38 Y Él les enseñaba: “Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas 39 y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; 40 que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad”.41 Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. 42 Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. 43 Entonces llamó a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, 44 porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”. (Mc. 12, 38-44)
38
Pocos versículos atrás, Jesús había elogiado a un escriba, el cual no se
encontraba lejos del Reino de Dios en su interpretación de la vida y de los
mandamientos. Pero, aparentemente, esta era la excepción que confirma la regla.
Ahora, dirigiéndose al pueblo que lo escucha, advierte sobre el cuidado que hay
que tener con los escribas, quienes no resultan ser lo que aparentan. Seguramente
tenemos en estos versículos una crítica confiable de lo que pensaba Jesús respecto
a los escribas, pero también es cierto que la crítica jesuánica va más allá de
la anulación inmediata de un sistema de creencias; Jesús se centra en las
personas; los escribas, en general, constituyen un grupo de poder religioso con
ideales distintos a los del Reino, pero no por eso quedan exentos todos los
escribas de la participación en el Reino.
Las advertencias van en dos direcciones: prestar atención a la actuación que busca aprobación social
sin reflejar verdaderamente una actitud de vida coherente, y denunciar el abuso
económico perpetrado contra los más desfavorecidos. La palabra que algunas
traducciones interpretan como cuídense
y otras como guárdense, es blepo en griego, y su traducción literal
podría ser tener vista. Si
quisiéramos hacerlo más en lenguaje actual, la invitación es a tener ojo. En lenguaje coloquial, tener
ojo sobre algo es desconfiar inicialmente y mantenerse alerta para detectar el
engaño.
Lo primero sobre lo que hay que tener ojo son las vestiduras exageradas.
Según el comentarista que se tome, algunos creen que Jesús hace referencia a
los hilos de la punta del manto, exageradamente largos para llamar la atención,
y otros se inclinan a pensar en el vestido sabático de fiesta que sólo los
ricos podían adquirir. De cualquiera de las dos formas, el problema es la
ostentación. El ropaje marca una diferencia con el resto, económica, social o
religiosa, pero intenta establecer un muro para que sea elocuente la distancia.
Hay ropas propias de un poder adquisitivo, ropas que traslucen la clase social
y ropas para uso sagrado o sacerdotal. Esas diferencias, en el ámbito de lo
religioso, buscan la alabanza del otro sobre la persona que ostenta. Las
vestiduras serían el signo de la santidad, el símbolo de una sabiduría que
merece ser alabada. Por eso el saludo en las plazas de los escribas que se
detienen para que, con reverencia, el pueblo reconozca su posición de
privilegio. No es un saludo común, entre hermanos o amigos, sino el saludo
estereotipado que reconoce el honor y la superioridad del otro, como se saluda
a monárquicos y jerárquicos. Hay que tener ojo con ello porque son expresiones
externas que buscan alimentar el ego, y no se condicen con la religión del
prójimo, con la tendencia del Reino a vivir en plenitud en el hermano. Son
prácticas hacia dentro, hacia uno mismo, sin salida al exterior.
39
Como otra manifestación de egolatría, aparece el tema de los primeros
asientos. Los escribas buscan tener los primeros puestos en la sinagoga y en
los banquetes. El tópico es conocido en la tradición bíblica, y ciertamente
puede remontarse a Jesús la imagen de los primeros y los últimos puestos como
paradoja del Evangelio; quien quiere sentarse al principio debe ir al final,
últimos por primeros, servidores para ser servidos. Los escribas expresan el
ansia de tener honor terrenal, de ocupar lugares de privilegio que les reditúen
ventajas frente a la comunidad. Estos primeros asientos, en la sinagoga por
ejemplo, posiblemente se refiriesen a las sillas que están al frente de la
congregación, mirando hacia los demás, como una especie de presidencia de la
sinagoga. Seguramente eran puestos cercanos al armario de la Torá, lo que
refuerza la idea de santidad simbólica. Por otro lado, los primeros asientos en
los banquetes estaban al lado del anfitrión, y también tenían la fuerza
simbólica de lo distintivo; allí se sentaban las personalidades más
sobresalientes de una comida.
Esta actitud de búsqueda de los primeros lugares es opuesta al Reino de
Dios. Jesús ya lo ha explicado a sus discípulos anteriormente, y ahora
evidencia cómo esta práctica está arraigada en los escribas. El Evangelio no
parece ser una cosa de honrados (en
el sentido del honor mundano, el reconocimiento, las posiciones de privilegio),
sino de deshonra. Los fieles al Evangelio son deshonrados por los demás, porque
no buscan mostrarse ni ocupar los primeros asientos ni recibir un saludo en las
plazas. Están al final, y allí al final nadie los ve, nadie los nota. Pero no
desesperan. Es el lugar del Evangelio, el lugar del Reino, al fondo, con los
últimos.
