2 Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?”. 3 Él les respondió: “¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?”. 4 Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella”. 5 Entonces Jesús les respondió: “Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. 6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, 8 y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9 Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. 11 El les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; 12 y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”.13 Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. 14 Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. 15 Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. 16 Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos. (Mc. 10, 2-16)
2
Estos son de los pocos fariseos que quedan a estas alturas del Evangelio
según Marcos. Están fuera de su territorio conocido, de la Galilea. Allí
actuaban a sus anchas. Pero con el cambio de escenario, con el inicio del
camino de subida a Jerusalén, su protagonismo como antagonistas de Jesús tuvo
que ser relegado en manos de otros grupos religiosos. Volverán para dar su
última aparición en Mc 12, 13, junto a los herodianos.
Como en otras oportunidades, los fariseos se acercan para poner a prueba a
Jesús. La intención queda develada desde el principio. Las preguntas que le
formulan no son sinceras en su intención. Sí lo son en la problemática que
abordan, como veremos más adelante, pero están teñidas de un halo de trampa. En
este caso, debemos suponer que Jesús tenía una posición ya tomada al respecto
de lo que le preguntan, y que su posición era pública; por eso la pregunta
buscaría dejarlo al descubierto como desobediente de la Ley. Si bien existían
varias escuelas de interpretación en el judaísmo, todas respetaban la letra
explícita de la Ley de Moisés, y divagaban sobre esa letra, sin ponerla en tela
de juicio. Básicamente, las escuelas interpretativas hacían una hermenéutica
descriptiva, de mero desarrollo de lo existente, o una hermenéutica
legislativa, interpretando aquello que la Palabra no había normatizado en detalle. Dos de
las más importantes y sobresalientes de estas escuelas eran las lideradas por
los maestros Schammai e Hillel.
La pregunta en concreto que debe responder Jesús ahora es sobre la licitud
del divorcio. De por sí, en el contexto de la Ley de Moisés, la pregunta es una
redundancia. Si un judío acepta la Ley mosaica como designio y palabra divina,
entonces no puede criticar o poner en duda su legitimidad. Si lo hace, entonces
está rechazando a Israel y a su Dios. Esa es la trampa. Jesús ya se ha
expresado abiertamente sobre la posibilidad de que la Ley de Moisés no sea
completa, no sea exactamente Palabra de Dios, y sea perfeccionable. Entonces,
como fondo de la temática del divorcio, está la cuestión de si lo que proclamó
Moisés tiene validez o no, si el judaísmo puede estar fundado en ello o puede
ser plástico con esa Ley. Está la cuestión de la relación de Jesús con la Ley:
¿vino a abolirla, vino a cumplirla al pie de la letra, vino a modificarla, vino
a superarla?
3
Jesús contesta con una pregunta. Es parte de su técnica de oratoria en las
discusiones. Pregunta a los fariseos qué les ha ordenado Moisés a ellos. Si la
cuestión es la legitimidad de la Ley mosaica, es necesario conocer primero qué
dice.
4
La respuesta de los fariseos es exacta: Moisés permitió el divorcio. El
versículo clave está en Dt 24, 1: “Si un
hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla
gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le escribirá
un acta de divorcio, se la pondrá en su mano y la despedirá de su casa”. A
pesar de lo explícito, la Ley no abarcaba por completo los detalles ni las
minucias. La gran pregunta de las escuelas interpretativas era de qué se
trataba ese algo que desagrada.
La Ley sí había dispuesto limitaciones para el acto del repudio, como por
ejemplo, la imposibilidad de divorciarse de una mujer tomada de un pueblo
extranjero conquistado (cf. Dt 21, 10-14), la imposibilidad de acusar a una
mujer públicamente por no hallarla virgen sin las pruebas correspondientes (cf.
Dt 22, 13-21) o la imposibilidad de repudiar a una mujer con la que se han
tenido relaciones pre-matrimoniales (cf. Dt 22, 28-29). Pero respecto a la
extensión y calidad de ese algo que
desagrada no había acuerdo. Para la escuela de Schammai, siempre es ilícito
divorciarse, excepto en caso de adulterio, y allí se encontraba ese algo que desagrada. Para la escuela de
Hillel, en cambio, las causas de divorcio eran muy variadas y hasta insólitas;
inclusive el hecho de dejar quemarse la comida constituía parte integrante de
ese algo que desagrada.
