Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”. “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”. Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.
Tras una ausencia del blog (en realidad, de las
conexiones a internet), dejo el comentario para el próximo domingo, con la parábola
de Lázaro y el rico que banquetea. La abordé en el libro “Discípulos de este
Siglo”, que editamos el año pasado con Editorial Claretiana de Argentina. Como
siempre digo, aquí dejo algunos fragmentos para tentar con la lectura.
La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro es otra joya literaria propia
de Lucas. Respecto a los nombres de los protagonistas debemos hacer dos
aclaraciones. En primer lugar, el texto no da a entender que el rico se llame Epulón, como tradicionalmente lo
llamamos casi sin preguntarnos; todo proviene de la palabra en latín que traduce
el griego eufraino (dar banquetes o
banquetear), y que es epulabatur. Con
la traducción latina de la
Biblia quedó asentado que el rico era un epulón, un
banqueteador, y por eso el nombre tradicional. Por el otro lado está Lázaro,
que resulta ser el único personaje de las parábolas lucanas con nombre propio. Lázaro,
en griego, proviene del hebreo Elazar
o Eleazar, que significa Dios (es) ayuda. Tras estas
aclaraciones, del tercer personaje involucrado, Abraham, mucho no podemos decir
que no se sepa por cultura general bíblica. Jesús se toma el atrevimiento de
elaborar una parábola donde el padre de la fe israelita manifiesta una mirada
teológica. El encabezado de esta sección del Evangelio, que está en Lc 16, 14,
explica que los destinatarios de la parábola eran “fariseos, amigos del dinero, que escuchaban todo esto y se burlaban de
Jesús”.
La parábola tiene tres escenas. La primera es la escena breve que establece
el contraste. Por un lado está el rico que viste púrpura y lino fino y que
banquetea. Tres lujos dan cuenta de su personalidad: es un despilfarrador. A
diferencia de otros ricos del Evangelio, éste no ejerce una opresión directa,
no tiene empleados explotados ni cargo religioso desde el que dictamine órdenes
de pureza ritual-moral. Su opresión es indirecta, porque en el despilfarro, en
el gasto exagerado, en el lujo excesivo, realiza una distribución desigual de
los bienes que siempre perjudica al más pobre. La púrpura, el lino fino y los
banquetes van en detrimento de la ropa, la vivienda y la comida de muchísimos
campesinos, pescadores y artesanos de su entorno. Ni qué hablar de los mendigos,
como Lázaro. Su descripción se opone totalmente a la del rico. Es pobre, está
lleno de llagas, ansía las sobras de la mesa del rico y está rodeado de perros
que lo lamen. Es un hombre fuera del banquete, esperando migajas. No tiene
dinero para satisfacer sus necesidades básicas, no tiene ropa (desnudo, ya que
los perros lamen sus llagas y está cubierto de ellas), no tiene comida, no
tiene vivienda (parece habitar la puerta del rico). No pasa sus días entre las
personas, sino entre los perros, entre animales. Es anónimo para el rico, que
no lo registra (a diferencia de Jesús que le pone nombre propio).
Con esta pintura, con este cuadro de situación, sucede la más breve de las
tres escenas de la parábola. Lázaro y el rico mueren. La expresión conservada por
Lucas es muy sugerente y marca una nueva diferencia de contraste. Lázaro, al
morir, es llevado por los ángeles al seno de Abraham; el rico, al morir, es
sepultado. Para el pobre parece no haber sepultura, nadie se ha encargado de su
cuerpo, no tiene familiares; su familia son los ángeles que lo llevan hasta el
seno de Abraham. El rico, en cambio, sí recibe sepultura, y seguramente con
muchos honores, pero no hay ángeles en su funeral. Paradójicamente, Lázaro
recibe honores celestiales mientras de su cuerpo, llagado, no sabemos nada. El
rico, sepultado según se cree socialmente conveniente, no tiene visión
celestial, no tiene honores tras su muerte.
Aquí hay que hacer un detenimiento para explicar, brevemente, cuáles eran
las concepciones judías del más allá.
En un primer momento de la historia israelita, la teología sobre lo que sucede
después de la muerte no es demasiado compleja. Existe un lugar llamado Sheol donde todos los muertos llegan; se
trata de un estado de sombras, oscuro (cf. Sal 88, 7.13; Job 10, 21), como
estar en un pozo (cf. Sal 30, 10), en lo profundo de la tierra (cf. Dt 32, 22).
Inclusive el Salmo 88, en su versículo 6, da a entender que Dios ni siquiera se
acuerda de aquellos que están en el Sheol.
