39 En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. 40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, 42 exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! 43 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44 Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. 45 Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Pistas de exégesis (qué dice
el texto)
El sitio exacto donde residen Isabel y Zacarías no es mencionado. La
tradición lo ha identificado con Am Karam, una localidad a 6 kilómetros de
Jerusalén, en la provincia de Judá, lo que implicaría un desplazamiento gigante
de María desde Nazaret, considerando su estado gestacional. En esa época, los
viajes no eran seguros. En los caminos desiertos los asaltantes encontraban
presas fáciles en los grupos pequeños que se desplazaban por allí. Lo ideal era
viajar en caravana. ¿Cómo habría viajado María, entonces? ¿Y José? De él no hay
noticias en el relato. También resulta extraño que María no se quede para el
parto de Isabel siendo que ha realizado un viaje tan largo. Lc 1, 56-57 da a
entender que se quedó tres meses con su prima y se volvió a su casa antes del
parto.
La perícopa comienza con la expresión en
aquellos días, propia del lenguaje del Antiguo Testamento (cf. 2Rey 10, 32;
15, 37; 2Cron 32, 24; Is 38, 1; Dn 10, 2). Y es que Lucas ha tejido sus dos
primeros capítulos con el telón de fondo de las Escrituras judías. Tomando
moldes veterotestamentarios relató la infancia de Jesús y de Juan el Bautista.
Con ese recurso literario establece continuidad en la historia de la salvación.
La primera época de la historia es la de la Antigua Alianza , la que culmina
con la llegada de Jesús. En el Evangelio según Lucas ese período tiene como
representantes a Zacarías (sacerdote del templo), a Isabel (estéril al
comienzo, como muchas mujeres del Antiguo Testamento) y a Juan el Bautista (el
último profeta de la Antigua Alianza
y el más grande). Cuando comienza el ministerio de Jesús se abre una nueva
etapa, la del Hijo, la de la Nueva Alianza
(cf. Lc 22, 20), que tendrá su coronación en la ascensión (cf. Lc 24, 50-51;
Hch 1, 9). Y, finalmente, llega el período del Espíritu Santo con la efusión de
Pentecostés narrada en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles. El tiempo
del Espíritu Santo es, por lo tanto, el tiempo de la Iglesia, que perpetúa la
utopía de Jesús.
María y Jesús son los íconos del Nuevo Testamento, distintos de Zacarías,
Isabel y el Bautista, pero no por eso separados. La Nueva Alianza no viene a
destruir la Antigua ,
sino a plenificarla. Esto explica que, en paralelo, sean narradas las
anunciaciones a Zacarías (cf. Lc 1, 5-25) y a María (cf. Lc 1, 26-38); y los
nacimientos de Juan (cf. Lc 1, 57-80) y Jesús (cf. Lc 2, 1-21). La visitación
queda, así, en el centro de estos cuatro acontecimientos, como escena que hace
las veces de articulación entre una familia de la Antigua Alianza (la familia de
Zacarías) y una familia de la Nueva Alianza
(la familia de María).
El trasfondo clave para entender esta escena está en el relato de 2Sam 6,
1-12. Allí se narra que David quiere transportar el arca de Dios desde Baalá de
Judá hasta Jerusalén. Para los israelitas, el arca contenía en su interior las
tablas de la Ley
dadas a Moisés en el Sinaí y era, en la tierra, la presencia real de Yahvé.
David quiere llevarla a Jerusalén porque, evidentemente, teniéndola en su
territorio más fuerte, en su casa, se asegura el respeto religioso-político del
pueblo.
David parte de Judá, de la casa de Abinadab que está en la loma (cf. 2Sam
6, 2-3); Isabel vive en la región montañosa de Judá. Tras la muerte de Uzá por
tocar el arca, al reconocer el poder que encierra, David se pregunta: “¿Cómo voy a llevar a mi casa el arca de
Yahvé?” (cf. 2Sam 6, 9b); Isabel se pregunta: “¿De dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor?”. David
decide llevar el arca a casa de Obededón, donde permanece tres meses (cf. 2Sam
6, 11); María estuvo en casa de Isabel también tres meses (cf. Lc 1, 56). La
casa de Obededón quedó bendecida por la visita del arca (cf. 2Sam 6, 11); Isabel
quedó llena del Espíritu Santo (bendecida) por la visita de María y la declaró
bendita entre todas las mujeres (cf. Jdt 13, 18; Jc 5, 24), que semíticamente
es una expresión para designar un superlativo, o sea que la declaró la más
bendita de todas las mujeres. Cuando David se entera que la casa de Obededón
fue bendecida, decide continuar el camino hacia Jerusalén con el arca y la
llevan con gran alborozo, danzando y con cánticos (cf. 2Sam. 6, 12-14); apenas
se oye el saludo de María en casa de Isabel, el niño Juan salta de gozo en el
seno materno.
