Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.Jesús les dijo otra vez: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío”. Dicho esto, sopló y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.
Reproduzco parte de un artículo que escribí hace
tres años aproximadamente, y que sufrió algunas modificaciones con el paso del
tiempo, pero en gran parte se mantiene. Se trata de la búsqueda, desde
Pentecostés, del sentido subversivo que trae el Espíritu Santo. La subversión
es una mala palabra en muchos lugares, y lo fue para el Templo de Jerusalén y
para el Imperio Romano hace dos mil años. Como muchas víctimas de las
dictaduras latinoamericanas, la comunidad de Jesús nació con esa etiqueta:
subversivos.
Para la obra joánica, a diferencia de la lucana, es el mismo Resucitado
quien sopla sobre sus discípulos para que reciban el Espíritu, conectando
Pascua y Pentecostés en la inmediatez de unos pocos versículos. En Lucas, en
cambio, los tiempos históricos son remarcados, sobre todo por el hecho de la
ascensión (cf. Lc 24, 51; Hch 1, 9); no es el Resucitado quien sopla el
Espíritu directamente, sino que el mismo viene a la comunidad apostólica a posteriori de la ascensión. Esta
separación temporal e histórica de Pascua y Pentecostés cumple un rol en la
obra lucana, y no es un mero capricho del autor. Lo que se quieren remarcar con
énfasis son los tiempos; en primer lugar, el tiempo de Jesús, Dios encarnado
que es muerto y resucita haciendo la misión; en segundo lugar, el tiempo de la Iglesia , guiada por el
Espíritu Santo, que continúa la misión de Jesús. La separación histórica es
pedagógica, es un recurso literario para hacernos concientes de la tarea
evangelizadora que nos corresponde.
De la misma manera, el relato de Juan es pedagógico, poniendo en el soplo
del Resucitado el aliento de vida del Espíritu, haciéndonos concientes de que
el mismo Espíritu que resucitó a Jesús es el Espíritu que anima a la Iglesia. La clave en ambos
Evangelios es el paralelismo que los autores intentan establecer entre el
Fundador y su Fundación. La
Iglesia no puede seguir su vida desprendida de Jesús, y el
nexo lo constituye el Espíritu. Los autores están lanzando un llamado de
atención a sus comunidades, y a las comunidades futuras, sobre la posibilidad
de perder las raíces. Será la espiritualidad (vivir conforme al Espíritu) lo
que asegurará la continuidad entre Jesús de Nazareth y sus seguidores. En Jn 7,
39, el evangelista explica por qué, cuando se narra la vida terrena de Jesús,
el Espíritu Santo es referido en forma futura: “Aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado”.
De esta manera, queda estipulado que el tiempo del Espíritu espera la
glorificación del Cristo, o sea, su pascua. A partir de allí, el Espíritu se
derramará para que el Evangelio no muera.
Una de las funciones principales del Espíritu Santo es el acompañamiento de
la Iglesia ,
ser presencia de Dios en medio de su Pueblo. Como el Resucitado ya no estará
más entre los discípulos, les otorga un Paráclito, quien estará con ellos para
siempre (cf. Jn 14, 16). Esa permanencia, esa constancia, ese estar, tiene un
propósito: enseñar y recordar todo lo referente a Jesús, dando testimonio de Él
(cf. Jn 14, 26; Jn 15, 26). Jesús debe ser glorificado antes de la efusión del
Espíritu porque sin su presencia física se justifica la tarea testimonial y
recordatoria, imprescindible para la continuación de la obra evangelizadora.
