Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Para entender esta escena hay que entender la situación del leproso en
Israel. La vida de estos enfermos está regida por el libro del Levítico del
Pentateuco. Al declararse el diagnóstico, que realizaban los sacerdotes, la
persona era declarada impura (cf. Lv 13, 8). La declaración de impureza, en el
contexto de la religión judía, es muy fuerte. Ser impuro implica una verdadera
separación de la sociedad, una marginación con todas las letras. La impureza no
sólo está limitada al ámbito de lo religioso, sino que se extiende a la vida
social, lo que es lógico en un pueblo que difícilmente separa lo político de la
religión. Baste remarcar que los encargados de la acción médica son, en este caso, los funcionarios de la religión. Es en el
templo en donde se decide quién está enfermo y quién no, decidiendo así quién
es aceptado y quién excluido. La impureza coloca al impuro en el último escalón
social. Según Lv 13, 45 el leproso andará con la ropa desgarrada, los cabellos
sueltos, y gritando “¡Impuro, impuro!”.
Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, su morada debe estar fuera
del pueblo (cf. Lv 13, 46), al margen, separado.
La condición no es eterna, no dura para toda la vida (en algunos casos). El
leproso puede curarse. Si eso sucediese, el beneficiado está llamado a
presentarse ante el sacerdote (cf. Lv 14, 2), quien oficiará nuevamente como
agente sanitario, certificando que la curación es real, que ya no hay signos de
lepra (cf. Lv 14, 3). En caso de confirmarse la recuperación, se inicia el ritual
de reincorporación a la sociedad, consistente en inmolación de pájaros y
aspersiones con sangre (cf. Lv 14, 4-7). Al final, la declaración de pureza es
una declaración sanitaria, religiosa y social. Se asevera que está sano, que
puede volver a participar de la vida litúrgica y que se une al pueblo,
compartiendo el campamento. Es el ser humano que ha vuelto, que ha regresado,
que pasa de la exclusión a la inclusión, de la impureza a la pureza, de la
no-relación con Dios (o de la relación basada en el castigo) a la relación
legal (basada en la curación).
En Jesús hay una revolución teológica. Y esta revolución es tan gigantesca,
que las categorías más básicas de la religión de su tiempo son invertidas en su
Evangelio. Rápidamente, en la escena de hoy, es fácil descubrir que Jesús
cambia a Judea por Samaría/Galilea, cambia judíos por samaritanos, puros por
impuros y ley por Él mismo:
1. Judea por
Samaría/Galilea: Jesús se
dirige a Jerusalén. Su destino es Jerusalén porque el Evangelio no lo puede
llevar a otra parte en el contexto socio-histórico en que se mueve. Jerusalén
es el sueño de los profetas, es la ciudad que está en el centro del mundo
(según el judaísmo), y por lo tanto, la ciudad desde donde se expande el
mesianismo. Jerusalén, geográficamente, queda en la provincia de Judea de
Palestina. Allí está el Templo, allí se peregrina, allí vive la elite
sacerdotal. Jerusalén tiene tanta luz que opaca al resto de Palestina. Pues
bien, aunque se trate de palabras del relator (Lucas), hay una expresión que
genera asombro. Jesús va a Jerusalén pasando por la pobreza de Galilea y la
supuesta impureza de Samaría. Cronológicamente, y dentro de la trama del
Evangelio, la frase lucana no tiene sentido. Hace largo rato que el Maestro
inició el camino, y mencionar ahora que pasa por Galilea y Samaría, dos
provincias con sus respectivos kilómetros de extensión, no tiene ninguna
utilidad. Claramente, la utilidad es argumentativa. Que Jesús vaya a Jerusalén
no significa que lo demás no existe, ni que su ida tenga algo que ver con una
apuesta de fama. Jesús no va a la capital para ser más famoso, sino porque ha
recorrido el camino desde la pobreza (desde la campesina y pescadora Galilea) y
desde la exclusión (pasando por la impura Samaría).
2. Judíos por samaritanos: siguiendo la misma dinámica de la
parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 30-35), la actitud de los elegidos,
según la historia oficial israelita, deja mucho que desear respecto a los
despreciados impuros que serían los samaritanos. Recordemos que los samaritanos
son considerados mestizos, mezclados con pueblos paganos, y por ello indignos
de la descendencia real israelita. Han dejado de pertenecer al pueblo elegido
en cuanto entablaron matrimonio con gentiles y rechazaron la primacía de
Jerusalén y su Templo. Desde la perspectiva judía, el samaritano es el traidor
a la nación, el despreciado por Yahvé. Y tanto el buen samaritano como el
leproso que vuelve para dar gloria a Dios, son representantes de un grupo
enemigo judío; no sólo con fundamentos políticos o territoriales, sino también
con una teología al servicio de ese odio. Para el judío, Yahvé ha sentenciado a
los samaritanos, los ha condenado por idólatras, los ha rechazado y excluido
para siempre. Para Jesús, eso es una tontería. En la teología del Evangelio no
hay lugar para un Dios con estas características. Los samaritanos son tan hijos
de Dios como los judíos, y por esa filiación connatural son capaces de
reconocer la acción divina.