Son los muertos y los olvidados. Con el tiempo, cuando la teología de la
retribución (los ricos son los justos recompensados por Dios y los pobres son
los pecadores castigados en esta vida) se hace insuficiente para explicar la
existencia, surge una división dentro del Sheol.
Por un lado estará el Sheol oscuro,
siniestro, con fuego, reservado para los pecadores; por el otro lado el Sheol luminoso, el seno de Abraham, donde los justos comparten el banquete
escatológico con los patriarcas. Ambos compartimentos del mismo lugar están
separados infranqueablemente por un abismo.
La tercera escena, finalmente, es el diálogo entre el rico y el padre
Abraham. Lázaro no habla en toda la parábola. Su testimonio parte de su
realidad, y eso basta. De quien no esperaría ayuda en la tierra, ahora lo
espera todo el rico. Lázaro es aquel que puede disminuir sus sufrimientos, que
puede quitarle el tormento por unos instantes. Pero Lázaro está en la otra
habitación del Sheol, desde donde no
se puede cruzar por el abismo que separa. Abraham, aclarando cualquier mala
traducción bíblica, no propone que la condición de pobre de Lázaro le haya valido
el acceso a su lado. No es que Lázaro recibe consuelo porque ha sufrido mucho. Abraham sólo constata lo que sucedió:
Lázaro recibía sufrimiento y ahora recibe alegría; el rico banqueteaba
lujosamente y ahora está en la oscuridad y las llamas del Sheol. Con el mismo juego literario de Lc 1, 52-53 y Lc 13, 30, la
inversión del Reino se hace evidente. Lo destruido es construido, lo tirado es
levantado, lo que no es nada comienza a ser, lo que sobra ocupa su lugar. La
necesidad de una inversión histórica que, en sí, justifique a la historia
humana dándole sentido, no puede ser un concepto que llegue a partir de hechos
sobrenaturales. Los mismos acontecimientos diarios y los hermanos con los que
nos encontramos en la tierra dan cuenta de la situación escatológica: no pueden
existir para siempre los ricos cada vez más ricos ni los pobres cada vez más
pobres.
Esta parábola tiene que ver con las riquezas, tiene que ver con la dignidad
humana, tiene que ver con lo que sucede después de la muerte y tiene que ver
con el final de los tiempos y la resolución de la historia. No sólo la historia
de la humanidad se justifica en la inversión propuesta por el Reino, sino la
evangelización. Anunciar la Buena Noticia
es proclamar que los Lázaros estarán en el seno de Abraham, que las cosas no
pueden seguir eternamente así, que más allá de la injusticia actual hay una
justicia divina. Evangelizar es creer en la dimensión plenificadora de la
inversión del Reino. Para muchos, una inversión de la situación es un peligro,
una locura, una amenaza. Para muchos, está bien que los Lázaros existan y
queden donde están, llagados, entre los perros. Para muchos, cambiar es un
atentado.
Invertir el sistema tiene consecuencias gravísimas para los poderes
sociales y económicos (sobre todo económicos), y también para la clase media
estacionada (los pequeños burgueses). La mayoría se resiste al cambio, a pesar
de ser favorecidos por las consecuencias del mismo. Se teme que lo viejo se
haga nuevo, que los últimos sean primeros, que los elevados sean descendidos. Se
tiene temor por lo que resultará de la locura de pensar una historia distinta.
No es posible hacer teología de espaldas a la desigualdad. La escena del
rico banqueteando y Lázaro del otro lado de la puerta es la escena de todos los
días en cualquier parte del mundo. La parábola no es ajena a nuestra
cotidianeidad, aunque nos parezca que no entendemos el Sheol o no conozcamos la vida de Abraham. La parábola se nos mete
en la historia actual desde el primer momento: hay ricos que banquetean, que se
dan lujos, y se desentienden de los pobres llagados y lamidos por los perros;
hay Lázaros a los que les han robado su dignidad olvidándose de ellos. Darle
sentido a la vida será lograr la inversión del Reino antes de que nos sorprenda
la muerte. Si esperamos la manifestación escatológica del Señor estamos
desperdiciando la existencia. En cambio, si trabajamos por abrir la puerta que
separa ricos y pobres para disminuir la brecha, vamos dando respuesta a las
preguntas más fundamentales sobre nosotros y sobre Dios. Dios se explica en los
pobres, en los olvidados, y sobre todo en los valores invertidos. Dios es pobre
y oprimido, pero liberador. Dios es Lázaro llagado, pero a la vez es Lázaro en
el seno de Abraham. Dios está clamando por la liberación, pero Él ya nos liberó
invirtiéndolo todo.
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