En las palabras del discurso de despedida de Jesús durante la última cena, las
referencias al Espíritu Santo se hacen muy específicas. Como no sucederá en
ningún otro lugar de la literatura neotestamentaria, el Espíritu será llamado Paráclito. Este nombre tiene cuatro
apariciones en el total del Nuevo Testamento, y son Jn 14, 16.26; Jn 15, 26 y
Jn 16, 7. El término viene del griego parakletos,
que significa el que está al lado de uno,
en el sentido del que viene en ayuda. Por eso se lo utilizaba, en las cortes o
tribunales, para designar a los abogados defensores o asistentes legales. En la
primera cita sobre el Paráclito (cf. Jn 14, 16), Jesús dice que el que vendrá
es, en realidad, otro Paráclito, lo que nos obliga a identificar al primero. Será
en 1Jn 2, 1 donde se nos dará la pista: “Si
alguno peca, tenemos un abogado [paráclito] ante el Padre: a Jesucristo, el Justo”. El primer defensor nuestro
es Jesús, y el otro que envía el Padre es el Espíritu Santo, que también nos
defenderá, estando con nosotros para siempre. El Espíritu viene para quedarse,
para permanecer. Expresa la presencia transformada de Dios después de la pascua-ascensión,
cuando Jesús ya no está físicamente. Queda claro que Dios no abandona, sino que
modifica su existencia entre los seres humanos. En la segunda cita (cf. Jn 14,
26), Paráclito es sinónimo de Espíritu Santo, y es el que enseñará y recordará lo
dicho por Jesús. El Espíritu es Maestro y Guía. Las palabras de Jesús no son
estáticas, no han quedado en el tiempo ni pertenecen únicamente a la
interpretación arbitraria de las primerísimas comunidades cristianas. El
Espíritu, que permanece para siempre, sigue enseñando y recordando, a través de
las generaciones, una Palabra que es dinámica y efectiva tanto ayer como hoy,
que afecta, que moviliza, que instruye, que empuja. La tercera cita (cf. Jn 15,
26) identifica al Paráclito con el Espíritu de Verdad, que dará testimonio de
Jesús. Es una tarea netamente misionera. Dar testimonio es evangelizar,
compartir la Buena
Noticia. El Espíritu Santo actúa en los corazones como
testigo del acontecimiento cristológico, y capacita a los discípulos para ser
testigos, en la misma línea de lo sucedido en el relato de Hechos de los
Apóstoles, cuando tras Pentecostés, Pedro toma la palabra en su primer discurso
público (cf. Hch 2, 14ss) y tres mil personas se convierten al escucharlo (cf.
Hch 2, 41). La cuarta y última cita (cf. Jn 16, 7) es un tanto confusa; Jesús
asegura que es conveniente que Él se vaya para que venga el Paráclito. Mal
entendida, esta afirmación tiene hasta sentido gnóstico, con un Jesús que
prácticamente se suicida para que los discípulos puedan recibir el Espíritu
Santo. Podemos animarnos a interpretar que la frase es un recurso literario
para que los discípulos comprendan que el cambio en la presencia de Dios, de
Jesús al Espíritu Santo, no es una pérdida. Es conveniente que las cosas
sucedan así, porque así el Espíritu se manifiesta.
El Paráclito, en definitiva, viene en defensa de un Iglesia que nace
excluida y subversiva. Si muchos teólogos y comentaristas han identificado
Pentecostés con el bautismo eclesial, es bueno mirar en ese bautismo las notas
de una comunidad cristiana que debe inspirar a la comunidad actual. Es un hecho
antropológico y sociológico volver a las bases, a los inicios, a los
principios, para entender el presente y proyectar el futuro. El pasado es la
enseñanza de lo que queremos ser y cómo podemos llegar a ser. En el caso
específico de la Iglesia ,
el pasado es memoria activa, es sacramento, y es un ejercicio de anamnesis. El
Espíritu Santo de Pentecostés de hace dos mil años es el Espíritu Santo de hoy,
y será el de mañana. Él nos hace recordar para cambiar, recordar para
evangelizar, recordar para amar. En ese recuerdo, caemos en la cuenta de la
exclusión de los inicios y de la subversión con la que la comunidad del
Resucitado se hace presente en el mundo. Veamos esos signos de exclusión y
subversión en el texto joánico:
a) Las puertas cerradas: este dato no es menor. Los discípulos
están encerrados. Desde la crucifixión que viven con miedo. Han matado al
Maestro y ellos pueden ser los siguientes en la lista. Las puertas están cerradas
porque ellos están encerrados mental y espiritualmente. El simbolismo de las
puertas va más allá del espacio físico en el que se encuentran. Las puertas son
los cerrojos de sus corazones. Aún no han comprendido lo que sucedió y, por
ende, no están dispuestos a asumir que si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, no da fruto (cf. Jn 12, 24). En otra dimensión, las puertas cerradas
pertenecen al ámbito sectario. La comunidad es una secta pequeña, un grupo
distinto dentro del judaísmo, pero todavía confundido. En esa confusión se hace
presente el Resucitado. El asesinado está vivo. No importa que las puertas
estén cerradas; Él es capaz de hacerse presente en el encierro para abrir los
corazones y las mentes. A los excluidos los hace salir, a los alejados los hace
cercanos.