5
Jesús les hace una observación interesante: Moisés ha hecho una concesión
por el corazón duro de Israel, o sea, ha modificado algo que existía de una
determinada manera, introduciendo un permiso. Por lo tanto, la ley mosaica
sobre el divorcio no es otra cosa que un agregado a otra ley mayor, una
modificatoria temporal. La razón para hacerlo es la sklerokardia, el anquilosamiento del corazón. Israel había perdido
la capacidad de ser pueblo de Dios. Cada israelita había perdido la capacidad
de ser persona en su máxima expresión. Habían llegado a una situación
insostenible que exigía volver a reconsiderar las normas para no forzar lo
imposible. Así surgen los parches a la Ley divina. En sí, no es un proceso que
compete sólo a Israel. Para Jesús, toda la humanidad endurece su corazón, se
aleja de la posibilidad de plenitud humana, y salen al rescate de ello las
prescripciones incompletas e imperfectas que buscan limitar las andanzas de los
corazones errantes. Son concesiones momentáneas para no alejarse demasiado, son
invitaciones a volver, de a poco, a revitalizar el corazón.
Esta observación de Jesús va mucho más de las leyes en sí; se trata de
poner en tela de juicio la supuesta primacía de la ley dada por Moisés (y de
las leyes dadas por cualquier ser humano), subordinándola a otra más grande y
anterior, que tiene que ver con los orígenes, y por lo tanto, con lo que está
en el origen de todo: Dios. Este pensamiento no es ajeno al Antiguo Testamento.
Ya Ez 20, 25 intuye que algunos preceptos religiosos no son buenos en sí mismos
y no comunican la vida de Dios.
6
Para el pensamiento judío, en cierto sentido, el éxodo y la alianza del
Sinaí son los hechos fundantes de su historia, y por extensión, los hechos que
sirven como matriz para todo lo demás. Entonces, en la jerarquía ética
israelita, lo primero es lo dicho por Moisés, luego lo demás, que debería estar
en concordancia con aquello. Mientras los fariseos presentan la legislación
mosaica como palabra primordial, Jesús se remonta a la Creación , a los orígenes.
Ahí está la Ley original, la verdadera Ley de Dios. Lo que sigue a continuación
en la historia son interpretaciones humanas y normativas imperfectas. La
perfección/plenitud está en el Edén. Jesús no niega la utilidad de la ley
mosaica y su aplicación como necesidad concreta, pero recuerda que esa ley no
es otra cosa que un borrador.
Desde los comienzos, Dios nos ha creado varón y mujer (cf. Gn 1, 27). Hay
un estado primordial del humano, un momento de luz extrema que está relacionada
con la salida inmediata del seno divino. Luego, la misma historia humana
desvirtúa esa luz. Pero la luz no se apaga; al contrario, busca proyectarse y
recuperar la luminosidad primigenia en el final, en la resolución, en lo
escatológico. Jesús evoca el Edén para evocar el fin, recuerda el principio
para recordar la realización definitiva.
7
Gn 2, 24 es la otra cita que utiliza Jesús en su argumentación. El ser
humano (el anthropos) deja su familia
para unirse a otra creatura. Hay una migración de amor, de encuentro con el
otro. Dejando la casa paterna/materna, el humano va en busca de otro humano. Es
un ciclo que se repite incesantemente en la historia. Es la salida para entrar,
la expansión para centrarse. El ser humano no escapa de la humanidad (padre y
madre), sino que proyecta su humanidad en otro, potenciando la capacidad
creadora de los que se unen.
8
Los dos que forman la nueva unión son una sola carne (también con
inspiración en Gn 2, 24). En primer lugar, la metáfora es sobre las relaciones
sexuales; pero si consideramos el sentido espiritual de la unión carnal, propio
de muchas religiones, entendemos que la metáfora es mayor. La unión sexual es
buena y gozosa en sí misma, pero no se queda en ese nivel, sino que es
sacramento de algo mayor, expresión de un tipo de unión que se da entre dos
personas y que es única. No todos se relacionan sexualmente entre sí, y los que
lo hacen viven algo único, especial. Por eso el respeto que muchas religiones
tienen con el tema sexual. En algunos casos de desvirtuó hacia moralinas sin
sustento y hasta en obsesiones, pero el sentido religioso original de la
protección de la relación sexual es su ideal: la expresión de un lazo humano
inigualable.