40
Esta acusación de Jesús es terrible: devorar los bienes de las viudas es
cometer un acto sacrílego. Según Ex 22, 21 los huérfanos y las viudas están
protegidos especialmente por Yahvé. Para nuestro caso particular, la viuda es,
en la tradición deuteronomista, uno de los grupos sociales que recibe la
preferencia de Yahvé (cf. Dt 10, 18; 14, 29; 16, 11; 24, 17.19-21; 26, 12-13;
27, 19). Hay una inspiración también en Is 10, 1-2: “¡Ay de los que promulgan decretos inicuos y redactan prescripciones
onerosas, para impedir que se haga justicia a los débiles y privar de su
derecho a los pobres de mi pueblo, para hacer de las viudas su presa y expoliar
a los huérfanos!”. No podemos saber cómo hacen los escribas para quitar los
bienes a las viudas. Al asociar esta expresión al tema de las largas oraciones,
podría suponerse que los escribas solicitan una contribución económica por sus
rezos, y que se aprovechan de los indefensos para quitar más dinero. Otra
posibilidad es que los escribas, en su función jurista y legal, realicen
maniobras que les permitan quedarse con los bienes a ellos u otros amigos.
La acusación revela una corrupción, y peor aún, una corrupción que se
realiza desde el ropaje de la oración y la religiosidad. El juicio se vuelve
más severo por esa hipocresía que utiliza el nombre de Dios para actos
corruptos. Cuando el nombre de Dios sostiene prácticas esclavizantes y
opresoras, se lo maltrata de una manera impúdica, y se practica una trasgresión
al principio básico de no tomar el nombre de Dios en vano, que es no tomar en
vano a Dios mismo, no utilizarlo, no manipularlo, no hacerlo partícipe de
crímenes y pecados.
41
Cambiando de un micro discurso de Jesús sobre los escribas hacia una escena
en el Templo, pero conservando como nexo de unión a las viudas, estamos en el gazofulakeion, palabra griega que puede
designar tanto el arca del tesoro, ubicada cerca del patio de las mujeres del
Templo de Jerusalén, como los cepillos de las ofrendas, donde el pueblo
depositaba su ofrenda monetaria para el sostenimiento del funcionamiento
templario. La imprecisión hace más evidente también la imposibilidad de que
Jesús estuviese sentado donde dice el autor que está, pues se supone que no
estaba permitida esa acción. Podríamos encontrarnos frente a una escena
fabricada literariamente, aunque el concepto que se va a expresar a través de
ella tiene mucho matiz jesuánico.
Hay un suceso remarcado que servirá de contrapunto: los ricos dan en
abundancia. La frase encierra una trampa. Es una abundancia en comparación
directa, pero en comparación relativa, que será el punto de reflexión de Jesús,
no es tal la abundancia. Debido a la riqueza del rico, porcentualmente su
contribución puede no ser abundante, y puede significar apenas una pequeña
entrega insignificante en el conjunto de sus bienes.
42
Aparece en escena una viuda pobre. Este es el punto de contacto con los
dichos sobre los escribas de los versículos pasados. Ellos devoran los bienes
de las viudas, y he aquí una viuda que viene a ofrendar al Templo. Además de su
marginación social propia de su viudez, sin marido-varón que le dé identidad,
es pobre. Algunas viudas ricas, de la aristocracia palestina, podían sobrevivir
en un mundo patriarcal. Pero una viuda pobre no tenía nada y no era nadie. En
el cosmos social no ocupa lugar; está fuera. Ella no tiene valor por ser mujer,
no tiene varón que la sostenga, y no tiene dinero para comprar su lugar. Es
última entre las últimas.
Acercándose al lugar de las ofrendas coloca dos leptones. El lepton es la moneda de cobre más pequeña,
correpondiente a la perutha judía.