b) La excomunión: el gran miedo de los discípulos es hacia
ese grupo que Juan llama los judíos (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5,
10.15.16.18; 6, 41; 7, 1.11.13; 8, 22.48.52.57; 9 ,18.22; 10, 24.31.33; 18, 31;
19, 7.12.21.38). El motivo de este temor puede rastrearse en las referencias a
la excomunión de la sinagoga que sufren, según el relato joánico, los que se
declaran discípulos de Jesús. Cuando muchos se preguntan si éste no es
verdaderamente el Cristo, se hace notar que “nadie
hablaba de él abiertamente por miedo a los judíos” (Jn 7, 13). Más
adelante, en el episodio del ciego de nacimiento del capítulo 9, los padres del
sanado recientemente tienen miedo de hablar con los dirigentes judíos porque
ellos “habían puesto ya de acuerdo que,
si alguno le reconocía como Cristo, quedaría excluido de la sinagoga” (Jn
9, 22). Y José de Arimatea era discípulo en secreto, también por miedo a los
judíos (cf. Jn 19, 38). La comunidad que se va formando en torno a Jesús de
Nazareth está excluida de la religión oficial, no pertenece a ella, es
heterodoxa, es hereje, es excomulgada, excluida. El que declara a Jesús con el
título de Cristo está blasfemando y no puede participar del Pueblo de Dios. La Iglesia nace en el margen
de lo considerado correcto. No es alabada por los grandes sacerdotes ni
reconocida como filosofía válida por los pensadores eminentes de la época. Es
una Iglesia que nos interpela para preguntarnos de qué lado estamos. ¿Somos la
gran religión oficial que excomulga bajo sospecha? ¿O somos una opción de vida,
un camino diferente que está al margen de la propuesta común y corriente? ¿Somos
comunidad perseguida o comunidad que persigue? ¿Somos los que deberíamos tener
miedo y no lo tenemos porque nos encontramos con el Resucitado? ¿O somos los
que generamos miedo en los demás con amenazas de exclusión e infierno?
c) En torno a un Crucificado: cuando el cristianismo nace se topa con
una dificultad inmensa: demostrar que un crucificado es el Elegido de Dios. Para
los judíos, según Dt 21, 23, el que cuelga del madero es un maldito. Jesús, en
el árbol de la cruz, es maldición, y eso parece negar la posibilidad de que sea
el Mesías. En el otro extremo, para el mundo pagano, un crucificado es un
cadáver, un fracasado, y no puede salvar a nadie. Sin embargo, subversivamente,
la Iglesia se
congrega en torno al Resucitado que fue Crucificado, y que no niega su cruz. Por
eso en la aparición les muestra las manos y el costado, y allí se alegran los
discípulos por poder reconocer al Señor. Las manos perforadas y el costado
abierto son la marca, el estigma del paso por la cruz. Verdaderamente murió, o
sea que verdaderamente vivió. Y por la forma en que vivió es que fue asesinado.
Contra judíos y paganos, la
Iglesia afirma que su fe está puesta en un condenado que Dios
eligió, y que la cruz no es motivo para no creer, sino todo lo contrario, es la
paradoja por la que creemos. No hay reconocimiento del Resucitado sin ver sus
marcas de muerte. No es un fantasma; es el Cristo. Valientemente, la Iglesia es capaz de
afirmar que la muerte no tiene la última palabra y que el Dios de Jesús es el
Padre de la vida. Un Dios que quiere la muerte, el hambre, los sufrimientos, la
desigualdad social o la enfermedad, no es un Dios digno de crédito. En cambio,
un Dios comprometido con la historia humana en sentido positivo, no para enviar
calamidades, sino para hacerse presente en las víctimas, es un Dios que merece
fe y amor, y en quien podemos depositar nuestras esperanzas.
