1 En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. 2 Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. 3 Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”. 5 Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes”. 6 Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. 7 Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. 8 Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. 9 El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; 10 y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”.11 Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Pistas de exégesis (qué dice
el texto)
En Lc 4, 42-44 la gente busca desesperadamente a Jesús y quieren retenerlo,
pero Él es conciente de que debe anunciar la Buena Noticia en otros lados, y
por eso se va “predicando por las
sinagogas de Judea”. Tras esto encontramos el texto que leemos hoy. La fama
de Jesús se está expandiendo, está realizando los primeros recorridos como
profeta itinerante, tiene un grupo de seguidores aún no definido con precisión,
entendido más bien como oyentes ocasionales o pre-discípulos. Las masas están con Él (exceptuando sus paisanos de
Nazareth) porque habla con una autoridad distinta y porque sana (cf. Lc 5, 15).
Simón, Santiago y Juan, cuando comienza la escena de este domingo, no son
los apóstoles ya definidos que tenemos en nuestras mentes. A Jesús lo conocen;
ha estado en casa de Simón y quitó la fiebre a su suegra, pero sus vidas
continúan, sus trabajos están en pie, no son itinerantes como el Maestro, no lo
han dejado todo. Ciertamente, cuando acaba el relato de hoy, su condición es
distinta, ya son discípulos con todas las letras, han dejado las barcas y le
siguen.
¿Pero es posible hablar de un relato vocacional estricto? El Maestro no los
llama como, por ejemplo, a Leví, con el clásico sígueme (cf. Lc 5, 27). Y tampoco encontramos la construcción
literaria del Evangelio según Marcos: vengan
conmigo (cf. Mc 1, 17). Quizás no estemos ante un relato vocacional
estándar; lo que Lucas plantea en pocas líneas es el agrupamiento de unos tres
acontecimientos que se fueron sucediendo con no tanta rapidez en la historia de
los discípulos. Un primer acontecimiento pudo haber sido la predicación de
Jesús en Cafarnaún (que el relato sintetiza en los primeros versículos); el
segundo momento sería el de los signos (milagros) del Reino, autoridad e
identidad de Jesús (que para esta escena es la pesca milagrosa); finalmente, el
tercer momento sería la conversión/vocación para seguir a Jesús (final del
relato). En términos estrictos de la historia científica, estos tres momentos,
seguramente, no estuvieron agrupados como los presenta Lucas, puesto que Simón
ya ha escuchado a Jesús y ha visto cómo era sanada su suegra, pero a los fines
pedagógicos, la escena muestra el cambio rotundo que ocurre desde la situación
inicial a la final; cambio que es obra de la gracia.
La presencia de lo gracioso (lo
referente a la gracia) es este pasaje es fundamental. El primer signo de ello
es la pesca fuera de horario. Simón y sus compañeros saben, porque es su
oficio, que deben trabajar de noche, puesto que en ese horario se obtiene la
mayor cantidad de frutos del mar. Sin embargo, Jesús les ordena volver al mar
cuando ellos ya lo han intentado toda la noche, e inclusive, no han conseguido
nada. Es un despropósito. Sólo la gracia puede hacer un éxito de esa pesca. Y
lo hace. La pesca es tan abundante que las redes amenazan romperse. Lo que no
habían conseguido durante toda una noche de trabajo, se multiplica más allá del
límite de lo razonable y de lo esperable.
Simón capta la sobrenaturalidad del hecho. Capta el regalo que viene a
significar lo abundante. No está ante la presencia de cualquier aldeano, ni
tampoco es un insano aquel que le ha pedido la barca para predicar. En el
reconocimiento de lo distinto y superior, Simón pide al Señor que se aleje,
reconociéndose pecador, creyéndose indigno de tamaña presencia en su precaria
barca. Pero nuevamente, la gracia de Dios revierte ese movimiento de Simón.
Cuando él dice aléjate, Jesús
responde no temas. Cuando Simón se
declara pecador/indigno, Jesús lo declara pescador de hombres, digno del Reino.
