Jesús le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho estas cosas estando entre ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde. Han oído que les he dicho: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean.
Pistas de exégesis (qué dice
el texto)
Los que aman son habitados por el Hijo y el Padre, quienes ponen su morada
en él o ella. Así como el Verbo “puso su
morada entre nosotros” (Jn 1, 14), Dios arma la tienda en el discípulo. La
imagen de la morada proviene de la historia veterotestamentaria sobre la Tienda del Encuentro, una
especie de santuario móvil que Israel llevaba consigo en su peregrinación a
manera de templo, antes de la construcción del Templo de Jerusalén. La morada había
sido orden directa de Yahvé a Moisés (cf. Ex 25, 8-9); cuando el pueblo
avanzaba por el desierto, la
Tienda era desarmada y llevada, y cuando el pueblo se
detenía, se armaba la Tienda ,
sobre la cual se ubicaba la nube o la columna de fuego que representaban la
gloria de Dios (cf. Ex 40, 36-37); en la Tienda se encontraban cara a cara Moisés y Yahvé
(cf. Ex 33, 8-11a).
Cuando Juan habla de una morada puesta entre los seres humanos, está
recordando la Tienda
del Encuentro. Aquella pregunta retórica que conserva el Deuteronomio sobre
Yahvé sirve para los cristianos: “¿Hay
alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé
nuestro Dios siempre que lo invocamos? (Dt 4, 7). La imagen de la morada es
la imagen de la cercanía. Dios está en medio del pueblo, con la gente. Jesús
es, justamente, el sacramento por excelencia de esa cercanía divina. En clave
más íntima y espiritual, el discípulo puede experimentar la morada dentro suyo,
como acompañamiento efectivo de su vida. Por eso Jesús puede manifestarse con
plenitud a los que son capaces de abrirse al amor. Amando se conoce, y se
conoce en profundidad. Hay que estar dispuesto a dejarse habitar por Dios, hay
que darle espacio, dejarlo entrar, de lo contrario, la manifestación se queda en
la distancia, en el conocimiento superficial. Dios se auto-revela, pero no
todos guardan la Palabra. Se
la escucha y oye, pero no supera el grado de lo trivial, lo voluble. Dios
quiere que todos los hombres se salven (cf. 1Tim 2, 4); ahora bien, ¿todos los
hombres están dispuestos a salvarse por la vía de la gracia/amor?