3. Puros por impuros: en el texto se aclara que los leprosos se
quedan lejos de Jesús, respetando una reglamentación que no les permite acercarse
por su impureza. Jesús podría ignorarlos, desoír su súplica, y estaría en su derecho judío. Pero no lo hace. Le
dirige la palabra a los impuros, no para reprenderlos ni condenarlos, sino en
forma liberadora. Deben ir a presentarse a los sacerdotes. Sólo hay una razón
en un leproso para ir hasta los sacerdotes, y esa razón es la curación. La
palabra jesuánica es canal de esperanza, y canal de dignificación. Si Jesús les
habla es porque no comparte la visión de la impureza. No hay seres humanos
impuros que debamos mantener alejados. La impureza es un mecanismo social que
genera vidas periféricas. Los leprosos no tienen otra alternativa que vivir
fuera de la sociedad, y construir entre ellos una sociedad paralela que es ghetto. Los diez leprosos se han encontrado
en su miseria, en su exclusión, y han superado sus condiciones nacionales
(judíos y samaritanos) porque su aislamiento es más fuerte. Los diez leprosos
no son felices porque se tienen el uno al otro; su felicidad (su plenitud) se
encontrará en el reconocimiento que reciban de otro distinto. Un leproso
reconocido por otro leproso no es milagroso; el milagro está en el socialmente
puro que comparte con el marcado como impuro. El milagro es Jesús hablando con
ellos, dándoles esperanza.
4. Ley por Jesús: los nueve leprosos judíos se atienen a la
ley mosaica y al Templo. Su pensamiento gira en torno a lo que les enseñaron
desde pequeños: Yahvé castiga con la lepra y el castigado es un impuro. La
lepra es querida por Dios. El samaritano está fuera del templo, no se rige por
sacerdotes de Jerusalén y por su catequesis. Esta diferencia inicial hace
posible que el samaritano identifique en la curación a Jesús como hacedor y no
al falso dios que castiga con la enfermedad. Siendo libre de antemano, puede
interpretar que la esperanza proyectada por el Maestro al enviarlos a los
sacerdotes, actuó como esperanza misma al curarlos en el camino. Tuvieron
fe/esperanza y se pusieron en camino; entonces, ¿de dónde proviene la gracia? ¿La
gracia viene con la ley que los declara impuros? ¿O la gracia viene de esta
Persona que confió en ellos? ¿Tiene sentido ir a cumplir el ritual de
purificación como agradecimiento a la
curación? ¿No debería recibir el agradecimiento la Persona que les devolvió
la esperanza y la dignidad? La función de la ley, y por consiguiente del falso
dios de puros e impuros, es sustituida por Jesús mismo en el regreso del
leproso samaritano.
La frase con la que termina la perícopa litúrgica de hoy es la expresión
jesuánica que también se conserva, con mínimas modificaciones, en Lc 7, 50 y Lc
8, 48. En el primer caso, la receptora es una mujer prostituta; en el segundo,
una mujer hemorroísa. Si buscamos la similitud en los tres casos, la
marginalidad es lo primero que se rescata; y la doble marginalidad. En el
primero, es mujer y es impura por la prostitución; en el segundo, es mujer y es
impura por su flujo de sangre que no se detiene. De una u otra manera, están al
margen. Jesús, en los tres casos, devuelve la dignidad. La prostituta es
recibida como digna de acercarse y entrar en contacto con un varón desde otra
posición distinta al comercio de su cuerpo; la hemorroísa puede levantar la
cabeza y dejar de sentirse impura, maldecida por Dios; el leproso recibe la
palabra de esperanza y la posibilidad de volver al medio del pueblo, a vivir la
inclusión.
Me gustaría que digas una palabra de la medicina hoy acerca de la lepra. Para comprender mejor. Un abrazo. jj
ResponderEliminarJuanjo: en tiempos bíblicos se incluían muchas afecciones de la piel dentro de la denominación "lepra", pero hoy por hoy es una entidad más clara. La lepra, actualmente, se atribuye a una bacteria, el mycobacterium leprae, de difícil contagio. La presentación más característica es con lesiones en la piel, que van desde nódulos hasta deformaciones y amputaciones. Se la trata con antibióticos específicos para esta bacteria que la causa, pero el tratamiento es difícil porque la bacteria vive muy encapsulada en la piel, por lo que se necesitan tratamientos largos y mucha mucha paciencia. Aún así, el hecho marginal de la enfermedad sigue presente, sobre todo por el aspecto deformante de la misma, y por el miedo a irracional a un contagio que, como ya dije, es dificultoso. No es una gripe que te contagiás así porque sí, sino que requiere un contacto prolongado, muy íntimo y de varias horas diarias.
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