Los títulos que aplica Simón a Jesús en este pasaje muestran el
asombro/temor que causa la acción divina, la gracia que se manifiesta en la
pesca. Mientras que antes del milagro lo llama jefe o instructor (epistates en griego, aunque la mayoría
de las versiones en español traducen maestro),
tras la pesca abundante lo reconoce como Señor
(kyrios en griego), título que la traducción
griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta ) utiliza para referirse a Dios.
Es interesante que el término jefe (epistates) sólo es mencionado por Lucas
en todo el Nuevo Testamento, y lo hace en seis oportunidades. De esas seis
veces, tres están insertas en frases de Simón: el episodio que leemos hoy es
una; luego cuando la hemorroísa lo toca entre la multitud y Jesús pregunta
quién lo ha tocado, a lo que Pedro le hace notar que hay demasiada gente
apretándolo (cf. Lc 8, 45); finalmente, durante la transfiguración, cuando
Pedro sugiere armar tres carpas para quedarse en el monte (cf. Lc 9, 33). Y en
estas tres escenas, Simón no se lleva todo el protagonismo entre los
discípulos, sino que está acompañado de Santiago y de Juan (cf. Lc 5, 10; Lc 8,
51; Lc 9, 28).
No es fácil encontrar el hilo que une estas coincidencias textuales, pero
sin dudas que en las tres hay manifestación de lo divino y un grado de
desconcierto por parte de los apóstoles, que son invitados a pescar en la hora
inadecuada, que son interrogados sobre quién pudo haber tocado al Maestro entre
la multitud que lo apretaba, y que presencian la transfiguración de Jesús
acompañado de Elías y Moisés. Quizás, el término acompañe el estupor de
aquellos que no llegan a leer en la
persona de Jesús su divinidad, hasta que realizan la lectura adecuada.
Un relato similar a éste de la pesca milagrosa lucana podemos encontrarlo
en el Evangelio según Juan, en su capítulo 21. Allí se nos narra cómo siete
discípulos, habiendo ya acontecida la pascua, salen a pescar (cf. Jn 21, 2-3);
Jesús se les aparece y les pide algo para comer, pero ellos contestan que no
han pescado nada esa noche (cf. Jn 21, 4-5); entonces, el Resucitado les indica
echar las redes a la derecha de la barca, “la
echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces” (Jn
21, 6).
Pistas hermenéuticas (qué
nos puede decir hoy)
Las dos pescas milagrosas, la pre-pascual (Lucas) y la post-pascual (Juan),
son relatos vocacionales que no siguen el estilo clásico. Nuestras vocaciones,
personal y comunitarias, tampoco lo hacen, tampoco responden a un esquema
definido. Lo único que permanece siempre es Jesús que llega a nuestras vidas de
alguna manera. La conversión es un proceso y un re-proceso. Al primer encuentro
con el Cristo le siguen otros encuentros más profundos. La pascua se nos hace
patente muchas veces hasta que vamos profundizando el misterio para reconocer
la pesca en diferentes perspectivas. Somos pescadores de hombres aquí y ahora
escatológicamente, pescadores en el mundo para cambiar el mundo, pescadores que
lo dejan todo para tenerlo transformado. Somos pequeños pescadores en un
mar inmenso.
Y el secreto de la pesca no es la carnada ni la caña ni la red. El secreto
es la gracia. La pesca es abundante porque se hace en la Palabra de Dios, efectiva
y graciosa. Cuando la Iglesia cree
que el pescador, la barca o la red son más importantes que la acción gratuita
de Dios, se pasa la noche entera sin resultados. Una Iglesia que no descansa en
la Palabra
predicada a las gentes, que no cree en el encuentro que propicia la Biblia leída en cada
barrio, en cada casa, en cada hogar, malogra la pesca. Hay que dejar que la
gracia de Dios se filtre, que los llamados vocacionales se des-estructuren, que
la pascua afecte las cosas desde su ilógica realidad.
Generalmente, lo que a nadie se le ocurriría hacer, es lo que debería
hacerse; lo que nadie querría predicar, es sobre lo que hay que hablar; los
lugares donde la pesca suele ser escasa, es donde deben echarse las redes; las
personas que supuestamente no tienen vocación, son las que más han escuchado
esa Palabra de Dios que es amor gratuito.
La pesca es una actividad ejercida desde los albores de la humanidad fundamentalmente para conseguir alimento.
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