Y les dijo: “Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. Miren, yo voy a enviar sobre ustedes la Promesa de mi Padre. Ustedes permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos de poder desde lo alto”.Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo. Y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.
La fecha para celebrar la Ascensión del Señor,
este año, caería el 09.05.2013. En Argentina, algunas parroquias gustan de
trasladar esa fecha a la celebración del domingo, de manera que la mayor
cantidad de fieles posible no se pierdan esta fiesta. Con esto se inicia una
seguidilla de conmemoraciones en la liturgia católica: ascensión, Pentecostés,
santísima Trinidad y corpus christi. Un pequeño recorrido por los misterios más
potentes del cristianismo tras la Pascua.
Pistas de exégesis (qué dice
el texto)
Allí donde miles de cristianos tienen el esquema mental de una resurrección
con una ascensión a los cielos a los cuarenta días, desapareciendo entre las nubes,
hoy los estudios bíblicos obligan a difundir la intención interpretativa de la
ascensión narrada en el Nuevo Testamento.
En primer lugar, conviene identificar para qué corrientes neotestamentarias
la ascensión es un hecho narrable. En el final primitivo de Marcos (el que
culmina en Mc 16, 8) y en Mateo, de la ascensión no se habla. En el Evangelio
según Juan, la cuestión es más complicada. El autor no conserva una escena
específica de Jesús elevándose a los cielos, pero hace referencia al tema
cuando, en el jardín del sepulcro, el Resucitado recomienda a María Magdalena: “Deja de tocarme, que todavía no he subido
al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y su Padre, a mi
Dios y su Dios” (Jn 20, 17). Se supone que, inmediatamente a este
encuentro, Juan situaría la subida al Padre, puesto que en la aparición a los
discípulos y a Tomás, el Resucitado ya sí se deja tocar, invitando a que el
apóstol incrédulo coloque el dedo en el agujero de los clavos y la mano en el
costado (cf. Jn 20, 27).
Decimos que la cuestión es más complicada porque Jesús, tras la Pascua , sólo permanece unos
instantes antes de la ascensión, y se aparece a discípulos después de haber
ascendido. En su condición antes de la ascensión no se lo puede tocar; luego
sí. La posible explicación para esta cronología joánica es la elaboración
teológica avanzada de esta comunidad, que ha comprendido cómo los sucesos
pascua-ascensión pertenecen a la misma dimensión, aunque catequéticamente
conviene separarlos por un tiempo prudencial para que sus características
particulares no se disuelvan.
Así nos queda por analizar la obra de Lucas (Evangelio y Hechos de los
Apóstoles). Es este autor quien más influyó en la concepción cristiana
tradicional sobre la ascensión. Pero Lucas tiene dos relatos de ascensión, y
los mismos difieren entre sí en dos puntos. El primero es la cronología;
mientras que el Evangelio según Lucas sitúa la ascensión en el final del mismo
día de resurrección, Hechos de los Apóstoles asegura que el Resucitado se dejó
ver por sus discípulos durante cuarenta días (cf. Hch 1, 3), y que tras estas
apariciones, ascendió. El segundo punto de divergencia es lo que sucede de
inmediato después la ascensión; según el Evangelio, los discípulos volvieron a
Jerusalén y bendecían a Dios en el Templo, pero para Hechos, aparecen dos
hombres vestidos de blanco que anuncian la parusía, la segunda venida del
Cristo (cf. Hch 1, 10-11), antes del regreso a Jerusalén.
A este problema de discordancia lo podemos entender si la ascensión es
vista desde distintas dimensiones. En el final del Evangelio, la perspectiva es
más cristológica. En el comienzo de Hechos, es más eclesiológica. La lectura de
hoy hace hincapié en el último mensaje de Jesús a sus discípulos, donde se
comienza con un anuncio kerygmático que alude a la Escritura : el Cristo
debía morir y resucitar, y se predicará en su nombre la conversión. Los discípulos
son testigos de ello, del hecho cristológico. Cuando sean revestidos por la
fuerza de lo alto, que es la promesa del Espíritu Santo, podrán anunciar con
valentía y sin temor ese kerygma. En esta ascensión, el Resucitado es
presentado bendiciendo, y la figura del Templo de Jerusalén es el último escenario
que se menciona en el Evangelio. Con estos dos elementos (bendición y templo),
Lucas hace el parangón con el inicio de su libro, que da comienzo también en el
Templo (cf. Lc 1, 8-9), cuando Zacarías, padre de Juan el Bautista, tiene la
visión del ángel; al salir fuera, donde lo esperaba todo el pueblo, no podía
hablar (cf. Lc 1, 21-22), y por lo tanto, no podía bendecir.
