Si el catequista no asume, en su espiritualidad, el sentido trascendente de
la esperanza, si no cree vehementemente en ella, si no la experimenta en la
cotidianeidad de su vida, no podrá enseñarla, construirla ni transmitirla.
Ahora bien, la espiritualidad está entendida aquí como la acción del Espíritu
Santo en el catequista y la respuesta a esa acción. El terreno de la
espiritualidad es el terreno de lo que nos inspira, lo que nos emociona, lo que
nos atrae, lo que nos apasiona. La esperanza tiene que apasionar al catequista.
Y cuando mencionamos la esperanza, indefectiblemente mencionamos futuro. No
porque se trate siempre de quimeras que nunca se hacen realidad en el hoy, sino
porque la esperanza está ligada a una modificación del presente que se
prolongue hasta el futuro. Por eso el catequista tiene que estar apasionado por
lo que se puede transformar en nombre del Reino, y lo que el Reino por su
propia dinámica va transformando. Esta pasión, en definitiva, es pasión por el
ser humano que se beneficia de esa esperanza. Se beneficia cuando la esperanza
se concreta y modifica su vida, su calidad de vida; y se beneficia cuando tiene
esperanza, cuando cree en un futuro mejor.
Este es un blog escrito por un médico de profesión, que se considera biblista por vocación y teólogo por opción. El resultado es este intento de echar luz sobre lo que dice la Biblia.
viernes, 26 de febrero de 2016
miércoles, 24 de febrero de 2016
(Catequesis) - Entre esperanzas
Entre la aparición del libro Pedagogía
de la Esperanza, de Paulo Freire, en 1992, y el lema del Congreso
Catequístico Nacional Argentino de 2012: Anticipar
la aurora, construir la esperanza, hay veinte años que corrieron bajo el
puente. Sin embargo, el desafío parece permanecer intacto. Paulo Freire
descubría y develaba cómo los mecanismos de opresión dejaban a montones de
personas (niños, jóvenes y adultos) en un espacio que la sociedad denominaba no-cultura. Gran parte de la población
era, supuestamente, inculta, ignorante, sin conocimientos. Nada tenían para
aportar y nada podían enseñar. Al contrario: ellos debían ser educados por los
que sabían, los que tenían palabra. De esta forma, el mensaje implícito se
hacía explícito con el correr de los años y los oprimidos tenían que crecer y
desarrollarse (subdesarrollarse) en una cultura sin palabra, cultura del
silencio, de permanecer al margen. Estos oprimidos eran coartados en su
esperanza. No la tenían ni la tienen porque les han enseñado, constantemente, que son ignorantes por naturaleza, que
nunca podrán salir de ese espacio marginal, y que su destino es el trágico
destino de sus hijos y de sus nietos. Los que vienen de afuera para ayudarles,
generalmente caen con sus pesadas soluciones pre-fabricadas. Vienen a traer
recetas ya elaboradas y soluciones construidas en otro lado. Paulo Freire
condenaba este mecanismo educativo. Si el educador, el que viene de afuera, no
trae la posibilidad de pensar, de guiar al otro hasta el descubrimiento de su
propia elaboración de una solución, la opresión sigue su camino.
Paulo Freire |
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