El mensaje teológico se clarifica rotundamente: María es el arca de la Nueva Alianza.
La bisagra histórica se encuentra en las dos madres, que no casualmente son
parientes (cf. Lc 1, 36). La tensión entre continuidad-discontinuidad, entre
ruptura-plenificación, es una línea delgada que se sostiene en estas dos
mujeres. La representante de las matriarcas israelitas estériles favorecidas
por la gracia divina para concebir, reconoce en la joven y fecunda representante
del Nuevo Israel a la madre del Señor, a la que trae en su seno la salvación. A
su vez, la joven fértil, llena del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), transmite ese
Espíritu a Isabel, compartiéndole las primicias de lo nuevo, de la obra
definitiva de Dios. Ya Zacarías había escuchado la promesa de que su hijo
quedaría lleno del Espíritu desde el seno de su madre (cf. Lc 1, 15).
La esterilidad de lo antiguo es convertida en fecundidad por la novedad del
Mesías que cumple las promesas de Dios. María es la que ha creído en este
cumplimiento, a diferencia de Zacarías, quien dudó y por eso quedó mudo (cf. Lc
1, 20). Zacarías, sacerdote sin palabra, no puede servir a su pueblo; María,
joven que confía en Yahvé, transmite el Espíritu Santo a quienes visita. La Antigua Alianza está muda, sin
palabras, en cambio la Nueva
canta en boca de María (cf. Lc 1, 46-55). María tiene palabra porque ha creído
en la Palabra. Así
podemos entender mejor el pasaje de Lc. 11, 27-28: “Estaba él [Jesús] diciendo
estas cosas cuando alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: ¡Dichoso el
seno que te llevó y los pechos que te criaron! Pero él dijo: Dichosos más bien
los que oyen la palabra de Dios y la guardan”.
María es la primera dichosa que guarda la Palabra oída, es la que
medita en su corazón los acontecimientos (cf. Lc 2, 19.51), es el nuevo Israel
que le cree a Dios y que confía en su novedad.
Pistas hermenéuticas (qué
nos puede decir hoy)
Durante siglos, el texto fue la base para dos mensajes clásicos de homilías
y comentarios: la solidaridad y la misión. La solidaridad porque, estando
embarazada, la joven de Nazaret emprende un viaje largo para, supuestamente,
ayudar a su prima Isabel que ya lleva unos seis meses de gestación. La misión
porque, habiendo recibido la Buena Noticia
en su seno, María parte con prisa para compartirla con Isabel.
En nuestros corazones hay cosas viejas y cosas nuevas, en la sociedad hay
cosas viejas y nuevas, en las estructuras eclesiales hay cosas viejas y nuevas.
En la tensión de ambos elementos está el riesgo de los extremismos. O aferrarse
demasiado a lo antiguo, o querer demolerlo por completo con lo novedoso. Aquí
no hay bien y mal enfrentados, no existe un límite preciso que separa entre lo
debido y lo indebido. Viejo y nuevo incluyen las categorías de bueno y malo,
pero no las agotan en sí mismos. No todo lo viejo es malo ni todo lo nuevo es
bueno, y viceversa.
Lucas reconoce y cree en lo novedoso del Evangelio, pero no por eso
desprecia los moldes del Antiguo Testamento para narrar la historia de Jesús.
Es una tarea de discernimiento que debemos aprender, es una cualidad para la
evangelización que nos cuesta equilibrar. ¿Cómo saber hasta dónde la Buena Noticia permite que
algunas cosas permanezcan y otras no? ¿Cómo presentar el mensaje insólito de la
resurrección para que esa luz ilumine y no ciegue? ¿Cómo tratar la historia del
otro, con sus altibajos? ¿Cómo creer en la renovación que causa el Cristo
asumiendo la presencia anterior de Dios? Desde la Iglesia primitiva nos lo
venimos planteando. Al principio, la discusión fue sobre el judaísmo, sobre la
posición de Israel en el plan de la salvación. ¿El pueblo elegido había pasado
de moda? Pablo responde en los capítulos 9 al 11 de la Carta a los Romanos.
¿Dónde están las antiguas alianzas de nuestros pueblos? ¿Cuáles son sus
antiguos testamentos? Ya demasiado daño ha causado la colonización evangelizadora para que no nos olvidemos de esas
preguntas. La historia de los pueblos habla de Yahvé, como germen, de manera
oscura, velada, probablemente imperfecta. El Cristo es la plenificación de esa
historia, y esa es la perspectiva de la evangelización. Si decimos que el
relato de la visitación es el relato de María misionera, que no sea solamente
porque recorrió varios kilómetros, sino porque siendo arca de la Nueva Alianza , quiso comunicar
el Espíritu Santo a los modos antiguos de vivir a Dios, quiso que su fecundidad
mirara hacia delante transformando la esterilidad de lo pasado.
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