En el comienzo de Hechos de los Apóstoles, en cambio, el hincapié es
eclesiológico. Al autor le interesa mostrar ahora la dimensión de la vivencia
discipular de la ascensión. En el final de su primer libro, el Evangelio, quedó
claro que la ascensión es parte fundamental para entender lo cósmico de la
cristología. En Hechos, quedará claro que la vida de la Iglesia es la vida de
los testigos, o sea, de los mártires
en lenguaje griego. Para leer la escena de la ascensión hay que recordar el
arrebatamiento de Elías en el Segundo Libro de los Reyes. Allí, cuando Eliseo
pide a Elías que dos tercios del espíritu profético pasen de su maestro a él,
Elías le replica: “Pides algo difícil; si
alcanzas a verme cuando sea arrebatado de tu lado, entonces pasará a ti; si no,
no pasará” (2Rey 2, 10). La condición, entonces, para que el espíritu de
profecía sea comunicado del maestro al discípulo, es que éste pueda verlo cuando
se eleva a los cielos. Como no podía ser de otra manera, Eliseo ve el arrebato
de Elías y recibe el espíritu (cf. 2Rey 2, 11-15). Las similitudes con el texto
lucano saltan a la vista. Los discípulos de Jesús reciben la orden de
permanecer en Jerusalén para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 8), y tras
ver cómo su Maestro es elevado a los cielos (cf. Hch 1, 9), el día de
Pentecostés son llenados por ese Espíritu (cf. Hch 2, 1-4).
Que la Pascua
implica la ascensión es indiscutible. El paso a la vida nueva de Dios es el
paso a la dimensión divina y a su órbita. Quien resucita, entra al espacio de Dios, de por sí. Por eso las
distintas separaciones temporales elegidas por los diferentes autores del Nuevo
Testamento importan más en el orden catequístico que en cuanto a cronología
exacta. Para explicar la Pascua
lo más profundamente posible, y para explicar la ascensión en su dimensión
particular, la tradición cristiana decidió separar ambos sucesos que, en su
esencia íntima, no son más que uno solo. Litúrgicamente, inclusive, la fecha de
celebración de la ascensión tiene dos opciones: en algunos lugares se festeja a
los cuarenta días del domingo de pascua de cada año (un jueves); en otros
sitios, el domingo antes de Pentecostés.
Pistas hermenéuticas (qué
nos dice el texto)
Los sacerdotes del Templo, o sea, de la Antigua Alianza , quedan mudos
por su incredulidad, y ya no pueden bendecir; el nuevo Sacerdote que es el
Cristo, es la fuente de todas las bendiciones. El Cristo que asciende es el Cristo
que bendice. Sólo puede bendecir con fuerza y con eficacia el que vive la vida
de Dios. Aquellos que pretenden bendecir desde arriba, por la fuerza, como
imponiendo su posición de autoridad, son los que no dicen nada. Hablan y hablan
palabrería, pero en los oídos resuena una sordera. Tienen palabras vacías y,
desde su origen, palabras mentirosas. Muchos se adjudican la capacidad de
bendecir, y ostentan vestimentas fabricadas especialmente para la bendición. Sin
embargo, Cristo muerto y resucitado, les demuestra que para tener una verdadera
palabra de bendición, hay que saber estar.
Jesús estuvo con el pueblo pobre, vivió entre los campesinos, artesanos y
pescadores de la Galilea ,
pagó impuestos y sufrió la bota de la opresión romana. Resucitó y, en lugar de
vengarse de sus homicidas, siguió hablando del Reino de Dios a los discípulos, con
conceptos como amor y paz. Ascendió a los cielos, no para
olvidarse de la tierra que lo había cobijado y maltratado, sino bendiciendo a
esos seres humanos que quedaban en una vida que no es fácil y es maravillosa. La
bendición, justamente, es su manera de estar,
aún desapareciendo físicamente. Su bendición es la palabra fructífera para un
puñado de discípulos y un mundo por evangelizar.
¿Quién puede atreverse a bendecir con semejante modelo? ¿Quién puede
animarse a ostentar palabras de promesas si no vive la vida del pueblo? En el
partidismo político de hoy y de siempre, varones y mujeres de carrera
gubernamental, quieren endulzar el oído de la gente con bendiciones que salen de sus bocas. Ellos también ascienden, hacia
tronos y puestos en secretarías, pero no lo hacen para estar más cerca, ni
siquiera para estar. Ellos ascienden para separarse, para estar lejos, para no
contaminarse, para no ser molestados. Pretenden bendecir a la distancia, sin
compromiso, sin caminar las calles, sin vivir en un rancho, sin contar las monedas
para llegar a fin de mes. Pretenden estar arriba ignorando el abajo. Esa no es
la política de Jesús.
Si la Iglesia predica a un Cristo que ascendió para nunca más estar entre
nosotros y dirigirnos desde una nube, está dando pie a interpretaciones erróneas
de la autoridad y del poder de la palabra. Si, en cambio, la Iglesia le hace
sentir a los pueblos que Cristo camina entre nosotros, que se sigue ensuciando
los pies con el polvo nuestro de cada día, que sigue tocando leprosos y
comiendo con prostitutas, entonces los pueblos se darán cuenta que muchos
políticos mienten, y que la única palabra válida es la Palabra de aquel que,
siendo Dios, compartió las penas y las alegrías de ser humano. Siendo
Dios, antes de ascender, descendió.
Bellísimo...
ResponderEliminarGracias, Héctor, por tomarte el tiempo para la lectura y por comentar. Un abrazo.
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