En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”.María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
En varios países, la Fiesta de la Asunción de María se celebra el domingo más cercano al día en el que tocaría celebrarla litúrgicamente. Para el caso de este año, la fiesta sería trasladada al domingo 18.08.13.
Pistas exegéticas (qué dice
el texto)
El Magnificat es uno de los
cánticos preferidos de muchos cristianos. En él se expresa una realidad
maravillosa que repercute de lleno en la historia. En él se escucha el clamor
de los pobres y, por la pluma de Lucas, podemos imaginar, como en una obra
teatral, que la protagonista femenina entona líricamente este salmo neotestamentario.
La escena transcurre en la casa de Isabel, en un pueblo de la zona
montañosa de Judá, entre dos embarazadas. Como varios comentaristas lo han
resaltado, se trata del encuentro de dos madres y dos niños. Mientras las
primeras entablan diálogo en voz alta, los segundos se comunican en otro nivel,
del que nosotros nos enteramos porque el Bautista salta de gozo en el vientre
de Isabel. La historia de la salvación que desarrolla Lucas encuentra su punto
de contacto e inflexión en esta escena. La última madre del Antiguo Testamento
se encuentra con la primera madre del Nuevo Testamento. El último profeta del
Antiguo Testamento (cf. Lc 16, 16a) con el Hijo primogénito del Nuevo
Testamento. La bisagra del mundo se cierne en este poblado montañoso de Judá. En
la debilidad de dos mujeres
israelitas, sin mayor relevancia que la de ser ellas mismas, se fortalece la acción liberadora del Dios
Yahvé. Desde lo insignificante, como de costumbre, el Señor realiza las
maravillas más inesperadas. De alguna manera, la construcción lucana es
dramática. Colocar en un ambiente familiar perdido en las montañas el punto de
inflexión cósmico judeo-cristiano es un atrevimiento. No es en el Templo que el
Mesías asume el Antiguo Testamento para plenificarlo; no es en medio de un
ritual elaborado con incienso y sacerdotes; no es en una reunión de varones
poderosos. Al contrario, es en una casa, sin más ritual que el saludo de dos
parientes, y en un diálogo informal de mujeres.
El relato está teñido de gozo, justamente, porque no hay protocolos, porque
Dios se manifiesta liberador en lo cotidiano. La esperanza que expresa el canto
del Magnificat tiene pocos parangones
en los Evangelio. Como anticipo, puede decirse que el mismo gozo se halla en la
resurrección, episodio ligado con la misma esperanza en el Dios liberador.
Respecto a las cuestiones técnicas del cántico, se reconocen algunos
manuscritos que lo ponen en boca de Isabel, y otros tantos que lo contienen sin
especificar el personaje que lo entona. Esto ha servido para discusiones
exegéticas que, hoy por hoy, se inclinan a apoyarse en la opinión más difundida
de atribuir al personaje de María el recitado. Lo cierto es que existen
elementos para suponer que el Magnificat
fue un agregado posterior a la redacción más original. En primer lugar porque
puede leerse la perícopa de corrido pasando desde el versículo 45 al 56, y en
segundo lugar porque la estructura poética interrumpe el flujo prosaico de la
escena. Si el origen del cántico es judío y ha sufrido transformaciones cristianas,
o si ha sido originalmente cristiano sufriendo transformaciones lucanas es
discutible.
Si bien es cierto que los verbos en pasado (desplegó, dispersó, derribó, elevó, colmó, despidió, socorrió) admiten que ya ha llegado el Mesías y ha sucedido la
liberación, también es cierto que los temas del cántico son copia fiel del
Antiguo Testamento. La mayor resonancia es el cántico de Ana de 1Sam 2, 1-10,
que contiene frases de estructura muy similar al Magnificat, con el gozo de Ana en su corazón, la destrucción de los
enemigos, la grandeza de Dios, la caída de los poderosos y la elevación de los
pobres y humildes. Sin dudas, la entonación de Ana sirvió de base a lo que
leemos en la liturgia de hoy. También hay resonancias de Job 12, 19 y Hab 3,
18. En sí, lo que se cuenta cantando es lo que se lee en el núcleo de la
historia israelita: Yahvé destruyó los ejércitos del Faraón y permitió que el
pequeño y humilde Israel escapara cruzando el mar, demostrando así que el brazo
de Dios está del lado de los débiles.
