Entre la aparición del libro Pedagogía
de la Esperanza, de Paulo Freire, en 1992, y el lema del Congreso
Catequístico Nacional Argentino de 2012: Anticipar
la aurora, construir la esperanza, hay veinte años que corrieron bajo el
puente. Sin embargo, el desafío parece permanecer intacto. Paulo Freire
descubría y develaba cómo los mecanismos de opresión dejaban a montones de
personas (niños, jóvenes y adultos) en un espacio que la sociedad denominaba no-cultura. Gran parte de la población
era, supuestamente, inculta, ignorante, sin conocimientos. Nada tenían para
aportar y nada podían enseñar. Al contrario: ellos debían ser educados por los
que sabían, los que tenían palabra. De esta forma, el mensaje implícito se
hacía explícito con el correr de los años y los oprimidos tenían que crecer y
desarrollarse (subdesarrollarse) en una cultura sin palabra, cultura del
silencio, de permanecer al margen. Estos oprimidos eran coartados en su
esperanza. No la tenían ni la tienen porque les han enseñado, constantemente, que son ignorantes por naturaleza, que
nunca podrán salir de ese espacio marginal, y que su destino es el trágico
destino de sus hijos y de sus nietos. Los que vienen de afuera para ayudarles,
generalmente caen con sus pesadas soluciones pre-fabricadas. Vienen a traer
recetas ya elaboradas y soluciones construidas en otro lado. Paulo Freire
condenaba este mecanismo educativo. Si el educador, el que viene de afuera, no
trae la posibilidad de pensar, de guiar al otro hasta el descubrimiento de su
propia elaboración de una solución, la opresión sigue su camino.
Paulo Freire |
En la catequesis sucede algo similar. La similitud de base está en que nos
movemos dentro del ámbito de la educación. Si el catequista trae soluciones de
fe pre-fabricadas, y no deja que el catequizando desarrolle su propia
experiencia, lo está oprimiendo, le está quitando la esperanza. Porque se
reafirma un círculo vicioso donde unos son ignorantes (en este caso, ignorantes
de la religión) y otros son los superiores que traen la luz completa, ya
elaborada en otro lado. Se afirma, así, una marginalidad. Y ese mensaje de
marginalidad crece con el tiempo, se encarna,
y resulta que el catequizando termina siendo un mero receptor, sin creatividad
en su forma de vivir la fe, por lo tanto sin experiencia verdaderamente
personal, y sin esperanza. No hay esperanza en Dios, porque Dios ha sido
inculcado de una determinada manera que no se puede asir, sino sólo recibir. No
hay esperanza en la Iglesia, porque la Iglesia es entregada como una
institución acabada de la que puedo formar parte interviniendo según los
dictados de otros, y no transformándola con mi experiencia de encuentro con
Jesús. No hay esperanza en la historia futura, porque la historia pasada de
opresión parece avalada por Dios.
El lema del Congreso Catequístico Nacional Argentino nos puso en guardia.
Hay que construir la esperanza, formar desde la catequesis sujetos
esperanzados. Si nos olvidamos de esa dimensión, si no desarrollamos un sentido
de futuro transformado, la catequesis se convierte en una rutina de dictado y
transmisión vertical. Paulo Freire lo ha declarado veinte años antes, en el
campo de la educación popular. Tenemos que construir esperanza, darle a los
jóvenes, a los marginados, a los olvidados, la capacidad y la posibilidad de
creer en los cambios, en las transformaciones, en un futuro que puede ser
mejor. Así catequizo Jesús primeramente.
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