d) Paz: que el Crucificado se haga presente para
dar paz y no para proponer una venganza contra los que lo asesinaron es un acto
que altera el orden esperado de acontecimientos. ¿Por qué Dios no se venga de
los asesinos de su Hijo? ¿Para qué resucita Cristo si viene a traer paz y no la
guerra definitiva y escatológica? La paz del Resucitado es subversiva en cuanto
propone una alternativa al espiral de violencia. Dios no contribuirá a aumentar
la muerte en el mundo. Al contrario, Dios traerá y ofrecerá su paz. La Iglesia no nace de la
venganza, sino del amor. No está en el mundo para entablar guerras o declarar
condenas. La Iglesia
es instrumento y sacramento de paz. A los ataques no responde con
contra-ataques. No guarda rencor ni desea el mal de nadie.
e) Perdonar los pecados: en la misma línea que lo anterior, en un
mundo que no perdona, el Resucitado envía a los discípulos a perdonar. Su
autoridad es la autoridad de restablecer las relaciones rotas. Subversivamente,
cuando la sociedad exige no absolver y lograr el mayor daño en el otro, la Iglesia tiene la tarea de
reconstruir y reparar. El perdón que, materialmente, se efectiviza entre los
seres humanos, es sacramento del perdón de Dios. El poder no está en los bienes
materiales que pueda almacenar la
Iglesia ni en los decretos firmes y decididos; el poder
eclesial está en el perdón. Quien perdona, subvierte el orden. Quien perdona
tiene el máximo poder, porque no pretende cambiar las cosas desde la
imposición, sino desde el amor.
EL HOMBRE SIEMPRE SE HA PREGUNTADO, A TRAVÉS DE LA FILOSOFÍA, DE DÓNDE VENIMOS, QUÉ HACEMOS Y A DÓNDE VAMOS. LA RELIGIONES ES UNA FORMA DE DAR RESPUESTA A ESTAS PREGUNTAS. DIOS CREADOR NECESARIAMENTE TIENE QUE SER TRINO. SEGÚN LA TEOLOGÍA CRISTIANA HAY UN DIOS PADRE QUE CREA AL HOMBRE,FIGURA CREADA. ESTE, EN SU VIDA, SE PLANTEA LAS PREGUNTAS REFERIDAS ANTERIORMENTE, Y DIOS CREADOR (DIOS PADRE) SE TIENE QUE COMUNICAR DE ALGUNA MANERA CON LA FIGURA QUE HA CREADO, ESTO ES, EL HOMBRE.PARA LO CUAL, NECESARIAMENTE, TIENE QUE ENVIAR A SU HIJO Y COMPRENDER Y PADECER LO QUE ES LA VIDA DEL HOMBRE (FIGURA CREADA). PARA DAR SOLUCIÓN A LOS PROBLEMAS PLANTEADOS POR EL HOMBRE, DIOS HIJO TIENE QUE VOLVER A LA FIGURA DEL PADRE, TRAS HABER PROMETIDO AL HOMBRE LA SALVACIÓN ETERNA. EN ESTA SITUACIÓN EL HOMBRE (FIGURA CREADA) QUEDARÍA CON LA MARCHA DE DIOS HIJO HUÉRFANO DE DIOS, CON LO CUAL DIOS PADRE (DIOS CREADOR) TIENE QUE ENVIAR LA FIGURA DEL ESPIRITU SANTO PARA PERMANECER PARA SIEMPRE CON EL HOMBRE (FIGURA CREADA), AL MISMO TIEMPO QUE EL ESPÍRITU SANTO ES LA UNIÓN DE DIOS PADRE (DIOS CREADOR) CON SU HIJO, EN LA ETAPA DE ESTANCIA DEL HIJO EN LA TIERRA Y, COMO HE DICHO, CON LA FIGURA CREADA, EL HOMBRE
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Ambrosio Espin Morales YO NO SE SI LO QUE HE DICHO ANTERIORMENTE TIENE FUNDAMENTO FILOSÓFICO Y TEOLÓGICO PORQUE ME LO HE "INVENTAO" PERO ALGO ASÍ TIENE QUE SER. BUEN DÍA DE PENTECOSTÉS A TODOS LOS CRISTIANOS.
Hace 6 minutos · Me gusta
Gracias por tomarte el tiempo para leer y comentar. Un abrazo de Pentecostés.
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