Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén. Envió, pues, mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?”. Pero, volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.Mientras iban caminando, uno le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas”. Jesús le dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. A otro dijo: “Sígueme”. Él respondió: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. También otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa”. Le dijo Jesús: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios”.
Dos partes para el comentario de este domingo. La
primera es un fragmento del libro que terminé recientemente sobre el Reino de Dios
en los Evangelios. La segunda parte es un intento de hermenéutica sobre esta
urgencia del Reino que nos obliga a no ser momentáneos, sino persistentes.
El Reino urgente
Una seguidilla de tres episodios breves de vocación, o quizás no de
estricta vocación, están en Lc 9, 57-62. No podemos catalogar a los relatos de
vocación, así sin más, ya que combinan elementos de narraciones clásicas
vocacionales con otros elementos. A uno de los tres lo llama Jesús, pero los
otros dos se quieren sumar por su cuenta al movimiento que se está generando en
torno a Jesús. Además, sólo el que es llamado recibe la misión de anunciar el
Reino; en los otros dos casos no queda claro si hay una aceptación por parte
del Maestro. De todas maneras, más allá de poder o no poner el rótulo de
relatos vocacionales, sí es evidente que hay dos temas clave: el discipulado y
el Reino de Dios. Combinando ambas claves hermenéuticas arribamos al tópico de
la urgencia del Reino. El Reino que predica y practica Jesús es un Reino
urgente, inmediato, que necesita acciones efectivas y radicales ahora mismo.
Esta urgencia no da lugar a vocaciones momentáneas, entusiastas y pasajeras. No
es tiempo para el seguimiento tibio, a medias y esporádico. No es tiempo para
hipócritas ni para exitistas. La urgencia del Reino impele a tomar decisiones,
a dejarlo todo, a ponerse en camino. La urgencia relativiza los tiempos humanos
o los tiempos a los que estamos acostumbrados. La vivencia del Reino que tiene
Jesús no da lugar a que otras cosas se antepongan.
Desde esa urgencia se entiende que el Hijo del Hombre no tenga dónde
reclinar la cabeza (cf. Lc 9, 58), que viva en los caminos, andando, sin
reposo. Cualquier discípulo del Reino debería entender que le espera una vida
así, sin cuevas y sin nidos, o sea, sin hogar fijo, sin espacio para acomodarse
ni establecerse. Le espera la itinerancia propia de la urgencia.