús como el Hombre, con mayúsculas, es parecido a pensar en el Hijo del Hombre de los Evangelio
sinópticos. El ser humano es rey cuando es como Jesús, cuando escucha a Dios,
cuando se abre a la gracia, cuando ama, cuando sirve, cuando da la vida por los
demás, sobre todo los desgraciados, pobres y marginados. Aquí tienen al hombre es una invitación a vernos como en un espejo
utópico, hacia donde debemos tender. En aquel burlado y azotado está nuestra
plenitud de humanidad. Hacia Él deberíamos tender.
b) Aquí está su rey (Jn. 19,
14): Pilato no ha logrado
aplacar los ánimos. La gente exige la muerte de Jesús. Traba una conversación
con Él para hacerle saber que está en sus manos, que como procurador tiene el
poder para darle vida o muerte. Jesús le hace entender que su poder es
ficticio; en primer lugar, el poder es de Dios, y en segundo lugar, el manejo
que está haciendo de la situación da muestras de sobra de que no tiene ningún
poder terrenal. Pilato decide extender la burla. Saca a Jesús fuera, lo sienta
en la Gabbata , el trono de piedra, y lo presenta como
el rey de los judíos. Aquí lo tienen, éste es quien los dirige como pueblo.
Obviamente, el pueblo lo rechaza. Esta expresión de Pilato completa como
díptico la anterior sobre el hombre, que daba por implícito la realeza con el
manto púrpura y la corona de espinas. El pueblo dice que tiene como rey al
César y a nadie más. Este nazareno no puede ser rey de ellos, no en ese estado,
rebajado, azotado, maltratado, prácticamente condenado a muerte. Se niegan a
aceptarlo. El rey de los judíos debe ser distinto, triunfal, vencer sobre Roma,
ejecutar la ira de Yahvé. Tiene que ser bien distinto a los seres humanos, bien
poco humano. Jesús, al contrario, parece demasiado humano para ser rey. ¿Cómo
ejecutará la ira de Dios desde su debilidad? ¿Cómo vengará a Israel de las
naciones desde su compasión? No es rey de este mundo, evidentemente. No se
somete a las leyes de la guerra, del odio ni de la ambición. Está sentado, por
fanfarronería de la política y la religión, en un estrado de un sistema injusto,
y desde allí, aunque en burla, representa la única figura capaz de juzgar
correctamente. Es el mejor rey que podemos tener, pero no lo hemos aceptado.
c)
Jesús nazareno, rey de los judíos (Jn. 19, 19): en las tres lenguas universales
(latín, hebreo y griego) se anuncia quién está pendiendo del madero de la cruz.
Es Jesús, un nombre más entre los tantos Jesús
de Palestina. Es nazareno, una aldea diminuta de Galilea desde donde no puede
salir nada bueno (cf. Jn. 1, 46). Es el rey de los judíos, un título mesiánico
que, en realidad, no es título, porque el verdadero es rey de Israel. Para el mundo, un crucificado más de los tantos que
la injusticia se lleva día a día. Es Jesús nazareno, el vecino de la aldea que
un día se fue a recorrer los caminos. Es Jesús nazareno, el campesino artesano
que entendió mejor que nadie a Dios. Es Jesús nazareno, el insignificante que
le da sentido a todas las vidas. Su título no puede ser el de rey de los judíos
porque no hizo particularismos, porque no creyó en etnias superiores a otras,
porque no realzó a un grupo sobre otro. No puede ser rey particular porque es
el rey de toda la humanidad. La segunda parte del letrero es incorrecta, pero
la primera es correctísima. Al fin y al cabo, es Jesús de Nazareth. Es el
hombre, el galileo que creció entre sembradíos y artesanías, que alguna vez
peregrinó a Jerusalén, que comió pescado y pan sin levadura, que celebró
No hay comentarios:
Publicar un comentario