Hay dos seres humanos en relación, pero la relación es tan íntima, que son
una sola carne, como si fuesen un solo ser humano. La desunión parece
imposible, y a eso apela Jesús para reconocer que Moisés ha elaborado un
parche, una salvedad. De ninguna manera ese subterfugio es lo primordial; es un
permiso ante situaciones que fallan persiguiendo el ideal, pero no debería ser
la norma. Jesús todavía sigue confiando en la posibilidad de concretar el Edén.
9
La sentencia final es una advertencia para los fariseos: que el ser humano
no se crea con la potestad para modificar la utopía del Edén. Se han permitido
salvedades, pero eso no significa que Dios renunció al ideal. Si el ser humano
así lo cree y se impone formas de vida contrarias al Reino, entonces es un ególatra,
está tomando el lugar de la divinidad. Lo que Dios ha soñado, el ser humano no
lo olvide. Lo que Dios ha proyectado para sus hijos, el ser humano no lo
destruya. Lo que Dios ha fijado como meta, no quiera el ser humano denigrarlo.
Quizás se esté hablando de la cuestión del divorcio, pero en el fondo se
habla de la actitud frente al proyecto del Reino, frente al planteo universal
de búsqueda de la felicidad. ¿Qué hacer con el Paraíso? ¿Olvidarlo, mejorarlo
con tecnología humana, seguir esperando? ¿Qué hacer en un mundo corrompido que,
supuestamente, busca la plenitud? ¿Cómo creer todavía en el Edén escatológico
entre perversiones y desnaturalizaciones del ser humano? Esa es la cuestión
teológica (más que pastoral) detrás de la discusión sobre el divorcio.
10
Estando en la casa, lugar de enseñanza discipular, símbolo de la Iglesia,
los discípulos quieren más explicaciones. Podemos suponer, con fundamentos en
esta alusión de Marcos, que el tema del divorcio era una cuestión candente de
la comunidad y que los oyentes/lectores querían respuestas de tipo pastoral,
más allá del planteo teológico. ¿Es lícito divorciarse en el cristianismo?
¿Legisló Jesús sobre este tema? ¿Qué hacer con los divorciados en la comunidad?
11
La respuesta es que quien se divorcia y se casa con otra comete adulterio.
A simple vista, la frase da la posibilidad de divorciarse, siempre y cuando no
haya nueva unión. De manera sacramental, la primera unión ha formado una sola
carne que ya no puede dividirse, si seguimos el razonamiento previo. Jesús no
estaría prohibiendo el divorcio, sino las uniones posteriores al divorcio.
Es posible que esta haya sido la norma de vida de las primeras comunidades
cristianas respecto a este tema. Si consideramos el contexto de espera de la
Parusía, con la esperanza en la inminente llegada del Hijo del Hombre
glorificado para instaurar el Reino definitivo, la ley tiene mucho sentido. Si
Jesús volverá pronto, ¿para qué se volvería a unir a una mujer el divorciado?
Conviene que espere la Parusía, que sucederá de un momento a otro. En cierta
manera, la nueva unión atenta contra el estado de espera de las cosas creadas.
Si la situación es insostenible, que se divorcie, pero que quede en ese estado
de divorciado, esperando la Parusía. También podemos considerar la situación
del escándalo público que las primeras comunidades quieren evitar. Si un
cristiano se divorcia y contrae matrimonio con otra mujer, que seguramente
también está en la comunidad, la situación puede volverse insostenible.
Recordemos que son comunidades pequeñas, donde todos se conocen íntimamente y
se reúnen en la misma casa para celebrar. ¿No generaría esto un escándalo? ¿Y
si el divorciado hace nueva unión con otra mujer que no es cristiana? ¿Seguirá
asistiendo a las celebraciones? ¿Abandonará el camino del discipulado? Son
realidades que nos ayudan a contextualizar la legislación para esa época. Si
trasladamos esa norma, sin tamices, hasta nuestros días, cometemos un
anacronismo. Hoy tenemos otra situación de Iglesia, tenemos otra concepción sobre
el escándalo y otra visión teológica sobre la Parusía. Nos merecemos, por lo
tanto, otro debate.
12
El único relato paralelo que encontramos en los demás Evangelios se
encuentra en Mt 19, 1-12, y lo traemos a colación para remarcar que Marcos
añadió esta variante que da a entender que tanto el varón como la mujer pueden
repudiar a su cónyuge. La legislación mosaica no contempla el repudio de la
mujer al varón, aunque sí era posible en la legislación romana.
