(Mt 6, 33) “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” [Lc 12, 31]
Un fragmento de un libro ya terminado que espera edición.
Lo primero, esencial y vital es buscar la justicia del Reino. Lo demás es
un agregado, algo que vendrá indefectiblemente cuando se busca lo primordial. Es
curioso que mientras regularmente aseveramos que el amor es lo primordial en el
mensaje de Jesús, esta frase venga a poner en primerísimo lugar el Reino de
Dios y su justicia. Parece que volviésemos al viejo dilema de lo justo versus
lo misericordioso, como en la larga historia de la Iglesia se ha discutido
enfrentando las imágenes del Dios Juez y del Dios Amor. ¿Están verdaderamente
enfrentadas ambas imágenes? ¿Son extremos que nos obligan a optar por una o por
otra? ¿El amor puede contradecir a la justicia? En definitiva: ¿qué es lo
primero para Jesús?
Superando el dilema, la idea de una justicia del Reino es perfectamente
equiparable al amor. La justicia del Reino es la justicia de la gracia,
distinta a la justicia de los escribas y fariseos que parece comercial, de
intercambio de favores con Dios. Partiendo de una justicia que es gracia, la
dicotomía se vuelve falsa. No está la justicia en un extremo como negación de
la misericordia, ni está el amor en el otro extremo como negación de la
justicia. La justicia divina es gracia, y la gracia es el amor de Dios que se
da libremente. En esa libertad no sujeta a leyes, la justicia del Reino difiere
totalmente de la justicia que los humanos intentamos elaborar. No quiere decir
que nuestra justicia sea innecesaria; todo lo contrario, parece imprescindible
un sistema de justicia para convivir; pero no es la justicia primigenia (de la
Creación, del modelo utópico del Edén) ni es la justicia definitiva
(escatológica). La gracia se desarrolla en otro nivel interpretativo de la vida
y en un tipo de relación que no es comercial. Así como los escribas y los
fariseos tienen una justicia que ofrece buenas obras a Dios para conseguir
salvación, los sistemas judiciales humanos, en general, ofrecen la posibilidad
de una pena (un purgatorio) que se correspondería a la gravedad de la falta (un
delito menor, un robo, un homicidio, etc.). Son justicias en plano retributivo.
En cambio, la justicia del Reino es en plano de gracia, de don, de regalo. No
hay recompensa en amor por las buenas obras, ni salvación por cumplir ciertos
decretos.
No quiere decir que la justicia del Reino, por estar en plano de gracia,
sea inalcanzable para nosotros. Muy lejos de ello, Jesús insta a buscar esa
justicia como lo principal. Porque se trata de una forma de vida, de un estilo
y una actitud frente a la realidad. Que la gracia esté en otro plano de
relaciones no quiere decir que sea de otra dimensión. La gracia tiene
injerencia histórica. Jesús encarnado ha vivido según la gracia. Y ha sido un
justo, a pesar de morir condenado como un injusto, que según el sistema de la
época merece la crucifixión. En el plano de la justicia de los humanos, Jesús
es un criminal sentenciado. En el plano de la gracia, es el humano perfecto que
ha vivido según la gracia de Dios, o sea, ha vivido en la justicia del Reino. A
los discípulos les compete la misma intención: buscar la justicia del Reino,
vivir según la gracia de Dios, amar. Por eso podemos decir que en la
interpretación mateana de la justicia no hay oposición con el amor.
Paradójicamente para nuestro pensamiento tradicional, cuando amamos somos
justos, cuando buscamos amar estamos buscando la justicia del Reino. Y el
paradigma cercano de esa forma de vida es Jesús. Vivir como Jesús es vivir
justamente. Eso no siempre quiere decir que vivamos dentro del marco de la ley
social y jurídica del lugar en el que estamos. Jesús quedó fuera de su ley
religiosa y fuera de la ley imperial, y pagó con su vida esa situación. Sin
embargo, ha sido el justo más justo.
En esa paradoja debe interpretarse también lo de la añadidura. Lo que
vendrá agregado a la justicia del Reino no necesariamente es una bendición
existencial como lo cree la teología de la retribución. Si así fuese estaríamos
nuevamente en el plano mercantil. Si la búsqueda de la justicia se recompensa
con bienes materiales o con una vida de abundancias y comodidades, es porque
hemos caído en lo mismo de siempre. La paradoja de la añadidura es que lo que
viene añadido no es un premio por la búsqueda del Reino, sino un añadido,
sencillamente eso. No viene porque seamos buenos, no viene para dejarnos en
descanso y que dejemos de buscar, no viene a salvarnos de la tribulación de
intentar ser justos en un mundo que no entiende esa justicia. Viene, y punto. Quien
está alerta en esa búsqueda lo reconoce y lo disfruta. El que ha perdido un
poco la atención puede dejar pasar esas añadiduras sin encontrarles el sentido
profundo. No son premios, pero están ahí. No son beneficios elitistas, pero
están ahí. No son el escape ni el fin del camino, pero están ahí. Y
misteriosamente forman parte de esa justicia que buscamos.
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