Equivale, para que tengamos una noción aproximada, a 1/128 denarios. Recordemos
que el denario es el pago por un día de trabajo de un jornalero. Por lo tanto,
dos leptones son una cantidad ínfima; representan menos de cien veces el valor
de un día de trabajo. Para sus lectores/oyentes familiarizados con el sistema
monetario romano, Marcos hace una aclaración que algunas traducciones al
español conservan y otras han preferido obviar: dos leptones equivalen a un cuadrante. El cuadrante es la moneda
romana más pequeña, aproximadamente un cuarto del as. La explicación pone en perspectiva, para quien no conoce las
monedas judías, la pequeñez cuantitativa de la ofrenda de la viuda.
43
Jesús dará ahora su enseñanza de lo visto. Ha ocurrido un paralelismo
antitético en la vida cotidiana del Templo: los ricos han puesto en abundancia,
la viuda pobre ha puesto casi nada. Sin embargo, en la paradoja del Evangelio,
la viuda ha puesto más que cualquier otro. Resulta imposible en cifras frías,
pero en proporción, Jesús entiende la ética de esta matemática. Quien más
tiene, menos esfuerzo realiza en poner mucho, y sus riquezas le dan la
posibilidad de ser avaro aparentando generosidad. El pobre, en cambio, siempre
tendrá una ofrenda pequeña en cantidad, pero en relación a sus bienes,
equiparar la ofrenda del rico puede resultarle imposible, aunque no se avaro.
Posiblemente, el pobre siempre parezca avaro al ofrendar. Pero lo que está
detrás, lo verdaderamente válido, es la intención y la actitud de la ofrenda.
No importa la cantidad para Jesús. No interesa el tamaño de la ofrenda, sino el
tamaño del corazón que ofrenda. Este es un revés grande para la Iglesia de
todos los tiempos, la que valida como buenos
a los ricos que aportan sumas considerables y presiona fuertemente al pueblo
pobre para que sostenga el funcionamiento eclesial. Jesús no se concentra en la
cifra depositada, sino que va más allá, hasta la persona, hasta el corazón.
44
Un dicho judía expresaba: “según el
camello, la carga”. Era un refrán para sostener lo que predica Jesús. Según
la capacidad monetaria real, la ofrenda. Según los bienes para la vida
cotidiana, la posibilidad de aportar al sistema religioso. No se puede exigir
una cifra común. La idea del diezmo veterotestamentario está en esa línea: dar
el diez por ciento, sin importar si se poseen muchas o pocas cosas. Siempre es
uno cada diez. Posiblemente, los ricos que depositaban las ofrendas no daban un
porcentaje de lo que tenían para vivir, sino que dejaban allí lo que les
sobraba, lo que no les causaba daño dar, lo que no les costaba. En apariencia
son magnánimos, pero en la realidad son desinteresados o avaros. La viuda
pobre, en cambio, lo ha dado todo, posiblemente mucho más que el diez por
ciento de lo que tenía. No hay comparación. Su ofrenda pasa desapercibida en el
montón, pero ha sido la más grande. Ella es la verdadera magnánima.
El razonamiento tiene sentido, siempre y cuando se asuma la estructura
religiosa templaria como válida. Aquí tenemos un problema vital en esta escena.
¿Está Jesús validando el Templo y su funcionamiento burocrático? ¿Sostiene
Jesús que las ofrendas a la religión tienen sentido? ¿Era más conveniente que
la viuda dejara sus dos leptones allí o que los usara para comer? Es difícil el
análisis. A las claras, Jesús está enfrentado con el Templo. Eso revela todo el
libro de Marcos. ¿Pero su enfrentamiento es total, al punto de pensar en la
eliminación del mismo? ¿O se sugiere más bien un reforma del sistema? Sabemos
que para Marcos, la expulsión de los vendedores y cambistas del Templo (cf. Mc
11, 15-17) está narrada en sentido universalista: el Templo debe ampliarse y
volverse sagrado para judíos y paganos, en una expansión que ya no separe, sino
que unifique en la comunión de Yahvé. Siguiendo ese razonamiento, asumimos que
Jesús es más reformador que destructor. El Templo puede continuar, pero si lo
hace de otra forma, desde otra mirada sobre el pueblo. Si continúa así,
evidentemente desaparecerá. Debe ser un templo universal, sin distinciones, con
más foco en las personas que en las ofrendas, con menos burocracia, con más
proyección social, preocupado por la relación concreta de las personas con Dios
y no con el vínculo diplomático con Roma. Jesús, posiblemente, creyera que el
Templo debiese continuar cambiado, pero que si no cambiaba, era mejor su
desaparición. En un Templo cambiado, el planteo sobre la comida de la viuda
frente a la ofrenda no tendría sentido, porque la viuda encontraría alimento en
el mismo Templo y sería asistida por él.
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