María encarna y entronca la historia del Pueblo de Dios. Su embarazo es un
embarazo que beneficia a todo Israel. La dinámica entre lo maravilloso de la
maternidad divina (individual y personal) y lo maravilloso del Mesías que llega
para todos (comunitario y social) es un entretejido. María se diferencia del
Pueblo, pero María es el Pueblo, la mejor porción de él, su representante por
excelencia, su icono. La misma estructura interna del cántico lo demuestra,
pues mientras la primera parte habla de María culminando en la alabanza de la
misericordia divina (versículo 50), la segunda parte habla de Israel
recordando, nuevamente, la misericordia divina (versículo 54). Ambas
misericordias son la misma, y el amor de Dios que envuelve a María para darle
un hijo es el amor que le da al Pueblo un Mesías. De la María pobre y pequeña
pasamos a lo humildes elevados, de la
María esclava y servidora pasamos al Israel siervo y
servidor. Cuando María canta, en realidad, canta el Pueblo. Que María se sienta
liberada es, en definitiva, la alegría y el gozo de que la liberación llegó a
todos.
Pistas hermenéuticas (qué
nos dice el texto)
Recuperar a María comunitaria y signo de liberación es una tarea
interesante para la evangelización. Bajarla del estrado que la alejó del pueblo
y de su original condición será, en realidad, hacer honor a la fiesta de la
asunción. Descendiéndola la haremos subir, según la paradoja del Evangelio (cf.
Lc 14, 11; 22, 26). Hacer justicia a María es una deuda pendiente. No podemos
mancillar su memoria individualizándola (en proceso de egoísmo impuesto) o
convirtiéndola en amuleto (signo de una liberación desencarnada).
En el Magnificat se nos recuerda
que el Dios en el que cree María es el Dios en el que queremos creer. Es el
Dios Salvador, con la enorme connotación de esta palabra, que mal utilizada,
destruye la evangelización. ¿Qué tiene de salvador una imagen lejana y
poderosa? ¿Qué tiene de liberador el hecho de una madre mesiánica que parece
existir en disonancia a la prédica del Hijo? Lo verdaderamente liberador (y
dramático, porque la liberación así lo amerita) es que en una región montañosa
de Judá, una mujer pobre tiene la clave hermenéutica de la historia. Como si
hoy mismo una muchacha de una villa miseria latinoamericana, o una negra del
África pobre, o una inmigrante ilegal en Europa, cantara a la esperanza de un
Dios que salva. ¿De dónde saca esas
ideas? nos preguntaríamos. ¿Por qué se alegra en un Dios que parece haberla
olvidado? Y sin embargo, ella sabe más que todos nosotros. Esa es la dimensión
que nos cuesta entender. La liberación divina viene del lugar menos pensado, y
de los sitios donde menos esperanza parece haber. La resurrección, como mayor
ejemplo, brota de un sepulcro, del lugar donde todo debería estar terminado.
Creer que los humildes pueden tener la clave hermenéutica de la historia es
dar un salto de calidad en la evangelización. Animarse a escuchar sus cantos,
sus alabanzas, sus agradecimientos, y tratar de entenderlos, es hacerse
Iglesia. Las comunidades que son capaces de traspasar la inmediatez del sufrimiento
para gritar al mundo (aunque no sean oídas) que creen en Dios, son comunidades
evangelizadoras, y no precisamente deben ser instituciones eclesiales. Miles de
personas trascienden su egocentrismo para creer en conjunto, sin pertenecer a
ninguna denominación, como María e Isabel en una casa de la región montañosa,
sin intervención institucional. Son esas comunidades las que honran a María,
aunque no le dediquen fiestas litúrgicas ni tengan una estatua o estampilla de
ella.
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