De esta manera, Marcos habla en la cultura de sus oyentes, tomando una
discusión de trasfondo rabínico y aplicándola a su comunidad. Recordemos que la
comunidad marquiana no es exclusivamente judía ni mucho menos; seguramente, un
gran número de oyentes/lectores son paganos convertidos, regidos toda su vida
por un sistema legal romano. Para ellos es natural que el divorcio tenga dos
vías: del varón a la mujer y de la mujer al varón.
13
Nuevamente el sujeto anónimo de la redacción marquiana trae a unos niños
para que Jesús los toque. El tacto, aquí, no es la búsqueda de una curación. No
es una imposición de manos para restablecer la salud, sino que se trata de
bendición. Los niños son traídos para ser bendecidos. Tampoco es la clásica
bendición que conocemos hoy en el ambiente cristiano actual, como bendición a
la niñez y a la inocencia. Esta bendición judía para los niños es una buena
palabra dicha hacia ellos en vistas a lo que serán de adultos. Se los bendice
por la potencia que tienen de ser adultos, no por su estado de niñez.
Por alguna razón que no nos describe el autor, los discípulos detienen a
los niños. Sobre el análisis final de la escena veremos una hipótesis al
respecto. Lo cierto es que Marcos es reservado. La actitud de los discípulos no
se entiende en sí misma.
14
La invitación a ser como niños debe analizarse desde el niño de la época de
Jesús. En general, el niño no es considerado en sí mismo, sino en potencia, en
lo que puede llegar a ser. El niño varón será un padre, y ese es su valor; la
niña mujer será una esposa, y así vale, para el futuro matrimonio. Todavía no
está difundido el concepto de los derechos de la infancia, ni tampoco la idea
del respeto casi sagrado a los niños como principales víctimas de lo que sucede
alrededor, en la historia de los adultos. El niño es un apéndice familiar que
no tiene voluntad propia. Sus padres (su padre, sobre todo), deciden por él o
ella. En cierto sentido, la mujer y el niño están igualados en su condición
inferior respecto al varón padre de familia. Son las consecuencias de una
sociedad patriarcalista. Los menores de seis años no son conocedores de la
Torá, y por ello, en una religión fuertemente ligada al Libro Sagrado, estos
menores no tienen nada ante Dios, porque no conocen su palabra.
Pues bien, el Reino de Dios les pertenece. No son nadie para su sociedad,
son marginales, no tienen decisión propia, son oprimidos. De ellos es el Reino.
La paradoja de la herencia: el Reino no es de los poderosos, de los que
dirigen, de los que están arriba, sino de los niños.
15
Ser como niños, recibir el Reino como pequeños, es achicarse un poco, ir
decreciendo socialmente para encontrarse con los decrecidos obligados, los que
nacen condenados a ser últimos. A sus discípulos, Jesús les propone ser últimos
por elección. Porque el Reino se trata de eso, de ir hacia abajo para estar con
los que están más abajo, en lugar de intentar escalar a toda costa. Los niños
palestinos son la imagen: últimos en su sociedad, dependientes, no tenidos en
cuenta, considerados a-religiosos. Los discípulos de Jesús deberían tomar esa
condición, no para la humillación que degrada, sino para estar junto al otro
oprimido, para acompañar, y para entender mejor el Reino.
16
En el final de la escena se cumple lo que los discípulos intentaban evitar.
Jesús recibe a los niños, les impone las manos y los bendice.
Algunos exegetas pensaron que esta escena podía ser una referencia al
problema de la admisión de niños en el bautismo. Según esta interpretación, el
Jesús de Marcos rechaza a los discípulos que están en contra del bautismo de
los niños y aprueba la práctica bendiciendo. La bendición sería la metáfora
para el bautismo. La hipótesis es válida, pero las referencias no son tan
claras como para inclinarse definitivamente por esa interpretación, y parece
muy temprano en el desarrollo histórico del cristianismo para que las
comunidades tuviesen esa discusión teológica a tal nivel de profundidad que
justificase la inclusión en el Evangelio. De todas maneras, si se tratase o no
de una referencia al bautismo, es importante la revaloración del niño. Para
Jesús no son un proyecto en potencia, sino que los niños existen en plenitud y
valen como seres humanos desde su nacimiento.
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